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lunes, 2 de noviembre de 2015

Drácula



Entró nuestras pieles

 I de II
De 1897 data la primera edición en inglés de Drácula, la célebre e inmortal novela del irlandés Bram Stoker (Clontarf, noviembre 8 de 1847-Londres, abril 20 de 1912), la cual, si bien sedujo a coterráneos y amigos suyos como Mark Twain, Oscar Wilde y Arthur Conan Doyle, tal inmortalidad fue advertida y en cierto modo vaticinada por Charlotte, la madre del narrador, quien era periodista, en una “carta personal” que le enviara, aunque no acertó del todo en lo relativo a los vampíricos dividendos, pues aunque la novela se vendía (y se sigue vendiendo) con cierto éxito, Stoker no se enriqueció con ella: 
Drácula (1897), novela de Bram Stoker
(Portada de la primera edición)
“Es espléndida, está a mil millas por delante de todo lo que habías escrito antes, y tengo la impresión de que situará tu nombre a la altura de los mejores escritores contemporáneos. Tanto la historia y el estilo son realmente sensacionales, apasionantes e interesantes. Ningún otro libro desde el Frankenstein [1818] de la señora Shelley o, en realidad, ningún otro, se asemeja al tuyo en originalidad o terror. Poe ni se acerca. A pesar de lo mucho que he leído, nunca me había encontrado con un libro semejante. Es tan terriblemente emocionante que debería labrarte una enorme reputación y hacerte ganar mucho dinero.”
Bram Stoker
(Clontarf, noviembre 8 de 1847-Londres, abril 20 de 1912)
Entre las adaptaciones fílmicas de la novela del irlandés destacan: el silente Nosferatu el vampiro (1922), de F.W. Murnau; Nosferatu, vampiro de la noche (1979), de Werner Herzog; y Drácula de Bram Stoker (1992), de Francis Ford Coppola; pero hay quienes suelen incluir, por su trascendencia icónica en el devenir del cine de terror, el Drácula (1931) de Tod Browning (a veces como de Teatro Fantástico de Cachirulo), cuyo conde fue caracterizado por el legendario Bela Lugosi, y que ahora, en su versión restaurada y en formato DVD, se puede ver en casa con o sin la música compuesta ex profeso por Phillip Glass, interpretada por El Cuarteto Kronos. Sin embargo, pese a que son joyas de la cinematografía mundial, ineludiblemente recuerdan el lapidario apotegma acuñado por el checo Milan Kundera, quien antes de que los bolcheviques rusos invadieran Praga en 1968, fue profesor de la Escuela de Estudios Cinematográficos: “todas las adaptaciones fílmicas de las grandes novelas, no son más que versiones del Reader’s Digest”.
(Valdemar, Madrid, 2005)
En “mayo de 2005”, en la Colección Gótica, la madrileña Valdemar publicó una versión en español de la novela Drácula, cuya “traducción, prólogo y notas” se deben a Oscar Palmer Yáñez, quien en 2000, en la serie El Club Diógenes de tal editorial, con un prefacio suyo, había dado a conocer en castellano otro libro de Bram Stoker traducido por él: Cuentos de medianoche.
(Valdemar, tercera edición, Madrid, 2003)
Todo sugiere que en el ámbito de la lengua española, la edición de Drácula que ha pergeñado Oscar Palmer Yáñez no se convertirá en la rimbombante edición canónica y definitiva, si no que será (y es) una más de las ediciones anotadas de tal obra, pues sus críticas y notas, algunas veces eruditas y rigurosas y otras ligeras, pueden ser complementadas o contrastadas (incluidas la iconografía y la bibliografía) con otras ediciones de tal índole y nomenclatura, como es el caso de la edición crítica de Drácula que Juan Antonio Molina Foix publicó en Madrid, en 1993, dentro de la serie Letras Universales, de Cátedra, con traducción, prólogo y notas suyas, amén de la bibliografía e iconografía que más o menos la enriquecen, pues ésta no es del todo óptima.
(Cátedra, sexta edición, Madrid, 2003)
Se supone que los editores de Valdemar son de los profesionales más hábiles del orbe editorial español, por lo que ante un libro de tal coste y calado, como es su Drácula, el lector espera y exige excelencia. Pero no, tal libro es más o menos chambón, como si lo hubiera hecho, para su ególatra y apantallante bibliotecota de charol [podría llamarse “José Luis Borgues” o “Enrique Peña Nieto, erudito lector de la Biblia”], la demagoga, tropical, manipuladora y clientelista Fundación “Vámonos yendo Foxilandia”.
Por ejemplo, tres menudos pero significativos yerros. En la página 289 inician unas páginas del “Diario del doctor Seward” fechadas el “28 de septiembre” (de 1893, año en que transcurre la novela); es decir, allí debió leerse “20” y no “28”, día y capítulo relevante, pues en él se narra la muerte de Lucy Westenra, la querida amiga de Mina Harker y prometida de Arthur Holmwood, paulatinamente hipnotizada, desangrada e infectada por el vampiro desde su desembarco en Whitby con forma de perro. Descuido que a todas luces debió corregirse, dado que el editor en varios pies de página señala y comenta las contradicciones y equivocaciones cronológicas y argumentales cometidas por el propio Bram Stoker.
En la página 600, cuando en Transilvania ya se está sucediendo la persecución y el cerco final al conde Drácula, aparece una breve página del “Diario de Jonathan Harker” fechada el “4 de noviembre, tarde”, donde el apellido del doctor John Seward (otrora pretendiente de Lucy y discípulo del doctor Van Helsing) aparece como “Stewart”. Parece que se trata de un error “de dedo” (que no vio la acreditada correctora Ana García de Polavieja Embid), quizá suscitado porque el tecleador oía a Rod Stewart o evocaba al ratoncito Stuart Little. 
Y en la página 608, en los párrafos del “Diario de Mina Harker” del “6 de noviembre”, después de que narra su solitaria y agotadora caminata con Abraham Van Helsing y la impresión que le causa la imagen de “la silueta del castillo de Drácula recortada nítidamente contra el cielo”, el doctor y sabio holandés ha hallado una “oquedad natural en una roca”, refugio contra los lobos y punto estratégico para el sitio a Drácula, quien no tardará en llegar por allí oculto en la caja de tierra que transportan los cíngaros en “un gran leiter-waggon”, perseguidos con rifles Winchester y a caballo por Seward y Quincey Morris, por un lado, y, por el otro, por Jonathan y Arthur. Entonces, según Oscar Palmer Yáñez, apunta Mima sobre Van Helsing: “A continuación entró nuestras pieles y me preparó un cómodo asiento”. Lo cual ostenta una flagrante errata o error, como de alguien que chapurrea el castellano, pues nadie que sepa español dice “entró” para decir que “metió” o “introdujo”; por lo que se deduce que antes de “nuestras pieles” faltó la preposición “con”.
                                
II de II
En su “Introducción” y en su “Prólogo”, Oscar Palmer Yáñez, además de decir que comprende las variantes idiomáticas empleadas por Bram Stoker (1847-1912) en su Drácula de 1897, vierte y argumenta indicios (anecdóticos y bibliográficos) de haber estudiado la vida y la obra del irlandés y ciertas ediciones críticas y angulares de la novela; y más aún: bosqueja que de primera mano examinó los sobrevivientes documentos y papeles preparatorios de Stoker, así como los textos leídos por éste y su ruta de investigación para alimentar su Drácula. Esto también se observa y trasmina en sus notas al pie de las páginas, muchas veces eruditas (ya lo dijimos), en las que descuellan múltiples alusiones a la Biblia y a libretos de William Shakespeare; en sus apuntes al pie de buena parte de las 36 imágenes diseminadas en la obra; en los capítulos “Cronología de Bram Stoker” y “Bibliografía recomendada” (y comentada); así como en los nueve “Apéndices” que cierran el volumen, cada uno traducido por él, con notas al pie y precedidos por su correspondiente comentario.
Bram Stoker
En el primer “Apéndice” figura el “Prefacio” que el irlandés Bram Stoker escribió ex profeso para “la primera edición en lengua no inglesa de Drácula”, impresa en 1901, en Islandia (cuya ancestral y antigua mitología guerrera el conde exalta, en el capítulo III, ante los anotadores oídos de Jonathan Harker atrapado en el castillo transilvano). Y según el editor, dado que se trata de “una versión considerablemente reducida de la novela”, “Bram Stoker decidió escribir un nuevo prefacio con objeto de aumentar la ilusión de verosimilitud de su obra”.
En el segundo “Apéndice” aparece “El invitado de Drácula”, que según Oscar Palmer Yáñez algunas ediciones de la obra lo colocan antes del primer capítulo; dice que apareció por primera vez en Dracula’s Guest and Other Weird Stories (1914), póstuma antología de cuentos de Bram Stoker editada en Londres con un prólogo de Florence, su viuda; y aunque desliza la posibilidad de que haya sido “retocado por algún anónimo editor a la hora de su publicación”, sostiene que “sí formó parte en determinado momento” del laborioso proceso de la novela, pero Stoker luego lo descartó.
En el tercero se lee el “Final alternativo: la destrucción del castillo” de Drácula, en cuyo comentario el editor especula sobre algunos puntos del término de la novela y sobre las probabilidades y razones que movieron a Stoker a prescindir de tal fin.
En el cuarto, “Recepción crítica”, Oscar Palmer Yáñez seleccionó diez fragmentarias opiniones sobre Drácula publicadas, en 1897, en diversos medios británicos (en ninguna menciona a los autores ni dice si sin anónimos, pero afirma que la mayoría proceden de una recopilación hemerográfica y de una edición anotada de la novela), más una del 17 de diciembre de 1899, la cual, en el San Francisco Chronicle, se ocupó de la primera edición norteamericana de la novela, impresa dicho año.
En el quinto se lee una breve “Entrevista con Bram Stoker” que la periodista Jane Stoddard publicó “en el semanario British Weekly  del 1 de julio de 1897”.
En el sexto se enlistan las fichas bibliográficas de 29 “Libros consultados por Stoker para la redacción de Drácula”, en las que con un asterisco se indica si transcribió: el narrador hacía “una marca junto a todos aquellos de los que llegó a copiar notas”.
En el séptimo figura un pasaje de Un informe sobre los principados de Valaquia y Moldavia (1820), de William Wilkinson, que Bram Stoker encontró en la biblioteca municipal de Whitby, mientras en 1890 veraneaba allí. En tal libro, Stoker se tropezó con la palabra Drácula (que “en el idioma valaco significa Diablo”), lo cual incidió en que su vampiro en ciernes dejara de llamarse Conde Wampyr (“Los valacos”, apuntó Wilkinson, “entonces como ahora, estaban acostumbrados a darle ese nombre a cualquier persona que se hiciera notar, bien por su valor, su crueldad, o su astucia”).
Puntualiza Oscar Palmer Yáñez que “el libro de Wilkinson sigue siendo la única fuente de información demostrable consultada por Stoker al respecto del Drácula histórico, cuya más bien tenue relación con el vampiro literario ha sido enormemente exagerada las últimas tres décadas”. Y en un pie a la reproducción de una página mecanografiada por Stoker y con correcciones manuscritas insertada en el séptimo apéndice, agrega que el novelista “copió también una mínima descripción de las hazañas del voivoda, que posteriormente describiría de modo muy similar en capítulo III de Drácula”. 
Vlad Tepes 
(1431-1476)

Vlad Tepes el Empalador

Vlad Tepes en un grabado del siglo XV


Estampa reproducida en la página 654
Drácula (Valdemar, Madrid, 2005)
No era muy alto, pero sí corpulento y musculoso. Su
apariencia era fría e inspiraba cierto espanto. Tenía
una nariz aguileña, fosas nasales dilatadas, un rostro
rojizo y delgado, y unas pestañas muy largas que daban
sombra a unos ojos grandes, grises y bien abiertos;
las cejas negras y tupidas le daban un aspecto amenazador.
Llevaba bigote, y sus pómulos sobresalientes hacían
que su rostro pareciera aún más enérgico. Una cerviz 
de toro le ceñía la cabeza, de la que colgaba sobre
anchas espaldas una ensortijada melena.

Descripción de Vlad Tepes por Nikolaus Modrussa,
delegado papal en la corte húngara

Los 
Drácula (Tusquets, Fábula, Barcelona, 2000)
Ralf-Peter Märtin
Vlad Tepes almuerza rodeado de empalados
Tales señalamientos remiten al pie que figura bajo la estampa del rostro de “Vlad Tepes en un grabado del siglo XV” (página 654), imagen tan célebre y multirreproducida (no sólo en ediciones de Drácula), como aquella (no incluida en el presente volumen) bajo la cual se suele incluir al pie la breve descripción del voivoda forjada “por Nikolaus Modrussa, delegado papal en la corte húngara”; o esa otra donde “Vlad Tepes almueza rodeado de empalados” (tampoco incluida). En el pie de la página 654, Oscar Palmer sostiene: “A pesar de las afirmaciones de los investigadores Radu Florescu y Raymond T. MacNally recogidas en su libro de 1972 In Search of Dracula (adaptado al cine en un documental en el que el papel del Empalador corría a cargo de Christopher Lee, lo que sin duda reforzó el vínculo entre el personaje de Stoker y el histórico), lo cierto es que no existen pruebas concluyentes al respecto.”
     Tal comentario está vinculado a su nota 41 del capítulo III de la novela y que vale el placer transcribir por su índole aclaratoria, polémica e ilustrativa: “Tanto MacNally y Florescu como Molina Foix identifican a este voivoda, o príncipe rumano, como Vlad Tepes el Empalador (1431-1476), gobernante de Valaquia de 1456 a 1462. Sin embargo, y aunque dicha posibilidad sea perfectamente razonable, es harto improbable que Stoker tuviera constancia de la existencia de Vlad Tepes como tal, al que sólo debió conocer como ‘voivoda Drácula’, único nombre que aparece en las escasas notas que copió del libro de William Wilkinson Account of the Principalities of Wallachia and Moldavia, fácilmente identificables como origen de este parlamento. ‘Su VOIVODA (DRÁCULA) cruzó el Danubio y atacó a las tropas turcas. Triunfo estrictamente momentáneo. Mahomet [sic del reseñista] II le hizo retroceder hasta Valaquia, donde le persiguió y derrotó. El VOIVODA huyó a Hungría y el Sultán hizo que su hermano Bladus (sic) tomara su lugar. Firmó un tratado con Bladus mediante el que los valacos debían rendir tributo a perpetuidad, poniendo los cimientos de una esclavitud aún no abolida’.”
Sobre tal Bladus, dice el editor en su nota 42 del mismo capítulo: “Radu el Hermoso —que no Bladus—, hermano pequeño de Vlad, subió al poder en 1462, siguiendo una política completamente proturca.”
El lector, por su parte, puede encontrar en la novela varias alusiones superficiales y mitificadas que remiten al Drácula histórico; por ejemplo, cuando en el “Diario de Mina Harker”, correspondiente al “30 de septiembre” de 1893, los conjurados oyen en el discurso del doctor Abraham Van Helsing que preludia la búsqueda, caza y exterminio del vampiro: 
     “Le he pedido a mi amigo Arminius, de la Universidad de Buda-Pest, que recogiera su historia; y después de consultar todas las referencias existentes, esto es lo que me ha contado. No hay duda de que se trata realmente de aquel Voivoda Drácula que ganó su nombre batallando contra el turco a través del gran río, en la frontera misma de su imperio. De ser así, estamos hablando de un hombre que ya era extraordinario en vida; pues no sólo en sus tiempos, sino durante siglos venideros, estuvo considerado como el más inteligente y más astuto, así como el más valiente hijo del ‘país de más allá del bosque’ [‘traducción literal de Transilvania’, colindante del territorio de Valaquia, en la actual Rumanía]. Su poderoso cerebro y su férrea resolución le acompañaron a la tumba, y ahora se ha alzado en nuestra contra. Los Drácula fueron, afirma Arminius, una estirpe noble e ilustre, aunque en ocasiones engendraran vástagos de los que sus coetáneos sospecharan que tenían tratos con el Maligno...”
En el octavo “Apéndice” se leen unos fragmentos de Supersticiones transilvanas, de Emily Gerard, artículo “aparecido en la revista The Nineteenth Century, correspondiente al mes de julio de 1885”, los cuales, afirma el editor, son “particularmente ilustrativos de la influencia de Gerard sobre Stoker”.
Por último, en el noveno “Apéndice” figura “Vampiros en Nueva Inglaterra”, en cuyo comentario dice Oscar Palmer Yáñez: “Stoker recortó y pegó en sus notas preparatorias para Drácula este fascinante artículo [de autor anónimo], aparecido en el New York World del 2 de febrero de 1896, probablemente durante la gira americana de 1896 del Lyceum [el teatro en Londres y la compañía teatral del actor británico Henry Irving para quien Stoker trabajó de administrador y manager durante 26 años, entre 1878 y 1904]. Para entonces, la redacción de su novela ya estaba bastante avanzada, pero sin duda debió satisfacerle comprobar que el tema elegido no sólo no resultaba remoto e ignoto para el hombre contemporáneo, sino que además había llamado la atención de la prensa americana.”

Bram Stoker, Drácula. Traducción del inglés al español, prólogos, notas, antología de imágenes y de textos anotados y edición de Oscar Palmer Yáñez. Colección Gótica (59), Valdemar. Madrid, 2005. 688 pp.


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La historiadora



En busca de la tumba perdida

En 2005 apareció en Nueva York la primera edición en inglés de La historiadora, la voluminosa y excéntrica novela de la norteamericana Elizabeth Kostova (New London, Connecticut, 1964), que además de obtener el Premio Hopwood en la Universidad de Michigan, casi de inmediato se convirtió en un best seller que saltó, con enorme y apabullante publicidad, a Europa y a América Latina.
Elizabeth Kostova
(foto: Marion Ettlingrer)
En la segunda de forros de la traducción al español (hecha por Eduardo G. Murillo) que aterrizó en México en octubre de 2005, se dice que es la “primera novela” de Elizabeth Kostova y que “es el resultado de diez años de investigación”. Esto parece cierto, pues en la rica y fantástica urdimbre de la trama y del suspense (o de los suspenses y de las detectivescas indagaciones e interrogantes que suscita), descuella una erudición magistral, extraordinariamente seductora y placentera para los bibliófilos de toda laya, cuyas mil y una minucias y anécdotas no se pueden enumerar ni resumir en una reseña.
(Umbriel, España, 2005)
En la frase inicial del capítulo uno, dice la protagonista cuyo oficio titula la novela: “En 1972 yo tenía dieciséis años”; y su preliminar “Nota para el lector” la firma en el futuro: “Oxford, Inglaterra”, “15 de enero de 2008”; o sea, a sus 52 años (edad que tenía su madre, en 1983, a la hora de morir de “una enfermedad cruel”). Sin embargo, las dos principales vertientes temporales en las que discurre la novela se sitúan con 20 años de diferencia. 
En 1954 ocurre la misteriosa y extraña desaparición del profesor Rossi de su cubículo de su universidad gringa y la intelectual y detectivesca búsqueda de éste que emprenden Paul y Helen (alrededor de un mes) en lejanos sitios como Estambul, Hungría y Bulgaria. 
En 1974, Paul, historiador y padre de la futura historiadora, en la Universidad de Oxford, tras consultar la colección de vampirismo que se guarda en la Cámara Radcliffe, desaparece y le deja a su hija un paquete de cartas donde le dice: “He ido a buscar a tu madre”, a quien creía muerta, en 1957, nueve meses después de su nacimiento.
Antes de que Master James la regrese de Oxford a Ámsterdam, donde Paul y ella tienen su domicilio, la adolescente va con Barley, su joven acompañante, a hojear el libro decimonónico que leyó su padre antes de irse súbitamente y en él da con el capítulo “Vampires de Provence et des Pyrénées” donde leen: 
“Existe también la leyenda de que Drácula, el más noble y peligroso de todos los vampiros, adquirió su poder no en la región de Valaquia, sino mediante una herejía surgida en el monasterio de Saint-Matthieu-des-Pyrénées-Orientales, un convento benedictino fundado en el año 1000 de Nuestro Señor [...] Se dice que Drácula visitaba el monasterio cada dieciséis años para rendir tributo a sus orígenes y renovar las influencias que le han permitido vivir en la muerte [...] Los cálculos efectuados por el hermano Pierre de Provence a principios del siglo diecisiete indican que Drácula visita Saint-Matthieu durante la media luna del mes de mayo.”
Tales datos son suficientes para que la adolescente y futura historiadora, seguida por Barley, no se dirija a su casa de Holanda, sino a los Pirineos Orientales, a Les Bains, donde estuvo con su padre un año antes y que es un montañesco pueblo en las inmediaciones del antiguo monasterio de Saint-Matthieu.  
Hay que subrayar, entonces, que la erudita obra de Kostova, con remanentes de novela victoriana (como son las diversas cartas) es un obvio homenaje y tributo a Drácula (1897), la novela de Bram Stoker (1847-1912). Así, y sólo por decir algo, cada una de las tres partes en que están agrupados los 79 capítulos inicia con un significativo epígrafe que son tres fragmentos de la obra de Stoker.
Vlad Tepes
 (1431-1476)
No pocos lectores de distintas latitudes e idiomas han supuesto que el legendario y sangriento Empalador, Vlad Tepes (1431-1476), influyó en Bram Stoker para crear su vampiro —uno de los casos más notables de los últimos tiempos es Drácula de Bram Stoker (1992), la película de Francis Ford Coppola; pero Oscar Palmer Yáñez, en su edición crítica y anotada de Drácula (Valdemar, 2005), bosqueja que fue muy poco lo que Stoker supo del príncipe valaco y que todo se limitó a lo leído en Un informe sobre los principados de Valaquia y Moldavia (1820), de William Wilkinson, entre ello la palabra “Drácula”, lo cual incidió en que su personaje en ciernes dejara de llamarse Conde Wampyr.
Elizabeth Kostova, por su parte, deja claro en su obra que el Conde Drácula de Stoker no es el Vlad Tepes histórico y legendario; pero todo sugiere que tal acendrada confusión y tergiversación la indujo y sedujo a que el Vlad Tepes de su novela, extirpado de la historia y de la leyenda negra, sí sea un vampiro que en mayo de 1974 ya lleva casi 500 años ser un endemoniado No Muerto, bibliófilo, culto, apestoso y sanguinario.
Así, si en la novela de Bram Stoker se entabla una conjura de víctimas y asociados (precedida por el doctor Abraham van Helsing) para investigar, perseguir, cazar y eliminar al vampiro, en la novela de Kostova también se sucede una investigación, búsqueda, persecución y caza del vampiro que no sólo se restringe al lapso comprendido entre 1957 y 1974 (tiempo en que la erudita e inteligente Helen indaga y lo busca por todo el mundo llevando una vida secreta), sino que se remonta a 1477, cuando Su Majestad Mehmet II, el sultán que tomara Constantinopla en 1453 y acérrimo enemigo de Vlad, fundó la Guardia de la Media Luna, ex profesa para cazarlo y ultimarlo, aún activa en 1954 y a la que entonces pertenecen los turcos Turgut Bora y Selim Aksoy, eruditos y bibliófilos.
En la novela de Stoker, según la información recopilada por Van Helsing de su “amigo Arminius, de la Universidad de Buda-Pest”, el Conde Drácula y ciertos miembros de su “estirpe noble e ilustre”, “tenían tratos con el Maligno” y adquirieron “sus secretos en la Escoliomancia, entre las montañas que se alzan sobre el lago Hermannstadt, donde el diablo reclama a uno de cada diez pupilos como pago”.
En la novela de Kostova, Vlad Drácula, al parecer, se transformó en No Muerto en el susodicho rito herético celebrado en la antigua abadía de Saint-Matthieu-des-Pyrénées-Orientales.
El Conde Drácula, tras ser perseguido hasta el pie de su castillo transilvano y ejecutado por el machete de Jonathan Harker que le siega la garganta y el cuchillo de Quincey Morris que le hunde en el corazón, “en un respiro todo el cuerpo se deshizo en polvo y desapareció”. 
Mientras que Vlad Drácula, sorprendido en mayo de 1974 en la subterránea cripta de dicho monasterio (alrededor de su ritual llegada confluyen Paul; su hija y Barley; Master James, quien seguía a éstos; y Helen, quien arriba por su secreta pesquisa), muere por una certera bala de plata que tuvo que darle en el corazón (según dicta el clisé); entonces, apunta la historiadora, “Drácula no se movió tal y como yo había esperado un momento antes, sino que en lugar de abalanzarse sobre nosotros osciló, primero hacia atrás, de modo que su rostro pálido y cincelado se reveló un momento, y después hacia adelante, hasta que se oyó un golpe sobre la piedra, un ruido como el de huesos al romperse. Fue presa de convulsiones un segundo y luego quedó inmóvil. A continuación dio la impresión de que su cuerpo se transformaba en polvo, en nada, incluso sus ropajes se pudrían a su alrededor, marchitos a la luz desconcertante.”
Dado que un No Muerto puede transformarse en murciélago, lobo, perro, nube o neblina que repta y se mueve a voluntad, o puede controlar elementos de la naturaleza como la tormenta, el rayo y el trueno, e incluso “desvanecerse y llegar desapercibido”, no pocos lectores han supuesto que en realidad el Conde Drácula no murió, sino que sólo se esfumó, pues no fue eliminado con el riguroso ritual descrito y practicado con Lucy Westenra por el propio Van Helsing.
Vlad Tepes el Empalador
En este sentido, no resulta fortuito que la historiadora, en el “Epílogo” de la novela de Kostova, diez años después de que Paul, su padre, muriera en Sarajevo al pisar una mina antipersona, en un pequeño museo-biblioteca de Filadelfia donde se exhiben “notas de Bram Stoker para Drácula, seleccionadas de fuentes conservadas en la biblioteca del Museo Británico, y también un importante folleto medieval”, “cuarenta páginas impresas en un pergamino impoluto del siglo XV”, cuya portada muestra una xilografía del rostro de Vlad Tepes y que desde luego versa sobre su vida y crueldad, tras examinarlas y salir de allí, la bibliotecaria la alcance en la calle y le entregue una libreta que la historiadora creyó guardar en su bolso y un libro antiguo que la empleada supone olvidó y que resulta ser un ejemplar más (como con movimiento autónomo) de los libros vacíos con un dragón en el centro (traza el croquis de la supuesta tumba de Vlad en el Lago Snagov, en Rumanía) y que otrora, Vlad Drácula solía imprimir en su oculta y rica biblioteca y deslizar sin que lo vieran a quien sentía investigando y olisqueando muy cerca de sus talones (una críptica y elíptica advertencia para que se detuvieran o quizá para exacerbar el juego del gato y el ratón), tal y como otrora ocurrió con el profesor Rossi, con el estudiante Paul, con el historiador Hugh James, y con los eruditos Turgut Bora y Anton Stoichev.

Elizabeth Kostova, La historiadora. Traducción del inglés al español de Eduardo G. Murillo. Umbriel. España, 2005. 704 pp.

domingo, 9 de noviembre de 2014

Ella, Drácula



Érase una lamia tolerada por Dios

El español Javier García Sánchez (Barcelona, abril 7 de 1955) ha escrito una novela en cuyo largo título utiliza como cedazo el popular nombre del vampiro dado a conocer, en 1897, por el británico Bram Stoker (1847-1912), fundido a la lejana y legendaria impronta de la asesina múltiple más famosa de la historia húngara: Ella, Drácula (Vida y crímenes de Erzsébet Báthory, la Condesa Sangrienta). Hungría 1560-1614 (Planeta, 2005), personaje que (en menor medida que el vampiro de Bram Stoker) también ha suscitado, en toda la aldea global, una cauda de leyendas, narraciones, artículos, ensayos, cuadros y películas. Pero también, como se advierte, el rótulo del autor recoge el mote con que fue conocida, ya utilizado por la francesa Valentine Penrose (1898-1978) en su exploración documental y biográfica: La Comtesse sanglante (Mercure de France, 1962), con quien el novelista guarda su mayor deuda, de ahí que las dos partes en que divide los dieciséis capítulos de su obra estén signados por dos epígrafes transcritos del libro de Penrose y que desde luego figure en la bibliografía que cierra la novela, pero cita la versión en español (traducida por María Teresa Gallego y María Isabel Reverte) reimpresa por la madrileña Siruela, en 1996, en la serie Bolsillo, la cual no incluye la valiosa e ilustrativa iconografía del libro francés.
Javier García Sánchez
Además de que el listado bibliográfico implica que Javier García Sánchez públicamente reconoce sus abrevaderos, todo sugiere que bien pudo prescindir de ello, pues su libro no es un riguroso ensayo ni una novela histórica (donde cada fecha, nombre, suceso y conjetura tienen que estar respaldados por fuentes documentales, fehacientes). Es una novela que no excluye los ingredientes fantásticos, míticos, legendarios y supersticiosos; sin embargo, descuella que en medio de sus anécdotas, fechas y citas históricas, de las que también echó mano en abundancia, incurra en varios notables y elementales yerros.
Por ejemplo, Erzsébet Báthory tenía 17 años en 1577; así, en la página 199 se dice que a tal edad supo de “la ejecución de María Estuardo de Inglaterra”, pero ésta ocurrió diez años después, en febrero de 1587.
En la portada: Erzsébet Báthory
(Planeta, 2da. edición, Planeta, 2005)
En Ella, Drácula, Javier García Sánchez imagina a un decrépito sacerdote quien en 1663, en la buhardilla de la parroquia de la aldea de Lupka-Ratowickze, enfermo y sintiendo que el fin de su días terrenales está cerca, se dispone a escribir y escribe (a lo largo de casi toda la novela) los sucesos de la historia que lo ha conmocionado, trastocado y perseguido desde la niñez y que no es otra que la vida y el comportamiento brujeril, sádico y sanguinario de la condesa Erzsébet Báthory (torturó y asesinó alrededor de 700 muchachas, se calcula aquí). Es decir, el cura János Frantizek Pirgist, de 63 años, de niño subsistió en los habitáculos de los subterráneos lavaderos del castillo de Csejthe (pues era hijo de Vargha Balintné, una de las lavanderas), sitio que la condesa prefería entre los numerosos y dispersos castillos de su propiedad, y donde en 1611, dados sus espeluznantes crímenes, fue emparedada en su recámara, donde en medio de inmundicias y de la oscuridad total, habría de morir el 21 de agosto de 1614, según se dio fe. Es decir, por su linaje y por intereses políticos, no fue ejecutada ni llevada a la hoguera, como sí ocurrió con sus tres principales colaboradores: las fortachonas Jó Ilona y Dorkó, y el enano y deforme Ficzkó.
A los hechos que vivió en su infancia (incluidos sus secretos más secretos) y que ineludiblemente incidieron en su conversión en sacerdote, se añade el que János Frantizek Pirgist, por más de 50 años, para comprender los actos y la mentalidad de la condesa, ha investigado todo lo que ha podido sobre ella y su entorno medieval y cognoscitivo, incluso experimentó con bebedizos alucinógenos que ella ingirió, según colige. Y si de muchachita dice que se hacía oír una leyenda (contada por una tía) sobre el sanguinario Empalador, el príncipe valaco Vlad Tepes (1431-1476), por otra parte expone y medita paralelos y diferencias entre ella y los crímenes, el sadismo y el trágico destino de otro célebre, novelesco y peliculesco torturador, violador y asesino múltiple de niños y jovencitos registrado por la leyenda, por la historia, por la literatura y por el cine: el francés Gilles de Rais (1404-1440), Barba Azul, compañero de armas de Juana de Arco (1412-1431), la Doncella de Orleáns, heroína y Santa cuya belicosa y bestial huella también ha originado una serie de leyendas, narraciones, ensayos y filmes.  
El sacerdote es una especie de alter ego del narrador y por ende la novela no es únicamente un esbozo de la vida y crímenes de Erzsébet Báthory, es también la historia de cómo János Frantizek Pirgist logra poner en letra manuscrita toda esa carga largamente postergada (matizada por sus secretos más íntimos), cuyo último episodio, después de colocar el punto del término, lo constituye una visita a las ruinas del castillo de Csejthe, donde en la forma de un solitario pájaro negro que ahuyenta a las demás aves le parece ver la reencarnación de ella e incluso su risa en los graznidos.
Ahora que si el lenguaje de la novela de Javier García Sánchez está salpimentado con un rico vocabulario y tiende a ser muy retórico (o ampuloso) y a poetizar, e incluso le canta a Erzsébet Báthory una elegía en verso libre, abunda en circunloquios, descripciones y reiteraciones (que salen sobrando, pero que pueden gustar a otros), amén de que carece de suspense, casi de giros sorpresivos y de conflicto, pues el conflicto moral del sacerdote es personal e íntimo, y sólo le sirve al narrador para dosificar el meollo e intríngulis de la obra, que es lo que corresponde a la siniestra y cruenta historia de la condesa, su castigo y muerte.
Erzsébet Báthory
En este sentido, ciertos momentos climáticos o álgidos lo conforman los relatos de las torturas y de los asesinatos de las jovencitas vírgenes, cuyo fin último, según narran el sacerdote y la voz narrativa, era que Erzsébet Báthory se bañara literalmente en sangre para así obtener la belleza eterna y la inmortalidad. 
Pero también descuellan los pasajes en que el cura János Frantizek Pirgist, ante tanto crimen y desolación, reflexiona en torno al Mal y frente a la inescrutable indiferencia o silencio del todopoderoso, omnisciente y ubicuo Dios (desde la noche de los tiempos).
Por ejemplo, en el penúltimo capítulo el viejo sacerdote recuerda un fragmento del filósofo Epicuro: “O Dios quiere abolir el Mal y no puede, o bien puede, pero no quiere o no puede y no quiere. Si quiere pero no puede, es impotente. Si puede pero no quiere, es malvado. Pero si Dios puede y quiere abolir el Mal, entonces ¿por qué hay Mal en el mundo?”
Pero antes de que el viejo religioso desgrane sus secretos más secretos, casi a la mitad de la novela, la omnisciente y ubicua voz narrativa dice en una de las recapitulaciones sobre lo que ha signado los días del sacerdote, pero también los días de toda la humanidad que ha pisado el ahora recalentado globo terráqueo, perspectiva aún en ebullición: 
“Pirgist había leído libros de Historia. Conocía el terreno. Guerras, rapiña, usura, envidia, una interminable serie de crímenes, muchos de ellos cometidos en nombres de la fe, de cualquier fe. Eso era la Historia. ¿Por qué entonces, siendo el más perfeccionado e inteligente de los seres terrestres, pues poseemos un espíritu que nos hace ser conscientes de la singularidad e importancia de todo lo vivo, ya que en mucho apreciamos nuestra propia vida, somos precisamente nosotros, las personas, quienes llevamos a nuestra espalda el insoportable peso del Mal? Acaso por tener espíritu. Pero y esto, así se lo había preguntado desde muy joven sin obtener respuesta alguna que le satisficiese, ¿por qué lo permite el Creador, por qué?
“Él mejor que nadie, porque nadie en absoluto siquiera lo sospechó nunca, sabe que abrazó la fe para dar con respuestas que calmasen tales dudas, pero ahí siguen, cual abiertas llagas por las que supura el pus. Infectadas.”


Javier García Sánchez, Ella, Drácula (Vida y crímenes de Erzsébet Báthory, la Condesa Sangrienta). Hungría 1560-1614. Editorial Planeta. Barcelona, 2005. 392 pp.

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Enlace a video documental sobre Erzébet Báthory:
 http://www.youtube.com/watch?v=aeYEDQffbw4

Enlace a la leyenda de Erzébet Báthory, la Condesa Sangrienta: http://www.youtube.com/watch?v=DPEctHCRg30


Los vampiritos y el profesor



Erase que se era una gata furiosa en un tejado

En la serie de libros infantiles para leer y mirar: EnCuento, coeditada por el CIDCLI y el CONACULTA, apareció, en 1998 y con tres mil ejemplares, Los vampiritos y el profesor, narración fantástica de Francisco Serrano (México, junio 27 de 1949), ilustrada con dibujos en color de Claudia Legnazzi, cuya confluencia, bajo el diseño gráfico de Rogelio Rangel y la reproducción fotográfica de Rafael Miranda, sin duda resulta seductora para el pequeño lector. 

(CIDCLI/CONACULTA, México, 1998)
¿Cómo olvidar las virtudes mágicas que Jaime Sabines canta y receta en “La luna”?, poema que incluso varias veces ha sido editado e ilustrado en libros para niños. Pero ante lo que narra Francisco Serrano (con los dibujos de Claudia Legnazzi), por una inconsciente y caprichosa evocación auditiva (tal licantropía de huitlacoche) se puede cantar y oír aquello de que “la luna había aparecido/ como una gata furiosa en un tejado”, versos de “El ahorcado del Café Bonaparte”, poema de Los puentes (1962), del cubano Fayad Jamás (1930-1988), cuyo título alude los bajos fondos del Sena plagados de clochards, cuyos textos el poeta escribió en la miseria europea y parisina, entre 1956 y 1957, después de cruzar el océano desde La Habana en calidad de polizón y náufrago en un barco carguero; (el poema aludido, que buena parte es el monólogo post mortem de un vagabundo solitario y suicida, comprime esa atmósfera desolada y miserable que vivió el autor durante esos fríos y duros años).
Lo dicho no quiere decir que Los vampiritos y el profesor es un modelo de melancolía, abandono o acedia, “ese mal del espíritu descrito por los teólogos y los médicos medievales y renacentistas”, “la enfermedad de los contemplativos y religiosos”, para decirlo con las palabras que Octavio Paz (1914-1998) emplea al reflexionar en torno Nostalgia de la muerte (1938) de Xavier Villaurrutia (1903-1950). Todo lo contrario. Es un modelo de felicidad infantil; de esa que de acuerdo con la milenaria tradición, aún cultivan ciertos privilegiados y elitistas chavalines cada vez que la voz de alguno de sus padres(o algún semejante por el estilo) les dice o les lee un cuento antes de extraviarse en los sueños, sugerido esto en el chiste preliminar de que Francisco Serrano “con Los vampiritos y el profesor quiso escribir un cuento para no dormir a los niños”.

El profesor Persiles Tarantado y los vampiritos Lop y Kiria
Ilustración: Claudia Legnazzi

La Luna Llena, la Diosa Blanca, es protagonista del presente relato. Pero los personajes principales son el profesor Persiles Tarantado y Lop (más o menos de seis años) y Kiria (más o menos de cinco), un par de vampiritos que el profesor recibe por correo desde Rumania, el país de la Europa Oriental donde se hallan las remotas, legendarias y peliculescas tierras de Transilvania. Así, el cuento de Francisco Serrano es una infantil variante que desciende de la antigua estirpe de los mitos, leyendas y relatos de vampiros que en encauzara el irlandés Bram Stoker (1847-1908) con Drácula (1897), novela que no lo hizo millonario, pero sí célebre e inmortal en todos los idiomas (un auténtico muerto no muerto) y que tantas veces ha sido adaptada, variada o parafraseada en la pantalla grande (F.W. Murnau, Werner Herzog, Francis Ford Coppola, Roman Polanski y otros, incluidos directores de infumables churros de horror). 

El laboratorio secreto del profesor Persiles Tarantado
Ilustración: Claudia Legnazzi

     Persiles Tarantado, clisé de científico loco, distraído y noble, vive en la ciudad de México (época actual) en un edificio de departamentos y trabaja en un laboratorio de análisis clínicos, la fuente que utiliza para alimentar el laboratorio secreto que ha instalado en el baño de su departamento, donde investiga la sangre (estructura, composición, funciones) con el objetivo “de descubrir una sustancia maravillosa que mezclada con el plasma sanguíneo lo vigorizaría de tal manera que casi no sería necesario comer”; es decir, busca acabar “para siempre con el hambre”. Esto hizo que los pequeños vámpir (“palabra que significa espectro bebesangre”) fueran enviados al profesor dentro de un par de antiguos féretros, pero también porque los mayores de los pequeños consideraron a México como un lugar “muy apropiado para criar a los vampiritos porque desde el tiempo de los aztecas a este país le ha gustado la sangre”. Así, según el canon que sigue y varía Francisco Serrano, los pequeños duermen en sus ataúdes durante el día, viven de noche, pueden volar y aparecer donde les plazca, necesitan sangre humana para alimentarse, su imagen no se refleja en los espejos, y sus mordeduras en la yugular de la víctimas contagian a éstas, es decir, propagan la peste de la colmilluda e infame turba de nocturnas aves, dado que las transforman en vampiros. 

La antigua estirpe de los vampiritos
Ilustración: Claudia Legnazzi

Cierto es que en un principio el profesor Tarantado acepta cuidar a los vampiritos persuadido por la simpatía de éstos, pero también por el jugoso chequezote de un millón de dólares que le sirven para aligerar su apretado y modesto modus vivendi, que le envió, junto a los féretros y a una carta escrita en caracteres góticos y en un áspero y pseudoantiguo castellano (en realidad una lúdica y divertida parodia), nada menos que el Conde Desmodus van Rolacy, Gran Maestro de la Orden del Laberinto, distinguido pariente de los pequeños vampiros, que le da noticia de una catástrofe reciente: la destrucción por un terremoto del Bolgana, el majestuoso castillo en lo alto de las escarpadas latitudes de Transilvania que durante cinco siglos habitó el rancio abolengo familiar. 
El castillo transilvano
Ilustración: Claudia Legnazzi

Y si mediante sus brillantes pesquisas fisicoquímicas el profesor logra “neutralizar los alcances letales de la luz solar sobre el ser de los vampiros” y así pueden “estar despiertos y activos durante el día”, no deja de preocuparle el hecho de que siguen siendo un par de vampiros que necesitan sangre; es decir, no comen pasteles, ni dulces, ni helados, ni palomitas de maíz, ni nada por el estilo, sólo beben sangre. Y el profesor, por su empleo en el laboratorio de análisis clínicos, cada día los abastece en casa con “dos litros de sangre fresca, que los vampiritos bebían gustosos en sendos biberones de porcelana, decorados con pinturas de lobos, castillos y luna llena brillando sobre el bosque”.
   En este sentido, la naturaleza de los pequeños vampiros cobra efervescencia bajo el influjo de la Diosa Blanca, la Luna Llena. “No estaba seguro don Persiles [dice la voz narrativa], pero tenía la sospecha de que en la oscuridad los niños podían volverse peligrosos, sobre todo, porque pudo constatar que en las noches de luna llena se hacía inquieto el sueño de los vampiritos, que sudaban y se agitaban pronunciando palabras en un idioma incomprensible.” 
   Estos síntomas recuerdan un pasaje que se lee en el ensayo donde Martha Robles se ocupa de “La Diosa Blanca”, compilado en Memoria de la Antigüedad (CONACULTA, 1994): “Bella, esbelta, con la piel tan blanca como la lepra y los ojos intensamente azules, Keats, Coleridge o Graves la vinculan a la pesadilla Vida-en-Muerte que fascina y desespera porque súbitamente puede transformarse en marrana, yegua, perra, zorra, bruja, comadreja, serpiente, lechuza, loba, tigresa, sibila o sirena magnífica. Su versatilidad explica por qué, bajo su influjo al escribir un poema, se crispan los nervios, se erizan la piel y los cabellos, saltan los ojos llorosos como expulsados desde dentro y un horripilante sudor atraviesa el alma hasta humedecer cada poro concentrado en escribir o en leer un verdadero poema, ése que, al decir de Robert Graves, resulta por necesidad ‘una invocación de la Musa, de la Diosa Blanca, Madre de Todo Ser Viviente, portadora del antiguo poder del miedo y la lujuria, la araña hembra y la abeja reina cuyo abrazo es la muerte’.”
       Así, los pequeños vampiros, a escondidas del profesor, como inconscientes posesos, celebran su ancestral, atávico, congénito y milenario rito: “varias veces, sobre todo en las tardes en que la luna llena como un farol se alzaba en el horizonte, Kiria y Lop aprovechaban sus salidas para chuparse a algún paseante solitario. Cuando descubrían a la víctima, se acercaban con disimulo fingiendo estar perdidos, la acorralaban, le ponían una zancadilla y, dando terroríficos gritos que paralizaban a cualquiera: -¡Jsh-kik!, -¡Jsh-kik! La empujaban, haciéndola caer y se ponían a sorberle placenteramente la sangre de la vena yugular, prendidos, una del lado del corazón y otro del lado de la cabeza.” 

Los vampiritos dándose vida
Ilustración: Claudia Legnazzi
Se puede decir, entonces, que los poemas que escriben con sangre este par de pequeños elegidos por la Diosa Blanca (poemas sonoros de resonancias primitivas compuestos por un estridente y rítmico percutir de chasquidos, gritos, aleteos, succiones, pujiditos, ¡aaahs! de satisfacción y deleite, algún eructo y quizá algún pedo o ráfaga de pedos), no son una serie de muertes que puedan contemplarse como una irrefutable celebración del asesinato considerado como una de las bellas artes (Thomas de Quincey dixit), sino el preámbulo de “la más temible invasión de vampiros” de que se tenga memoria en la multitudinaria Chilangolandia, pese a que el más antiguo de sus antepasados que originó la diáspora de la especie: el Anciano de la Montaña, que vivía en el Alamut (“que quiere decir ‘Nido de Aguila’”), “un castillo situado al sur del Mar Caspio”, haya cimentado su leyenda y castigo sobre la base de un sinnúmero de horripilantes asesinatos. 

Lop y Kiria recorriendo las calles de Chilangolandia
Ilustración: Claudia Legnazzi
     Es decir, los pequeños dejan vivitos y coleando a sus víctimas, que ineludiblemente se transforman en vampiros propagadores de la peste. Cuando el profesor descubre sus andanzas al oír la noticia de que un vampiro chupó a su novia en terrenos de la Universidad, empieza a ser consumido por una creciente depresión que lo arroja a la cama. Así, cuando los pequeños organizan su fiesta de cumpleaños (“caía a la mitad de octubre, justo el día de luna llena”) e invitan a sus compañeros de escuela, el profesor Tarantado supone lo que ocurrirá entre sus planes que, para el caso, sucede durante el juego de las escondidas con la luz apagada. Después de haber chupado a sus todos sus cuates del colegio (“lo hicieron suavemente, sin lastimarlos”) y ya han encendido la luz para devorar el pastel (pese a que a los vampiros sólo beben sangre humana), el profesor despierta súbitamente en su cuarto y ve por la ventana “cómo una gigantesca nube negra cubría la luna, mientras un aullido terrorífico resonaba en la noche.”


Francisco Serrano, Los vampiritos y el profesor. Láminas en color de Claudia Legnazzi. Serie EnCuento. CIDCLI/CONACULTA. México, 1998. 36 pp.