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lunes, 15 de febrero de 2016

El perfume. Historia de un asesino

 Amaos los unos contra los otros

El perfume. Historia de un asesino, la celebérrima novela de Patrick Süskind (Ambach, Baviera, Alemania, marzo 26 de 1949), se editó por primera vez en alemán en 1985 y de inmediato, tal furioso y globalizado virus de pólvora, se convirtió en la gallina de los huevos de oro, en un best seller traducido a múltiples idiomas y masivamente reeditado, una y otra vez. Lo que a la postre derivó (hasta 2006) en el estreno de su homónima adaptación cinematográfica. 
DVD de El Perfume. Historia de un asesino (2006),
película basada en la novela homónima de Patrick Süskind.
  Uno de los comprensibles efectos secundarios del alharaquiento y explosivo boom de El perfume, fue la paulatina traducción al español de otros libros de Patrick Süskind, muy menores en relación a éste: el libreto teatral: El contrabajo (1986), las novelas: La paloma (1987) y La historia del señor Sommer (1992), y los cuatro cuentos breves compilados en Un combate y otros relatos (1996). 

(FCE, México, 1987)
  En México, los cinco libros de Patrick Süskind fueron publicados por Seix Barral. Los tres primeros traducidos del alemán por Pilar Giralt Gorina y los dos últimos por Ana María de la Fuente. Y el FCE fue la empresa paraestatal que editó, con la traducción al castellano de Carlota Vallée Lazo, la erudita investigación histórica de Alain Corbin: El perfume o el miasma. El olfato y lo imaginario social. Siglos XVIII y XIX (1987), cuya primera edición en francés data de 1982 y de la que se dice con bombo y platillo —incluso en la contraportada— inspiró a Patrick Süskind la escritura de su novela El perfume

Contraportada de El perfume o el miasma (FCE, 1987)
  Por renuencia del propio Patrick Süskind (cuyo director ideal era Stanley Kubrick, pero murió el 7 de marzo de 1999 y por ende se especuló que el elegido sería Ridley Scott), los productores y empresarios se tardaron en negociar y pergeñar la adaptación al cine que dirigió Tom Tykwer (ineludible versión del Reader’s Digest, quizá diría el consabido demiurgo de la Escuela de Estudios Cinematográficos de Praga), pues las vertientes visuales de la novela eran y son una incitación a hacerlo: pormenorizadas descripciones escenográficas y del vestuario de los personajes; párrafos y páginas descriptivas repletas de recargados entornos que tácitamente implican paneos de cámara; descripciones de movimientos clave (los llevados y traídos planos secuencia) en el contexto del argumento, como cuando Grenouille entra por primera vez a la abigarrada y repleta tienda del perfumista Baldini; cuando Grenouille, a sus 15 años, comete el primer asesinato de una hermosa y olorosa adolescente de 13 ó 14 años; cuando en una recámara de la rústica posada del pueblo La Napoule realiza en la oscuridad el minucioso rito de su último asesinato (traza el modus operandi) de una serie de asesinatos de 25 bellísimas y aromáticas muchachitas vírgenes, 24 de ellas encontradas muertas de un golpe en la nuca en los alrededores de Grasse y en Grasse, sin los cabellos, desnudas y aún virginales; cuando Grenouille, cuasi brujo que domina los secretos de la magia negra, se fabrica, en el taller del perfumista de Montpellier, un aura que huele a simple humano impregnado del tufillo de un perfume común y corriente; o la vistosa y panorámica orgía de diez mil personas convocadas alrededor del singular cadalso de Grasse (erigido ex profeso para exterminar al asesino serial) que provoca una minúscula gota de la perfecta y exquisita fragancia del amor creada por Grenouille con el aroma extraído de las 25 hermosas adolescentes ultimadas por él. Perfume con el que podría haber dominado y puesto cabizbajo y de rodillas al pestífero y corrompido mundanal mundo y que parece cumplir al pie de la letra el sentido del sonoro título del ensayo de Thomas de Quincey: Del asesinato considerado como una de las bellas artes. O el voluptuoso y violento canibalismo que exacerba su perfume del amor frente a una horda de astrosos maleantes y vagabundos reunida alrededor del fuego en el Cimetière des Innocents de París la madrugada en que Grenouille —dada la hiedra venenosa de su profunda y solitaria misantropía, psicosis y pocas luces— decide borrarse del globo terráqueo. 

 (Seix Barral, 1ª reimpresión mexicana, febrero 14 de 1986)
  Dividida en 4 partes y 51 capítulos, El perfume es una novela lineal, muy descriptiva, repleta de detalles y minucias y de relatos secundarios que enriquecen el epicentro de la historia. Comienza con el nacimiento del protagonista Jean-Baptiste Grenouille, el 17 de julio de 1738, en el lugar más hediondo y nauseabundo del pestilente París: “un puesto de pescado de la Rue aux Fers”. Continúa con el itinerario de su triste e increíble vida (sin ahondar en los trasfondos psicológicos); y concluye con su muerte la madrugada del 26 de junio de 1767. 

 
Patrick Süskind
       Desde el subtítulo en la portada, el lector sabe que se halla ante la Historia de un asesino y desde el íncipit se le anuncia que Grenouille fue un genio maldito entre los genios malditos de la Francia del siglo XVIII; lo que implica que la novela, en cierto modo, carece de suspense y que lo magnético, lo que atrapa al lector, son las sucesivas y susodichas descripciones escenográficas y del ámbito de los olores y, por su puesto, la inextricable singularidad fantástica de la trama y del grotesco y delirante Jean-Baptiste Grenouille, criado desde bebé en la casa de expósitos de madame Gaillard, quien al suspenderse el pago del monasterio de Saint-Merri que había venido recibiendo ex profeso, a sus ocho años de edad lo vende al maître curtidor Grimal, en cuyo taller trabaja día y noche como criado y aprendiz ejecutando las labores más rudas, mortales y malolientes. Pero Grenouille, a sus quince años, después de la experiencia odorífera que lo induce a cometer su brutal e irreflexivo primer asesinato la noche del primero de septiembre de 1753, con tal de corporificar las mil y una fragancias que ha olido e imaginado sin saber cómo se crea un perfume, decide separarse del curtidor Grimal y aprender los secretos de la perfumería haciéndose comprar y emplear por el perfumista Baldini, con quien labora hasta sus dieciocho años y quien le otorga su libertad y su flamante certificado de oficial de artesano perfumista. Pero al unísono, Grenouille —torpe para el habla, poco inteligente, sin ambiciones pecuniarias, chaparrito, con cierta cojera, pelirrojo, feote, asexuado, insignificante, y con cicatrices en el rostro y en las manos— desde bebé posee la nariz más hipersensible de cuantas hayan existido sobre la faz de la tierra. Por su olor identifica a las personas, a los animales y a las cosas. Puede olerlos a través de las paredes y a varios kilómetros de distancia. Puede diseccionar por completo la invisible mixtura de aromas y pestes que flota en la atmósfera y elegir y rastrear en la oscuridad o con los ojos cerrados, y durante largas distancias, la fragancia que le interese; o sólo con el olfato en un cuarto oscuro puede localizar un minúsculo objeto perdido que apenas huele y que la nariz de los otros no capta.
 
(Sur, Buenos Aires, 1944)
       A imagen y semejanza de “Funes el memorioso”, el personaje del cuento que Jorge Luis Borges reunió en Ficciones (Sur, 1944), Grenouille está imposibilitado para las abstracciones intelectuales; y al igual que Funes posee una memoria imborrable, sólo que restringida al ámbito de los olores. Desde que Grenouille nació, todo lo que ha olido su nariz de minúscula garrapata está archivado en su memoria olfativa, que es idéntica a una indeleble, laberíntica y descomunal biblioteca de catalogados aromas y hedores. Con tal clasificación odorífica, en los sueños y en su maniática y megalómana imaginación de perfumista nato, elabora las fragancias más exquisitas, finas y hechizantes jamás olidas por los simples mortales que infestan el globo terráqueo.
   
Fotograma de El perfume  (2006)
        Pese a todo ello, Grenouille, desde bebé, carece de olor y desde entonces esto suscita aversión, rechazo y fobia entre quienes lo rodean o entre quienes tienen contacto con él; lo cual, además, no riñe con el intrínseco odio hacia el género humano que siempre lo signa. 
Cuando a sus 15 años Grenouille empezó a aprender el oficio de perfumista con el maître Baldini, éste estaba a punto de quedarse sin un clavo, de quebrar sin remedio. Cuando en mayo de 1756, casi a sus 18 años, abandona la tienda y el taller del maître Baldini, lo deja convertido en el perfumista más rico y célebre de Francia y de Europa y con 600 fórmulas creadas por Grenouille, mismas que suman “más de las que varias generaciones de perfumistas podrían realizar jamás”.
 El maître Baldini y Grenouille
(Dustin Hofman y Ben Wishaw)
Fotograma de El perfume (2006)
  Grenouille, con una alforja, 25 francos y su rutilante certificado de oficial de artesano perfumista, se dirige ahora a Grasse, la ciudad de los perfumistas por excelencia, lugar al que viaja a pie para aprender las técnicas de extracción de aromas que no aprendió con Baldini. Pero en la ruta empieza a eludir el repulsivo olor de los ejemplares de la especie humana, a caminar por las noches mientras su misantropía se agudiza a tal punto que sus pasos lo llevan, un día de agosto de 1756, hasta la cima del Plomb du Cantal, un volcán con dos mil metros de altura, desde donde su poderosa nariz no registra el miasma del género humano ni el microscópico pedúnculo umbelífero de ningún hombre y donde halla una oscura y estrecha gruta nunca antes pisada. Allí se entierra durante siete años, entre sus 18 y sus 25 años de edad. La mayor parte del tiempo se la pasa, como todo un pachá de los efluvios y de las fragancias, abandonado a las borracheras y orgías de aromas que, a imagen y semejanza de un todopoderoso Dios en su particular y solipsista universo, elabora en su imaginación y en sus sueños, y donde la esencia odorífica de la bella adolescente que estranguló el primero de septiembre de 1753, suele ser el perfume más placentero y embriagador entre todos los perfumes embriagadores y placenteros que almacena en las bodegas de su inmensa y laberíntica biblioteca odorífera. De vez en cuando, el homúnculo sale de la gruta, bebe agua, hace pipí, defeca y come “liquen, hierba y bayas de musgo”, “pequeñas salamandras y serpientes de agua que devoraba con piel y huesos después de arrancarles la cabeza”, incluso comió “un cuervo muerto” y “murciélagos muertos por congelación”.

Sin embargo, un día de febrero de 1764, Jean-Baptiste Grenouille abandona la gruta. La razón: de pronto, en medio de sus ensueños odoríferos, descubre por primera vez y con aterrorizada sorpresa que su cuerpo no emite ningún olor. Y se marcha de allí decido a conseguirlo. 
Reaparece ante los ojos de los rudos campesinos con la facha de un troglodita: “Los cabellos le llegaban hasta las rodillas, la barba rala, hasta el ombligo. Sus uñas eran como garras de ave y la piel de brazos y piernas, en los lugares donde los andrajos no llegaban a cubrirlos, se desprendía a tiras.” En la ciudad de Pierrefort, luego de ser tildado de huido de un galeote, de “mezcla de hombre y oso, una especie de sátiro”, y de espécimen semejante a los homúnculos de “una tribu de indios salvajes de Cayena”, el marqués de la Taillade-Espinasse, señor feudal de Pierrefort, miembro del Parlamento en Toulouse y locuaz científico experimental, al tener noticia de su aspecto de cavernícola y de que vivió siete años enterrado en una gruta subterránea, lo convierte en su protegido y se lo lleva, como conejillo de indias, al laboratorio de su castillo de Montpellier, con el fin de demostrar la veracidad de su loca teoría del fluido letal (un supuesto gas pútrido quesque emana de la tierra constantemente y dizque “paraliza las energías vitales y tarde o temprano conduce a la extinción”) y más aún: con el troglodita pretende demostrar la supuesta eficacia de sus locuaces y chocarreros métodos terapéuticos.  
    Grenouille, una vez sometido a los procedimientos del marqués de la Taillade-Espinasse y con el vestuario y el maquillaje de un francés común de la época, monta una faramalla más con tal de que lo lleven al taller de un perfumista de Montpellier, con cuyos modestos y rupestres instrumentos se crea un aura odorífera mediante la combinación de dos olores fabricados por él: un perfume sin mayor pena ni gloria y la sencilla fragancia de un hombre perfumado. Ya con su aura individual, Grenouille da una ronda por las callejuelas observando el efecto de ser registrado como persona común y corriente. En tal paseo se exacerba el odio que siente ante el hediondo y corrupto género humano y su acendrada megalomanía: creará “un aroma de ángel, tan indescriptiblemente bueno y pletórico de vigor que quien lo oliera quedaría hechizado y no tendría más remedio que amar a la persona que lo llevara, o sea, amarle a él, Grenouille, con todo su corazón.
   “¡Sí, deberían amarle cuando estuvieran en el círculo de su aroma, no sólo aceptarle como su semejante, sino amarle con locura, con abnegación, temblar de placer, gritar, llorar de gozo sin saber por qué, caer de rodillas como bajo el frío incienso de Dios sólo al olerle a él, Grenouille! Quería ser el Dios omnipotente del perfume como lo había sido en sus fantasías, pero ahora en el mundo real y para seres reales.”
   Para tal objetivo, luego de alrededor de diez días en Montpellier, Grenouille, en marzo de 1764, se marcha a Grasse, la ciudad de los perfumistas por antonomasia. En siete días ya está allí y no tarda en hacerse contratar como segundo oficial en el taller de madame Arnulfi, viuda del maître parfumeur Honoré Arnulfi, con la particularidad de que durante su previo recorrido por las callejas y callejuelas de Grasse descubre el aroma más exquisito que haya olido su nariz de garrapata enana: el olor de una adolescente con apenas un principio de senos. Así, en tanto la bella muchachita llega a su punto odorífero para él y mientras aprende las técnicas de extracción de esencias aromáticas que aún ignora, se antepone como término dos años para apropiarse del efluvio de la chavala.  
   En enero de 1765 la viuda madame Arnulfi se casa con el primer oficial de su taller: Dominique Druot; así que éste se convierte en el maître perfumista y Grenouille en el primer oficial, además de que ya domina las técnicas para extraerle el olor a un ser humano, mismas que le servirán para la perfecta fragancia que planea: un perfume elaborado con la esencia de las hermosas adolescentes que inspiran amor. 
   
Fotograma de El perfume (2006)
       Para crearlo, entre mayo y septiembre de 1765, Grenouille asesina a las 24 preciosas muchachitas de los alrededores de Grasse y de Grasse, y deja para el año siguiente la extracción de la fragancia de la citada pubescente que le resulta el olor más exquisito de todos los aromas que ha conocido, mismo que será el epicentro del perfume del amor que saldrá de su sapiencia de demiurgo menor, de diosecillo bajuno, y de su consubstancial nariz de garrapata hechicera.
    Es decir, el 17 de julio de 1766 Grenouille cumplirá 28 años y el crimen de la doncella número 25 lo ejecuta en marzo de 1766, en La Napoule, y ella, además de poseer la esencia central de la fragancia del amor que luego crea, es la única chica de la cual la voz narrativa dice el nombre: Laure Richis, objeto odorífero y único crimen de los 25 asesinatos (para el perfume) que es contado con todos sus pormenores; lo cual también ocurre en el caso del primer asesinato cometido por Grenouille: el súbitamente perpetrado la noche del primero de septiembre de 1753.
 
Grenouille y su primera víctima
(Karoline Herfurth y Ben Wishaw)
Fotograma de El perfume (2006)
        Curiosamente, Patrick Süskind, quien además de historiador es muy detallista y minucioso en muchos aspectos descriptivos de su novela, varias veces descuida las fechas o los marcos temporales que maneja (tal inequívoco síndrome de “Amnesia in litteris”, expuesto en su paródico cuento sobre el arquetipo del desmemoriado lector, reunido en Un combate y otros relatos). Por ejemplo, los asesinatos de las 24 adolescentes ocurrieron entre mayo y septiembre de 1765 y durante los últimos meses de tal año se sucede entre la población de Grasse y alrededores la fóbica secuela social que ello suscita y enseguida, en la página 187, se dice que ya es “el primero de enero de 1766”. Pero luego, en la página 234 deja de ser 1766; es decir, pese a que sólo se trata de unos días después del asesinato de Laure Richis acontecido en marzo de 1766, la novela da un brinco de saltimbanqui renacentista al “25 de junio de 1767”, día que Grenouille llega a París para propiciar su muerte después de las doce de la noche, precisamente en el Cimetière des Innocents, cuando al dejar correr sobre sí mismo el contenido del minúsculo frasquito de su perfume del amor elaborado con los efluvios de las 25 chicas asesinadas, una harapienta Corte de los Milagros reunida en torno a la hoguera (“ladrones, asesinos, apuñaladores, prostitutas, desertores, jóvenes forajidos”) se arroja sobre él y lo destroza con puñales, hachas y machetes, para enseguida devorar sus pedazos con furiosa y amorosa lujuria. 
   
Laure Richis (Rachel Hurd-Wood)
Fotograma de El perfume (2006)
      Pero el caso es que los pocos errores que comete al asesinar a Laure Richis (que sólo tenía dieciséis años) y las evidencias que la policía halla en la pequeña cabaña del olivar que madame Arnulfi tiene detrás del convento de los franciscanos y que Grenouille ocupaba para vivir y la confesión de éste, son suficientes para propiciar su encarcelamiento y la expedita y rápida condena a muerte en un cadalso público erigido ex profeso, donde, atado a una cruz horizontal, el verdugo le dará “doce golpes con una barra de hierro que le descoyuntarán las articulaciones de brazos, piernas, caderas y hombros, tras lo cual se levantará la cruz, donde permanecerá hasta su muerte”. 
  Sin embargo, cuando Grenouille es trasladado ante las diez mil sedientas personas conglomeradas para presenciar el cumplimiento y el horrorosísimo espectáculo de la pena de muerte del famoso asesino de doncellas vírgenes que ha tenido a la población de Grasse y alrededores con el Jesús en la boca y el corazón en la mano, la única gota de su perfume del amor que lleva encima es suficiente para que la multitud de energúmenos lo vea tierno, guapo, inofensivo, angelical, e incapaz de matar una mosca y de mordisquear un plátano. Pero lo más memorable es el trastorno psíquico y la masiva orgía que su perfume desencadena:
Fotograma de El perfume (2006)
   “Todos consideraban al hombre de la levita azul el ser más hermoso, atractivo y perfecto que podían imaginar: a las monjas les parecía el Salvador en persona; a los seguidores de Satanás, el deslumbrante Señor de las Tinieblas; a los cultos, el Ser Supremo; a la doncella, un príncipe de cuento de hadas; a los hombres, una imagen ideal de sí mismos. Y todos se sentían reconocidos y cautivados por él en su lugar más sensible; había acertado su centro erótico. Era como si aquel hombre poseyera diez mil manos invisibles y hubiera posado cada una de ellas en el sexo de las diez mil personas que le rodeaban y se lo estuvieran acariciando exactamente del modo que cada uno de ellos, hombre o mujer, deseaba con mayor fuerza en sus fantasías más íntimas.

   
Fotograma de El perfume (2006)
       “La consecuencia fue que la inminente ejecución de uno de los criminales más aborrecibles de su época se transformó en la mayor bacanal conocida en el mundo después del siglo segundo antes de la era cristiana: mujeres recatadas se rasgaban la blusa, descubrían sus pechos con gritos histéricos y se revolcaban por el suelo con las faldas arremangadas. Los hombres iban dando tropiezos, con los ojos desvariados, por el campo de carne ofrecida lascivamente, se sacaban de los pantalones con dedos temblorosos los miembros rígidos como una helada invisible, caían, gimiendo, en cualquier parte y copulaban en las posiciones y con las parejas más inverosímiles, anciano con doncella, jornalero con esposa de abogado, aprendiz con monja, jesuita con masona, todos revueltos y tal como venía. El aire estaba lleno del olor dulzón del sudor voluptuoso y resonaba con los gritos, gruñidos y gemidos de diez mil animales humanos. Era infernal.”
 
Fotograma de El perfume (2006)
       Baste decir, para concluir la nota, que Jean-Baptiste Grenouille, gracias a los efectos de su exquisito perfume del amor, obtuvo la exculpación oficial y el vertiginoso enamoramiento del propio padre de Laure Richis, quien intenta adoptar y adorar para siempre a la horripilante, nauseabunda y torpe garrapata. 


Patrick Süskind, El perfume. Historia de un asesino. Traducción del alemán al español de Pilar Giralt Gorina. Seix Barral. 1ª reimpresión mexicana. México, febrero 14 de 1986. 240 pp. 


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lunes, 2 de febrero de 2015

Un combate y otros relatos


 Entre parálisis te veas

Después del explosivo y estridente boom internacional de la novela El perfume. Historia de un asesino (1985), que el germano Patrick Süskind escribió en alemán, aparecieron traducidas al español y editadas por Seix Barral, las novelas La paloma (1987) y La historia del señor Sommer (1991), el libreto teatral El contrabajo (1996) y los cuentos Un combate y otros relatos (1996). E incluso en México, en 1987, en medio de la efervescencia del sonoro best seller, el FCE publicó El perfume o el miasma. El olfato y lo imaginario social. Siglos XVIII y XIX, la erudita investigación histórica de Alain Corbin editada en francés en 1982, la cual, según reza la leyenda (publicitariamente recíproca) fue utilizada por Patrick Süskind para pergeñar los efluvios y hedores de su exitosa novela, adaptada a la pantalla grande en la homónima película de 2006 dirigida por Tom Tykwer.
 
Patrick Süskind
       Patrick Süskind (Ambach, Baviera, marzo 26 de 1949) en Un combate y otros relatos reunió cuatro cuentos que si bien resultan muy menores en relación a El perfume, por lo menos son legibles y tienen humor. Se trata de cuatro variantes de embotamiento o de una cuarteta de cuentos en donde cuatro formas de parálisis translucen determinados esquemas clínicos.

      En “La atracción de la profundidad”, el primer cuento, una joven de Stuttgart oye el insulso y subjetivo comentario que un crítico dice ante los cuadros de su primera exposición: “Su trabajo denota talento y expresividad, pero adolece de falta de profundidad.” Casi idénticas palabras repite el crítico en una nota periodística, mismas que al parecer son repetidas y rumoreadas por los asistentes a una fiesta a la que va la joven pintora. Esto basta para que se hunda en la parálisis: deja el dibujo y la pintura y se convence a sí misma de que carece de profundidad. Luego de una serie de boberías que subrayan su carácter endeble, su tremenda ignorancia y el hecho de que es una grandísima burra, se agudiza su perpetuo e indetenible abandono (físico, psíquico, anímico) y decide suicidarse. Así, salta desde la cima de los 139 metros de alto que tiene la torre televisiva. Pero como para gozar con lo absurdo y tonto del relato, no se estrella en línea recta contra el asfalto, sino como “aquel día soplaba un viento muy fuerte”, su cuerpo (una bola de carne repleta de alcohol, relleno de relleno y barbitúricos) “fue transportado por encima de un campo de avena hasta el bosque y cayó entre los abetos. De todos modos, murió en el acto.” Lo curioso es que por las palabrejas que empieza a manipular el critiquillo a raíz de la violenta muerte de la pintora, no sorprendería que el público, que ahora conoce los pormenores domésticos de su sórdida decadencia y suicidio, la comience a ver y a exaltar a imagen y semejanza de una artista atormentada y visceral, cuya supuesta atracción por lo destructivo y profundo, dizque ya se advertía en sus talentosos y expresivos cuadros de joven promesa.
 
(Seix Barral, México, 1996)
      El espectáculo de “Un combate”, el segundo cuento, se desarrolla sobre y alrededor de un famélico tablero de ajedrez, ante el cual, en el jardín de Luxemburgo, se enfrentan “el matador local”, un vejete raído y despreciado por el grupo al que suele vencer, y el retador, un joven desconocido que todos toman por un tipo galán con “dotes geniales”, que seguramente arrastrará al “matador local” por las hediondas heces de su definitivo Waterloo. Pero al término de la batalla, cuando quedó claro que el supuesto genio no era más que un imbécil, el vejete, por cansancio o por abulia ante la envida de sus frecuentes y mediocres contrincantes y por un íntimo código de honor, concluye, ensimismado, que ese triunfo es “una derrota terrible y definitiva”, por lo que decide, ante sí mismo, deponer las armas y entregarse por siempre jamás a la parálisis, es decir, nunca volverá a jugar el ajedrez.

      El tercer cuento del libro: “El testamento de maître Mussard”, son, en mayor medida, las últimas palabras escritas por Jean-Jacques Mussard (1687-1753). Según su autoesbozo biográfico, de hijo de zapatero se transformó en un orfebre de París que llegó a poseer una gran fortuna que le permitió el cultivo de los libros y las ciencias. Y pese a que se dice amigo de ciertas luminarias: Diderot, Condillac, D’Alembert, Voltaire, Rousseau, todo indica que es un loco que se dice atacado por lo que según él los médicos llaman parálisis stomachosa, un mal que “provoca la progresiva paralización de las extremidades y órganos internos”, (especie de esclerosis múltiple, por lo que se ve, quizá producto de la hipocondría y de la locura). Así, si el testamento de maître Mussard es la revelación y demostración de su descubrimiento dizque científico y quezque cosmogónico: el orbe “es un molusco que se cierra sin compasión”, sus palabras también implican que su supuesta enfermedad es “el mal del molusco”, el precio y castigo por ser el elegido: “el hombre que vio al molusco”, es decir, a la Voluntad Suprema que le da sentido al globo terráqueo, a la vida y a todo el universo.
   
Patrick Süskind
       “Amnesia in litteris”, el cuarto y último cuento de este libro de Patrick Süskind, es una humorada sobre el olvido literario, sobre lo frágil que es la memoria ante el paso del tiempo, ya se trate de un erudito con una poderosa capacidad mnemónica (“la memoria es una forma del olvido”, Borges dixit) o de un simple mortal haciendo en el ciberespacio el efímero e infinitesimal papel de reseñista y crítico de libros que nadie lee. Pero el caso que representa y expone el personaje del cuento es francamente caricaturesco, hilarante, extremo y patético: un tipo de copiosas lecturas paralizado ante su asombrosa y risible virtud para el olvido literario (especie de ataque del mal de Alzheimer, in crescendo, precisamente en las neuronas donde se almacenan y bullen los chips de la memoria cognitiva y de la imaginación literaria). Así, en un instante, entre sus numerosos olvidos, el hombre se radiografía a sí mismo y se dice: “Treinta años de lecturas inútiles. Miles de horas de mi niñez, de mi juventud y de mi vida adulta dedicadas a leer, y no conservo nada más que un gran olvido. Y el mal no da señales de querer remitir sino todo lo contrario, empeora. Hoy, cuando leo un libro, antes de terminarlo, ya he olvidado cómo empieza.”


Patrick Süskind, Un combate y otros relatos. Traducción del alemán al español de Ana María de la Fuente. Seix Barral. México, 1996. 96 pp.

jueves, 18 de abril de 2013

El contrabajo



Nacido para perder


Patrick Süskind

El contrabajo, la obra teatral de Patrick Süskind (Ambach, Baviera, marzo 26 de 1949), cuya primera edición en alemán data de 1984 y en español de 1986 (traducida por Pilar Giralt Gorina), es un libreto breve y menor si se compara con los matices y la riqueza de su novela más célebre: El perfume. Historia de un asesino (Seix Barral, Barcelona, 1985). Pero de ninguna manera es de baja calidad; todo lo contrario: es un libreto estupendo, muy bien logrado.
(Seix Barral, Barcelona, 1985)
  Si en El perfume el lector se introduce en un mundo imaginario donde pululan conocimientos históricos, perfumistas, herbolarios, odoríficos, etcétera, enclavados y engarzados en la Francia del siglo XVIII, cuyo protagonista: Jean-Batiste Grenouille es un monstruoso genio del olfato que logra elaborar la esencia aromática más exquisita y perfecta del orbe, en El contrabajo descuella también, aunque sintéticamente, la inclinación de Patrick Süskind por historiar con cierta técnica de palimpsesto, pero aquí lo hace en el terreno de la música; de modo que sus reminiscencias y alusiones detallistas en torno a ciertas obras, a anécdotas biográficas de consabidos músicos y a momentos determinados en la evolución del contrabajo, denotan a un melómano ilusionista y conocedor de la materia.

(Seix Barral, Barcelona, 1999)
    El libreto es un drama tragicómico que exige excelentes virtudes histriónicas y musicales tanto al actor como al director. Situada en la Alemania de antes de la caída del muro de Berlín, es un largo monólogo dirigido a un interlocutor que nunca habla, porque sólo existe en la desesperada, neurótica, esquizoide y solitaria imaginación del contrabajista, tercer atril de la Orquesta Sinfónica Nacional.

Carlo Maria Giulini
     Los sucesos ocurren unas horas antes de que inicie el festival de temporada con El oro del Rin y Carlo Maria Giulini como director invitado. Dado que se halla ligeramente briago (y seguirá bebiendo cerveza durante la totalidad del lapso) goza de una lucidez delirante que le brota a torrentes interrumpidos, obsesivos y caprichosos. 

El espacio escénico en que esto se desarrolla es el departamento del contrabajista, la atmósfera habitual de su ámbito interior que lo induce a desmenuzar los pormenores y trasfondos de su situación existencial.
     
      
         La manera en que Patrick Süskind entabla y bosqueja el vínculo entre el hombre y su instrumento es, al unísono, satírica y bufónica. Si se burla, parodia y ridiculiza la fatalidad orquestal del contrabajista, también construye una parábola óptica donde la relación entre el intérprete y su artefacto se ha diluido entre sí. El instrumento es él: su piedra de Sísifo, se ha posesionado de su identidad, enuncia su estrato social, invade su espacio íntimo y su intimidad sexual, restringe y limita su espectro creativo y musical, y lo hunde ante la competitividad humana (pragmática, jerarquizada, burocrática) en la que el mediocre, es decir, el simple mortal, ve pisoteada y hecha polvo su autoestima, su libertad y su honor.

     
       Si al principio de la obra el lector asiste y presencia la delectación ideal y sublime en torno al concepto del contrabajo y sus limitados registros tonales, pronto verá que esto sólo es un fantaseo tan ingenuo y solipsista como resulta su referencia peyorativa a Franz Schubert, lo que termina transpuesto en el anhelo, casi imposible, de interpretar el quinteto La trucha, como improbable es que con un grito quezque heroico conquiste a la Sara de sus sueños, derrumbando así, en un efecto dominó, todos los obstáculos que subrayan y aprisionan al cepo su pequeñez.
Franz Schubert
   La soledad, debilidad y falta de talento, no sólo son estigmatizados por el historial genealógico y de tipo psicoanalítico que desentraña y elucida al vertir y teatralizar su atadura amor-odio hacia el instrumento, sino que también el autodesprecio estoico, la envidia y los celos hacia los virtuosos que le deforman su apreciación y la idealización amorosa que sabe prohibitiva, lo obligan a resignarse y constreñirse en sus limitaciones inventivas, orquestales, sexuales, económicas y sociales.


    
      Todo el meollo está desglosado con una comicidad fina, de humor negro, que además de propiciar que el drama no sea cursi, sino lúdico y risiblemente doloroso, transluce la virtud narrativa de Patrick Süskind para trasladar y comprimir en un libreto teatral (en un acto) un fenómeno que representa y ejemplifica el fracaso del consabido solitario perennemente empantanado en el marasmo de la previsible burocracia y la mediocridad.



Patrick Süskind, El contrabajo. Traducción del alemán al español de Pilar Giralt Gorina. Biblioteca Formentor, Editorial Seix Barral. Barcelona, 1999. 64 pp.