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sábado, 7 de enero de 2017

El camino de Ida




El profesorcito señor X


I de II
El camino de Ida, novela del argentino Ricardo Piglia (Adrogué, provincia de Buenos Aires, noviembre 24 de 1940-Buenos Aires, enero 6 de 2017)) editada por Anagrama en la serie Narrativas Hispánicas, apareció en Barcelona en septiembre de 2013 y un mes después en México. Emilio Renzi, el memorioso protagonista que evoca y narra los pormenores del libro, dice en el “Epílogo”: “Thomas Munk fue ejecutado el 2 de agosto de 2005, diez años después de su captura.” Tal fecha permite al lector fijar los márgenes temporales en que se desarrollan los sucesos medulares de su memoria: entre enero y septiembre de 1995, pues a lo largo de las páginas Emilio Renzi no da fechas precisas y sí datos dispersos y equívocos y a veces contradictorios, como es, por ejemplo, lo que implica la fecha del nacimiento de Nina Andropova, pues según dice en la página 88, “Había nacido en Moscú en 1920”, y luego en la página 100 afirma que “Tenía casi 80 años”. Lo cual quiere decir que el presente de su memoria ocurrió en el 2000 o casi en el 2000; pero según el “Epílogo” no es así.  “Fue Ida Brown quien me ligó a esa historia y por ella he escrito este libro”, afirma Emilio Renzi en el “Epílogo”. Y así parece por el título de la novela. Sin embargo, el meollo trascendental de su memoria y de sus digresiones y relatos es el asesino Thomas Munk y no Ida Brown, pese a su vida secreta (salpimentada de claroscuros, iconoclasia, sexo y drogas) y a su subrepticio vínculo con tal deleznable terrorista.

(Anagrama, México, 2013)
       Además del “Epílogo”, El camino de Ida comprende cuatro partes. En la primera, “El accidente”, Emilio Renzi, escritor y profesor, narra que a mediados de diciembre recibió en Buenos Aires una invitación de Ida Brown para dar clases, un semestre, en la Universidad Taylor, ubicada en un pueblo cercano a Nueva Jersey. En enero ya está allí para exponer un seminario sobre Guillermo Enrique Hudson a un reducido grupo de alumnos de doctorado. Se instala en el campus, precisamente en la casa de un profesor de filosofía que hace un año sabático en Alemania.

Ricardo Piglia
  En la Universidad Taylor, su seminario está adscrito al Departamento de Modern Culture and Films Studies y esto resulta significativo en el contexto de lo que sucede a lo largo del libro, pues además de que mucho tiene de filme hollywoodense clasificación B, abundan las lúdicas alusiones cinematográficas, como es el caso de Los pájaros (1963), de Alfred Hitchcock, cuando en la cuarta parte, en septiembre, Renzi se dirige a la cárcel, en Sacramento, para conversar con el prisionero Thomas Munk, asesino anarquista que desde hace casi 20 años, desde la clandestinidad y el anonimato, ha estado matando técnicos y científicos mediante cartas-bomba. Pero el caso es que casi recién llegado, el cincuentón Emilio Renzi inicia una furtiva relación sexual con la cuarentona Ida Brown, la cual concluye intempestivamente cuando “a las 19.00 pm del jueves 14 de marzo”, luego de recoger su correspondencia en la universidad, muere en un accidente automovilístico en el que “La quemadura en la mano derecha era el signo más extraño del caso.”    

El rótulo de la segunda parte, “La vecina rusa”, alude a la susodicha Nina Andropova, profesora jubilada, especialista en Tolstoi, cuya casa colinda con la que ocupa Renzi, especialista en Hudson. La singular muerte de Ida Brown, especialista en Conrad y tecleadora de “tesis explosivas sobre política y cultura”, suscita que la policía local y el FBI investiguen el caso, dada la probabilidad de que tal “accidente” esté asociado a los sangrientos actos del terrorista Munk, por entonces anónimo y apodado Recycler. La reiterada presencia del FBI hace que Renzi contrate a Ralph Parker, un detective privado de la Ace Agency con oficina en Nueva York, quien indaga la vida privada y el itinerario de la formación académica de Ida Brown, quien en los años 60 hizo su doctorado en Berkeley, cuando Thomas Munk era profesor de matemáticas, pues a sus 25 años, en 1967, empezó a dar clases allí. Pero muy pronto, tras recibir la Medalla Fields por su “teorema de las decisiones”, abandonó la vida académica para recorrer los Estados Unidos en busca de un sitio donde erigir su escondrijo para fabricar bombas caseras; de modo que en 1971 anda en la frontera con México (tres años después “de la masacre de estudiantes en Tlatelolco”) y en 1975 se instala en un rincón de los bosques de Montana, cerca del poblado de Jefferson, donde construye una cabaña sin luz, sin agua y sin teléfono y donde lleva una vida idílica, con matices de Robinson Crusoe y Daniel Bonne televisivo en medio de parajes de tarjeta postal a la National Geographic.     
       La fuente de información de Ralph Parker es John Menéndez, agente del FBI que encabeza a quienes rastrean a Recycler y sus contactos. “La decisión de Menéndez de reprimir a las agrupaciones ecologistas y detener a sus líderes” induce al terrorista, a fines de mayo, a anunciar en un mensaje dirigido al New York Times que detendrá los atentados si cesa la represión contra los ecologistas y si le publican su Manifiesto sobre el capitalismo tecnológico, el cual se publica en tal diario y en The Washington Post. Tal comunicado lo firma como Freedom Club, cuyas siglas FC solían figurar en una chapita en las cartas-bomba. Pero además el Manifiesto incluye “una especie de nota al pie en la última página, escrita a mano, con un pulso firme, que podía ser considerada la exposición de un método” (por sus numerosos fans que justifican sus crímenes y proclaman en pancartas y grafitis: “Munk for President”, “Munk marca el camino”): “¡Hay que matar a todos esos bastardos tecnócratas y capitalistas!”.
En la amarillista y telenovelera efervescencia mediática que gira en torno al asesino (explotada hasta la saciedad por el show business que manipula el gran negocio de los mass media del capitalismo tecnológico)
queda claro que “la decisión de matar estaba ligada a la voluntad de hacerse oír”: “Para difundir nuestro mensaje con alguna probabilidad de tener un efecto duradero tuvimos que matar a algunas personas.” Y es la lectura del Manifiesto lo que permite a Peter, el hermano de Thomas Munk, detectar que se trata de éste y por ende, “para detener la demencial ola de crímenes”, lo denuncia. 
A mediados de junio, en su cabaña de los bosques de Montana, ocurre la detención dirigida por John Menéndez y la noticia a Renzi se la da John III subrayándole: “Era un ex alumno de Harvard”. John III, además, era su alumno “más brillante” en su seminario de Hudson y el “joven delfín de Ida con aire de estudiante de Oxford”, quien sintomáticamente “hacía su tesis sobre The Monkey Gang, la novela de Edward Abbey, con dibujos de Robert Crumb, sobre la banda de forajidos anarquistas medio punks que defendían la naturaleza matando a los que devastaban los bosques y destruyendo las máquinas excavadoras, las palas mecánicas y las motosierras”. 



II de II
En la tercera parte de la novela, “En nombre de Conrad”, el profesor Emilio Renzi (alter ego del profesor Ricardo Piglia) traza buena parte de la leyenda, la apología y el mito de Thomas Munk, ese dizque brillante “matemático formado en Harvard”, otrora profesor de matemáticas en Berkeley, nacido “en 1942” e “hijo de una acomodada familia de inmigrantes polacos”. Pero entre las múltiples falacias y sofismas que describen y exaltan el ideario anarquista, asesino y obnubilado de Thomas Munk: cree que confronta una válida y solitaria guerra contra el Estado y el capitalismo tecnológico (y lo creen sus seguidores y sus cómplices camuflados de pacifistas y ecologistas, quienes lo ven como “un nuevo Thoreau”, un “Thoreau enfurecido”), lo que descuella es que en el ejemplar de la novela de Joseph Conrad, El agente secreto (1907), que fuera de la profesora Ida Brown y que enseñó una semana antes de su muerte, el profesor Emilio Renzi descubre que los subrayados y signos de ella configuran una declaración de violentos principios anarquistas (transcribe y arma el puzle), que son los mismos que maneja Thomas Munk y supone que se trata de un mensaje cifrado que Ida le dejó un día antes de su muerte. En este sentido, el detective Ralph Parker le confirma que “Munk le dijo a su familia en 1984 que había leído la novela de Conrad una docena de veces a lo largo de los años”. Así, convencido de que la muerte de Ida Brown no fue un accidente suscitado por un infarto (según reza la versión oficial) y dado que en septiembre dará una conferencia en Berkeley (para conseguir trabajo de profesor), en agosto decide que tiene que hablar con Thomas Munk en la cárcel de Sacramento. Para ayudarlo, Parker le brida una credencial de detective de la Ace Agency y una carta donde se dice que investiga “la muerte de Ida a pedido de sus familiares” (quienes en la novela brillan por su ausencia). 
Ricardo Piglia
  En la cuarta parte, “Las manos en el fuego”, entre los objetos de su etapa de estudiante en Berkeley que Ida dejó en un guardamuebles, Emilio Renzi descubre una vieja foto donde ella está con Thomas Munk, cuya dirección en la parte posterior lo lleva al videoclub del fotógrafo Hank el Alemán, quien le dice que Munk “venía a menudo al local”, que caía por allí “cada tanto, incluso en la época en que estaba viviendo en los bosques de Montana”. En la foto, Munk tiene en la mano una película de vaqueros que según el registro fue “retirada el 13 de junio de 1975 y devuelta el 15 de junio”. “Se alojaba en el Hotel Durant [dice el Alemán] y pasaba unos días, recuperándose de la soledad. Caía acá y estudiaba muy cuidadosamente el catálogo antes de elegir una película. Imagino que le gustaba el modo en que estaba filmada la naturaleza del lugar donde él vivía. Y también porque era un romántico y admiraba a los héroes solitarios que enfrentaban ellos solos a los malvados de la sociedad.” Pero además Nancy Culler, la joven de pelo azul, ciberladrona, empleada del Alemán, poseedora de una cámara de video (que no deja de usar) y que dizque hace “una tesis sobre Los pájaros de Hitchcock”, le pide un aventón a Sacramento porque “Quería registrar lo que estaba pasando en el área y a Munk detenido, [y] quizá fuera a Montana a filmar los bosques”. “¿No veía yo [le pregunta Nancy] una relación entre el ataque irracional de los pájaros y las bombas de Munk? ¿No era la peli de Hitchcock un ejemplo de terrorismo ecológico? Los pájaros que atacan a los humanos idiotas...” Cuando el Chevy rentado por Renzi va por San Francisco, “cerca de Union Square”, Nancy le pide que entren a la tienda de mascotas que sale en Los pájaros de Hitchcock, porque allí fue comprada la lora que Munk tenía en su cabaña en el momento de su detención y ahora se exhibe, para “rematarla en subasta pública”, con un cartel que reza: “El loro de Munk”. 

Vale decir que tal lora no se llama Tractatus ni Profesor ni Verloc ni Winnie ni Kurtz ni Conrad sino Daisy (quizá por la novia del pato Donald) y se distingue por sus parlamentos, con cierta lógica racional (lo cual es un lugar común entre la fauna que puebla churros y caricaturas) y por ende es la nota de realismo mágico, aunque de ningún modo supera al parlanchín y políglota loro de Paramaribo que en El amor en los tiempos del cólera (1985) suscita la muerte del octogenario doctor Juvenal Urbino. 
Cuando Emilio Renzi ya está en la cárcel de Sacramento frente a Thomas Munk, observa que su mano izquierda está “manchada de cicatrices y quemaduras”. Lo cual coincide con el testimonio de uno de sus admiradores que habló con él cuando aún no se sabía que era un asesino: “lo que me impresionó fue ver su mano quemada, la izquierda, sin vendar pero con la piel escamada, como alguien cuyo trabajo consistía en poner las manos en el fuego”. No obstante, lo que se infiere del diálogo que Renzi sostiene con Munk y de lo que luego reflexiona para sí mismo y el lector, es el hecho de que alrededor del terrorista, oculta en la masa anónima de las hordas de supuestos pacifistas y ecologistas que lo idolatran y comulgan con su leyenda, con sus cruentos asesinatos y con su Manifiesto, oscila una encubierta red de apoyo (“un ejército invisible”) que movía las cartas-bomba. Y que “La bomba a veces le explota a quien la lleva” (“las bombas de tiempo accionan al romperse el papel que envuelve la caja o el libro hueco donde han sido instaladas”) y por ende Ida Brown, de la que Munk dice: “fue una mujer valiente. Nosotros la tenemos en cuenta” (pero sin confirmar si colaboró con él o no), “Posiblemente ese día transportaba una de las cartas” y le explotó en su torpe mano derecha, pues era zurda. O quizá fue asesinada porque sabía demasiado, pues según deduce y le dice Renzi a Munk buscando una respuesta y confirmación que no recibe: “Ida habría descubierto por azar en la novela de Conrad ciertas relaciones con su modo de actuar. Una coincidencia, quizá, y, para no denunciarlo, le habría escrito una carta previniéndolo [...] No sé qué le diría ella en la carta, pero por lo poco que la conocí puedo asegurar que no iba a delatarlo sin avisarle antes, sin decirle que lo había descubierto e incluso sin proponerle que escapara, que dejara de hacer lo que hacía.”
“En el siglo XXI el héroe será el Terrorista”, ironiza Nina Andropova cuando el Manifiesto de Recycler se propaga como explosivo reguero de pólvora y se vuelve la comidilla de estudiantes alimentados con churros hollywoodenses, de aprendices de escritor que admiran su estilo y de la opinión pública. Pero es obvio que en los Estados Unidos de la vida real (los del todopoderoso imperio del dinero, de las armas, de la CIA y del espionaje global) muy pocos elevarían a la categoría de héroe a Osama bin Laden ni a los yihadistas de Al Qaeda que el 11 de septiembre de 2001 perpetraron el ataque a las Torres Gemelas del World Trade Center de Nueva York, ni al par de rusos que el 15 de abril de 2013 ejecutaron el atentado de la maratón de Boston, ni a Timothy MacVeigh, quien el 19 de abril de 1995 hizo explosionar el Edificio Federal Alfred P. Murrah de Oklahoma, ni al tristemente célebre Unabomber (el matemático Theodore Kacynski), el obvio y palimpséstico modelo de la leyenda y biografía del terrorista Recycler (el matemático Thomas Munk).  
     
Ricardo Piglia
        Pero ¿por qué el escritor y profesor Emilio Renzi (proclive a las citas librescas, a los devaneos literarios, a las generalizaciones y con ciertos trastornos neuróticos y psicológicos) se impresiona y se explaya tanto con la leyenda, el itinerario, “la vida oculta”, la “pasión por el secreto”, y el falaz ideario anarquista de ese psicótico, megalómano y frío asesino que dizque posee un coeficiente más allá del promedio normal? No porque comulgue con él: “Hubiera usado la integridad para no matar a gente inocente”, le replica en la cárcel. Quizá porque a sí mismo se observa extraordinario (pese a sus dos divorcios) y con un coeficiente mucho más allá de la mediocridad porteña que lo rodea y alude en el íncipit signado por lo que parece su personal “teoría de conjuntos”, matizada por su particular “teorema de las decisiones”: “En aquel tiempo vivía varias vidas, me movía en secuencias autónomas: la serie de los amigos, del amor, del alcohol, de la política, de los perros, de los bares, de las caminatas nocturnas. Escribía guiones que no se filmaban, traducía múltiples novelas policiales que parecían ser siempre la misma, redactaba áridos libros de filosofía (¡o de psicoanálisis!) que firmaban otros. Estaba perdido, desconectado, hasta que por fin —por azar, de golpe, inesperadamente— terminé enseñando en los Estados Unidos, involucrado en un acontecimiento del que quiero dejar un testimonio.”



Ricardo Piglia, El camino de Ida. Panorama de Narrativas núm. 517, Editorial Anagrama. México, octubre de 2013. 296 pp.



martes, 7 de junio de 2016

Borges oral

Todos es una abstracción y cada uno es verdadero

Coeditado por primera vez en Buenos Aires, en 1979, por Emecé Editores y la editora de la Universidad de Belgrano, Borges oral fue incluido póstumamente, por María Kodama, en el tomo IV de las Obras completas de Jorge Luis Borges, volumen impreso en 1996, en Barcelona, por Emecé Editores; y luego, en 2005, en el tomo 4 de las Obras completas de Jorge Luis Borges, “al cuidado de Sara Luisa del Carril”, editadas por Emecé en Buenos Aires.
(Emecé, 1ª ed., Barcelona, 1996)
  Cada una de las cinco conferencias que integran Borges oral presenta, al término, la fecha en que fue expuesta: “El libro”, mayo 24 de 1978; “La inmortalidad”, junio 5 de 1978; “Emanuel Swedenborg”, junio 9 de 1978; “El cuento policial”, junio 16 de 1978; y “El tiempo”, junio 23 de 1978. 

(Emecé, 3ª ed., Buenos Aires, 2005)
  Y si la edición de Borges oral en el tomo IV (y también en el tomo 4) de las póstumas Obras completas incluyó el breve prólogo que el autor fechó en “Buenos Aires, 3 de mayo de 1979”, donde llama “clases” a sus conferencias, se eliminó tanto el prefacio del doctor Avelino José Porto —entonces rector de la Universidad de Belgrano—, la anónima “Semblanza biográfica” sobre el expositor y la postrera nota de Martín Müller en la que refiere algunas minucias de la vida de Borges referentes a su ceguera y a sus inicios como conferencista, más algunos detalles sobre las “cinco clases” y sobre las corregidas transcripciones de lo grabado en las cintas magnetofónicas, que él transcribió ex profeso.          Pero también, Martín Müller alude la condición de elegido que Borges solía infundir en más de hechizado y boquiabierto escucha: “Quienes asistieron a este ciclo pueden hoy atestiguar la gran capacidad de Borges para lograr esa cálida comunicación que permite a cada espectador sentirse único y solo, tan único como si Borges sólo se dirigiera a él, como si lo hubiera elegido como único interlocutor entre todos los presentes.” Circunstancia que el conferencista refirió en un pasaje de “El libro”: “quiero que sea como una confidencia que les realizo a cada uno de ustedes; no a todos, pero sí a cada uno, porque todos es una abstracción y cada uno es verdadero”.

(Emecé/EB, 5ª impresión, Buenos Aires, 1997)
  Tal comunión coincide o parte de una consabida y legendaria estrategia del propio Borges, en el sentido de que al principio de su labor de conferencista (en 1946, en el Colegio Libre de Estudios Superiores), para vencer su miedo a la multitud, tras bambalinas, solía darse un trago de guindado y pensar que se dirigía a una sola persona, única y exclusiva. Pero sólo en sus comienzos, se deduce, pues luego y como se sabe, disfrutó ese trabajo que lo hizo ganar montañas de dinero a la Rico MacPato y viajar por el interior de la Argentina, del Uruguay, de Estados Unidos, de Gran Bretaña, de Europa, de América Latina, por el Medio Oriente y el Japón. “Georgie, que era tan callado, cuando se largó a hablar, no lo paró nadie”, dijo doña Leonor Acevedo, su madre, según consigna María Esther Vázquez en su biografía: Borges. Esplendor y derrota (Tusquets, 1996).

Borges y su madre
       El conferencista Borges, dada su íntima e individual experiencia, solía decir que el autor no elige los temas de sus cuentos y poemas, sino que éstos lo eligen a él. También decía que no sólo el individuo elige el libro que va a leer, sino que éste lo elige a él. Planteamiento borgeano que se puede encontrar, por ejemplo, en un fragmento del magnético prefacio (o especie de declaración de principios) que antecede a cada prólogo de 72 de los 75 libros que componen la legendaria serie Biblioteca Personal de Jorge Luis Borges, que éste seleccionó ex profeso con el auxilio de María Kodama: 

   “María Kodama y yo hemos errado por el globo de la tierra y del agua. Hemos llegado a Texas y al Japón, a Ginebra, a Tebas, y, ahora, para juntar los textos que fueron esenciales para nosotros, recorremos las galerías y los palacios de la memoria, como San Agustín escribió.
“Un libro es una cosa entre las cosas, un volumen perdido entre los volúmenes que pueblan el indiferente universo, hasta que da con su lector, con el hombre destinado a sus símbolos. Ocurre entonces la emoción singular llamada belleza, ese misterio que no descifran ni la psicología ni la retórica. La rosa es sin por qué, dijo Angelus Silesius; siglos después, Whistler declararía El arte sucede.”
Borges y María Kodama
  “El libro”, la primera de las cinco conferencias, es una especie de exultante oda al libro, dadas sus inherentes bondades como “extensión de la memoria y de la imaginación” y del conocimiento, y dado el consubstancial hecho de que el autor lo veía “no menos íntimo que las manos y los ojos”. Borges —después de una somera reflexión y análisis sobre ciertos libros sagrados, mitológicos, filosóficos e históricos— siguiendo a Emerson y a Montaigne, dice allí “que debemos leer únicamente lo que nos agrada, que un libro tiene que ser una forma de la felicidad”. Sugerencia y planteamiento ideal y hedonista que parece único (quizá lo sea) para que surja y se viva la experiencia estética; mismo que a lo largo de los años repitió ante mil y un escuchas de distintos ámbitos y de diferentes latitudes e idiomas. 

Se puede estar en desacuerdo, o más o menos en desacuerdo, con una frase que el sofista Borges le cita a San Anselmo: “Poner un libro en manos de un ignorante es tan peligroso como poner una espada en manos de un niño”, y contraponerle un aforismo de Lichtenberg: “Un libro es como un espejo: si un mono se asoma a él no puede ver reflejado a un apóstol.” Pero también se pueden discutir algún comentario del propio Borges que el lector puede localizar a su antojo; por ejemplo, dice: “un periódico se lee para el olvido, un disco se oye asimismo para el olvido, es algo mecánico y por lo  tanto frívolo. Un libro se lee para la memoria.” Lo cual recuerda las palabras que Alejandro Ferri, en “El Congreso” —su cuento con matices autobiográficos—, dizque le oyó decir a su colega y poeta José Fernández Irala: “que el periodista escribe para el olvido y que su anhelo era escribir para la memoria y el tiempo”. Pues pese a que ningún hereje o acólito de hueso colorado se traga por completo la píldora que estipula el conferencista, el individual y efímero diálogo del lector con las notas y reportajes periodísticos —más aún si se trata de un medio impreso (o electrónico en la era digital) que no excluye distintas y antagónicas vertientes de análisis y de crítica— enriquece la discusión y difusión de las ideas y la memoria personal, e ineludiblemente contribuye al enriquecimiento de la memoria social, política, democrática, histórica e idiosincrásica (¿o para qué se edifican y alimentan las descomunales hemerotecas y los laberínticos archivos públicos?). En este sentido, casi resulta tautológico recordar que los mass media no sólo inciden en la cosificación, masificación y manipulación industrial de las conciencias (diría Hans Magnus Enzensberger) a las que son tan proclives los centros neurálgicos, rectores y manipuladores del poder político, económico e ideológico, transnacional y nacional. 
CD: Borges por él mismo (Visor, Madrid, 1999)
Contraportada
  Asimismo, ante la consabida sordera de Borges (no en lo que concierne a las palabras y a la poesía), la música grabada en un disco también puede ser una forma de felicidad, de vivir y revivir la individual (o compartida) experiencia estética las veces que se quiera y no sólo una desenfrenada eclosión de frívolas emociones, que tampoco son prohibitivas ni excluyentes. “Todo tiene su tiempo”, suele repetir la sabionda vox populi, comulgue o no con Eclesiastés. Hay tiempo para oír y tiempo para leer y desentrañar el misterio: “Tomar un libro y abrirlo guarda la posibilidad del hecho estético [dice Borges]. ¿Qué son esos símbolos muertos? Nada absolutamente. ¿Qué es un libro si no lo abrimos? Es simplemente un cubo de papel y cuero, con hojas; pero si lo leemos ocurre algo raro, creo que cambia cada vez.” ¿Qué es un disco si no lo oímos?, diría el volátil demiurgo menor. Es simplemente una cosa circular con un orificio en el centro; pero si lo escuchamos sucede algo extraño y magnífico, creo que nadie desciende a las mismas aguas. 

CD: Borges & Piazzolla (1997)
 
Contraportada
         Casi al término de Borges: la posesión póstuma (Foca, 2000), Juan Gasparini bosqueja lo ocurrido el 27 de noviembre de 1985 en Buenos Aires (un día antes de que con María Kodama volara a Europa para siempre), precisamente en la pequeña librería de libros antiguos y modernos de Alberto Casares, día que se inauguró una exposición de primeras ediciones de Borges: “107 piezas, valuadas en 70 mil dólares”. Evento para curiosos, borgeanos y bibliófilos. “No me interesan los libros físicamente (sobre todo los libros de los bibliófilos, que suelen ser desmesurados), sino las diversas valoraciones que el libro ha recibido”, apostrofa Borges en la primera conferencia de Borges oral (por ende pensaba “alguna vez, escribir una historia del libro”); aseveración que remite a la onerosa primera edición de sus Obras completas, editadas por Emecé en 1974, en Buenos Aires, “en un grueso volumen único encuadernado y en papel biblia”; y a un dato, sin duda para bibliófilos con parné, que se lee en la “Cronología” que María Esther Vázquez incluyó en su compilación de entrevistas Borges, sus días y su tiempo (Punto de lectura, 2001): “En mayo [de 1974] aparece en Milán la más lujosa edición que se haya hecho hasta el presente de una obra de Borges. Se trata del cuento El congreso, editado por Franco María Ricci, en la colección ‘I segni dell’uomo’. Es un volumen encuadernado en seda (35 por 24), con letras de oro, ilustrado con casi medio centenar de miniaturas de la cosmología Tantra a todo color y pegadas. Se imprimió en caracteres bodonianos sobre papel Fabriano, hecho a mano. Fueron tirados tres mil ejemplares numerados y firmados. El volumen tiene 141 páginas y se completa con una entrevista, una cronología y una bibliografía realizadas por la autora de este libro, especialmente para esa edición.” Pero el caso es que uno de los entrevistados por Juan Gasparini fue “Arturo Eiras, un librero ambulante que se ufana de guardar en su archivo 700 entrevistas de prensa a Jorge Luis Borges”; lo que también evidencia que no todo lo que se lee en los periódicos “se lee para el olvido”. Más aún si en las efímeras páginas de La Nación o de la revista The New Yorker se leía, por primera vez, un poema de Borges, un ensayo de él, su Autobiographical essay o un cuento suyo, inéditos hasta entonces.

Borges, Adolfo Bioy Casares y Alberto Casares en la librería de éste
Buenos Aires, noviembre 27 de 1985
  Fani (Epifanía Uveda de Robledo), la célebre sirvienta del escritor y su madre desde 1947, cuenta en El señor Borges (Edhasa, 2004) —libro urdido a través de Alejandro Vaccaro—, que su patrón no toleraba los periódicos ni su tufillo: “sentía el olor de los diarios” y “los tiraba por el balcón”. “A la señora Leonor, en cambio, le encantaba leer las noticias, estaba siempre muy actualizada de todo. Ella tenía en su habitación un caramelero de cristal y debajo ponía el diario. Una vez, mientras la señora estaba medio dormida en la cama, él entró despacio y quiso sacarlo, pero tropezó con el caramelero y lo rompió. Ella le gritó: ‘¿Adónde va, ladrón de diarios?’. Desde entonces nunca más al señor se le ocurrió volver a tocarlos.”

Borges en su departamento de Maipú 994
  Borges, por prohibición médica, en 1955 dejó de leer y escribir con su puño y letra, año en fue nombrado director de la Biblioteca Nacional de Buenos Aires (lo fue hasta 1973); sin embargo, con auxilio de sus sucesivos secretarios y amanuenses (empezando por su madre) no dejó de leer y escribir y de publicar libros, por lo que a lo largo de los años en su porteño y minúsculo departamento B del sexto piso de la calle Maipú 994 no dejaron de arribar sus propios títulos en español y en otras lenguas y los libros ajenos que solían regalarle con desenfreno y en abundancia. No obstante la biblioteca de su casa era limitada y elegida por su omnisciente dedo flamígero; es decir, él solía regalar a sus amigos (y a ciertos visitantes) buena parte de los libros que le llegaban: los suyos y los libros de los otros, por lo que hay quienes se precian de coleccionar varios libros de Borges en diferentes idiomas que tal vez ignoren (Roy Bartholomew, por ejemplo); o simplemente, le hacían un bultito con ellos o los metía en una bolsa para abandonarla por allí, misión que también le tocó desempeñar a Fani, según lo cuenta en El señor Borges: “En una ocasión salió con otro paquete —un paquete grande— para la Biblioteca Nacional y paró para tomar algo en un café al paso que estaba en Tucumán y Florida y dejó los libros olvidados como al descuido, debajo de la silla. Como los mozos ya lo conocían, a media tarde vino al departamento uno con el paquete de libros para devolverlo creyendo que él se los había olvidado. Era el método que usaba para deshacerse de ellos.”

Fani, la criada de Borges, en el departamento de Maipú 994
  Sin embargo, pese a su ceguera y a tal jocoso desprendimiento, Borges gozaba de la amistosa gravitación de los libros, según lo dice en otro pasaje de la primera conferencia de Borges oral: “Yo sigo jugando a no ser ciego, yo sigo comprando libros, yo sigo llenando mi casa de libros. Los otros días me regalaron una edición del año 1966 de la Enciclopedia de Brokhause. Yo sentí la presencia de ese libro en mi casa, la sentí como una suerte de felicidad. Ahí estaban los veintitantos volúmenes con una letra gótica que no puedo leer, con los mapas y grabados que no puedo ver; y sin embargo, el libro estaba ahí. Yo sentía como una gravitación amistosa del libro. Pienso que el libro es una de las posibilidades de felicidad que tenemos los hombres.” 

    Entre lo que Borges cita y argumenta en “La inmortalidad” —la segunda conferencia de Borges oral—, expresa su rechazo y escepticismo ante la idea de la vida más allá de la muerte que pregonan y repiten ciertas religiones, ciertas teologías y ciertas cosmogonías; incluso desde una perspectiva neurótica, individual y existencialista: “Tenemos muchos anhelos, entre ellos el de la vida, el de ser para siempre, pero también el de cesar, además del temor y su reverso: la esperanza. Todas esas cosas pueden cumplirse sin inmortalidad personal, no precisamos de ella. Yo, personalmente, no la deseo y la temo; para mí sería espantoso saber que voy a continuar, sería espantoso pensar que voy a seguir siendo Borges. Estoy harto de mí mismo, de mi nombre y de mi fama y quiero liberarme de todo eso.” Mazazo que ya había dicho antes: “yo no quiero seguir siendo Jorge Luis Borges, yo quiero ser otra persona. Espero que mi muerte sea total, espero morir en cuerpo y alma”. Lo cual evoca un recurrente fragmento que se lee (y escucha) en “Borges y yo”: “Spinoza entendió que todas las cosas quieren perseverar en su ser; la piedra eternamente quiere se piedra y el tigre un tigre. Yo he de quedar en Borges, no en mí (si es que alguien soy”.
Pero también —después de un breve y arbitrario repaso sobre ciertos conceptos filosóficos, teológicos y literarios que abordan la inmortalidad—, impregnado de un aura de vidente y de una especie de agnosticismo, alude su creencia en una “inmortalidad”, en una suerte de metempsicosis y por ende inescrutable, cuasi panteísta e infinitesimal: “Seguiremos siendo inmortales; más allá de nuestra muerte corporal queda nuestra memoria, y más allá de nuestra memoria quedan nuestros actos, nuestros hechos, nuestras actitudes, toda esa maravillosa parte de la historia universal, aunque no lo sepamos y es mejor que no lo sepamos.” Y esa insondable “inmortalidad” se logra y se vive (cuasi efímeros y evanescentes médiums de huitlacoche) a través de la escritura de obras trascendentales para la humanidad y de la alteridad del lector al producir la comunión y el instante de la vivencia estética: “Cada vez que repetimos un verso de Dante o de Shakespeare, somos, de algún modo, aquel instante en que Shakespeare o Dante crearon ese verso. En fin, la inmortalidad está en la memoria de los otros y en la obra que dejamos. ¿Qué puede importar que esa obra sea olvidada?” Planteamiento que repite y varía: “Cada uno de nosotros es, de algún modo, todos los hombres que han muerto antes. No sólo los de nuestra sangre.”   
Emanuel Swedenborg
(1688-1772)
  Las minucias que Borges resume en su conferencia sobre Emanuel Swedenborg (1688-1772) repiten y varían buena parte de lo que escribió, con mayor contenido y precisión, en su prefacio a Mystical Works (s.f.), libro de Swedenborg impreso en Nueva York por la New Jerusalem Church, ensayo compilado por el autor en Prólogos con un prólogo de prólogos (Torres Agüero, 1975), libro que compila 39 prólogos escritos entre 1923 y 1974, reunido, también, en el citado póstumo tomo IV de sus Obras Completas (y por igual en el susodicho tomo 4). Lo que Borges narra en su conferencia parece extraído de un cuento fantástico, ya por lo que refiere de las futuristas indagaciones y sobre el fantaseo de Swedenborg en las ciencias aplicadas, por su habilidad artesanal e incluso política; pero sobre todo por lo que concierne a su vida mística, pues se supone que Jesús lo visitó encarnado en un desconocido, quien le dijo “que él tenía el deber de renovar la Iglesia creando una tercera iglesia, la de Jerusalén”. Empeño al que se entregó los últimos 30 años de su vida; primero estudiando durante dos años la lengua hebrea con tal de leer los textos originales y luego escribiendo en latín su voluminosa obra, mientras hacía viajes al más allá: iba a los cielos y a los infiernos y conversaba con los ángeles y con los demonios. Todo ello destinado a cumplir su misión divina, de elegido por el todopoderoso, omnisciente y ubicuo dedo flamígero: fundar la Nueva Jerusalén, la “nueva iglesia que sería al cristianismo lo que la iglesia protestante fue a la Iglesia de Roma”; y más aún: renovaría las iglesias en todos los sitios del orbe. 

No fue así, claro está. Y sobre sus vestigios Borges dice: “Creo que en algún lugar de Estados Unidos hay una catedral de cristal”. Lo que quizá es tan asombroso como el hecho de que tal Iglesia tenga “algunos millares de discípulos en Estados Unidos, en Inglaterra (sobre todo en Manchester), en Suecia y en Alemania”, al parecer seducidos por el pensamiento de Swedenborg, lo que comprende, se infiere, la fe en el relato de sus viajes a las regiones del más allá, su visión de éstas y el supuesto y necesario equilibro que implican, y las éticas prerrogativas para salvarse, merecer los cielos y una espléndida inmortalidad personal: mediante un comportamiento signado por la justicia, la virtud y la inteligencia, a lo que hay que añadir el “ser un artista”, según Blake. Pero todo esto semeja un efluvio, un nanopedúnculo umbelífero, una visión evanescente e inasible, de ahí que no sea difícil pensar, con Borges, que todo ello “pertenece a ese destino escandinavo que es como un sueño”, donde “parece que todas las cosas sucedieran como en un sueño y en una esfera de cristal”. 
Borges en la tumba de Edgar Allan Poe
(Baltimore, 1983)
  En “El cuento policial”, la cuarta conferencia de Borges oral, el expositor argumenta —con avizor ojo cáustico e irónico— lo que muchas veces dijo y varió en torno a la obra poética y narrativa de Edgar Allan Poe (1808-1849), iniciador del género policíaco de índole intelectual, clásico, en el orbe occidental. En este sentido, bosqueja y cuestiona la composición de su poema “El cuervo” y las presuntas pretensiones intelectualistas de Poe. Y reseña las principales pautas de la narración policial inaugurada por él, y ciertas coincidencias y diferencias con otros practicantes del género, entre ellos Conan Doyle, Chesterton y Wilkie Collins.

Portada de la primera serie
(Emecé, Buenos Aires, 1943)
Portada de la segunda serie
(Emecé, Buenos Aires, 1952)
  Georgie y Adolfito, es decir, el dúo dinámico de Jorge Luis Borges y Adolfo Bioy Casares, como se sabe, fueron hedonistas y entusiastas lectores y traductores del género policíaco, de ahí que ambos hayan urdido la legendaria antología Los mejores cuentos policiales, cuya primera serie fue editada en 1943 por Emecé, en Buenos Aires, e incluyó “La muerte y la brújula”, cuento de Borges —vale apuntar que entre las páginas 340-341 de Borges. Una biografía intelectual (FCE, 1987), Emir Rodríguez Monegal la reseña; y en la segunda serie, editada en 1952 por Emecé, los antólogos eligieron “Las doce figuras del mundo”, cuento firmado por ambos, que había aparecido en Seis problemas para don Isidro Parodi (Sur, 1942), libro atribuido al fantasmal H. Bustos Domecq. Pero a la postre tales colecciones modificaron la selección de cuentos y su orden, de modo que la segunda serie pasó a ser el libro 1 y la primera serie, con notorios cambios, pasó a ser el libro 2, que es el coeditado en Madrid, en 1983, por Emecé y Alianza Editorial, con un prólogo firmado por los antólogos en “Buenos Aires, 19 octubre de 1981”, y que resume el ideario de Borges sobre la narración policíaca y su génesis. En este sentido, Borges y Bioy colaboraron a cuatro manos en la confección de la narrativa policial del susodicho H. Bustos Domecq y de B. Suárez Lynch, sus lúdicos seudónimos. Y dirigieron El Séptimo Círculo (“título sugerido por el Infierno de Dante”), la legendaria colección de novelas policíacas editadas en Argentina por Emecé, donde el 8 de agosto de 1946 dieron cabida a Los que aman, odian, la única novela que Silvina Ocampo y Adolfo Bioy Casares escribieron juntos, y que en sí es una exploración narrativa que, como un juego de la inteligencia, recurre a los preceptos clásicos del género policial que bosqueja Borges en su conferencia y en el susodicho prólogo que firmó con Bioy. 

(Emecé, Buenos Aires, 1946)
Asimismo, ante la avanzada de la novela negra —repleta o desbordante de violencia, sangre y sexo—, Borges expresa su nostalgia por las virtudes clásicas e intelectuales de relato policial (un ingenioso e imaginativo juguetito para armar y raciocinar: con su principio, su medio y su fin, todo ello aderezado con los consabidos giros sorpresivos, vueltas de tuerca y el imprescindible final inesperado o asombroso). Y en el mismo sentido, frente a los devaneos de ciertos vanguardismos y pseudovanguardismos trasnochados, dice que la novela policial “está salvando el orden en una época de desorden”.
  En cuanto a su conferencia “El tiempo”, la quinta y última de Borges oral, baste reproducir las ondinas de un incesante fragmento donde el lector puede entreverse o reconocerse: “En nuestra experiencia, el tiempo corresponde siempre al río de Heráclito, siempre seguimos con esa antigua parábola. Es como si no se hubiera adelantado en tantos siglos. Somos siempre Heráclito viéndose reflejado en el río porque han cambiado las aguas, y pensando que él no es Heráclito porque él ha sido otras personas entre la última vez que vio el río y ésta. Es decir, somos algo cambiante y algo permanente. Somos algo esencialmente misterioso.” 
Jorge Luis Borges
(1899-1986)
  Reflexión que recuerda y coincide con un fragmento dicho en “El libro”, la primera conferencia: “Heráclito dijo (lo he repetido demasiadas veces) que nadie baja dos veces al mismo río. Nadie baja dos veces al mismo río porque las aguas cambian, pero lo más terrible es que nosotros somos no menos fluidos que el río. Cada vez que leemos un libro, el libro ha cambiado, la connotación de las palabras es otra. Además, los libros están cargados de pasado.”



Jorge Luis Borges, Borges oral. Prólogo de Avelino José Porto. Postrera nota de Martín Müller. Emecé Editores/Editorial de Belgrano. 5ª impresión. Buenos Aires, 1997. 142 pp.



sábado, 28 de mayo de 2016

Vicio propio



Surfeando en la ola del pasado

De 2009 data la primera edición en inglés de Inherent Vice, novela del norteamericano Thomas Pynchon (Nueva York, mayo 8 de 1937), cuya traducción al español de Vicente Campos, Vicio propio, fue publicada en 2011 por Tusquets Editores, la cual presenta “entre comillas simples (‘’) las [diseminadas] palabras y expresiones que aparecen en español y cursiva en el original”; cuya adaptación cinematográfica, dirigida por Paul Thomas Anderson, se estrenó el 12 de diciembre de 2014.
Portada de Inherent Vice (2009) y Thomas Pynchon de joven
       
Paul Thomas Anderson e Inherent Vice (2009)
    
Thomas Pynchon
Representación especulativa del novelista hoy
Foto: Bobby Doherty
         Se dice que el furtivo Thomas Pynchon, quien elude exhibir su rostro en mediáticas fotografías, vivió, entre 1969 y 1970, en Manhattan Beach, playera población del condado de Los Ángeles, California, y que tal estancia fue crucial para la urdimbre de Vicio propio. Esto parece probable o es así, sólo que Manhattan Beach en la novela se llama Gordita Beach y es el surfista sitio donde reside Larry Sportello, el treintañero protagonista, apodado Doc, cuya estrambótica oficina de detective privado tiene una letrero que reza: “LSD INVESTIGATIONS”, no porque se dedique a indagaciones relativas al uso del ácido lisérgico (algo así como kármicos daños colaterales derivados de los experimentos psicodélicos y espirituales del gran gurú Timothy Leary), sino porque las siglas significan: “Localización, Seguimiento, Detención”.  

Larry Sportello, alias Doc (Joaquin Phoenix)
Fotoframa de Vicio propio (2014)
  Con su desgarbada pinta de hippie fumeta de huaraches, las aventuras y actividades detectivescas de Larry Sportello, y los hechos de la novela, oscilan, principalmente, en el entorno de Los Ángeles, California, y de Las Vegas, Nevada, impregnados de la abigarrada y enrarecida atmósfera social, popular, consumista, callejera, televisiva, cinematográfica, musical, política, contestaria, represiva, psicodélica y contracultural de los años 60. No obstante, varias alusiones permiten inferir el lapso del breve presente en que se sucede la obra. Uno es la espeluznante masacre cometida por Charles Mason y su “familia”, ocurrida el 9 de agosto de 1969 en la mansión de Cielo Drive, en Beverly Hills, donde murió asesinada la actriz y modelo Sharon Tate, esposa del director de cine Roman Polanski, quien estaba embarazada. Tal crimen, por su reciente y sonora impronta, es aludido varias veces a lo largo de la novela, incluso cuando inicia el juicio. En un pasaje donde se habla de la “Generación del amor”, se remite al pasado: “Allá por 1970”. Y en otro, ya en las latitudes del desenlace, Doc recibe por correo una invitación, dentro de “un lujoso sobre con membretes dorados”, para la inminente “Gran Inauguración” del “Kismet Casino and Lounge”, ubicado en “North Las Vegas”, “que se celebrará en algún momento por concretar de la primavera de 1972”. Es decir, todo indica que el presente de la novela transcurre en 1971 o quizá en 1972.

Sharon Tate y Roman Polanski
  Inextricable a su idiosincrasia gringa, Vicio propio, que en la traducción al español pierde su consubstancial oralidad y natural tesitura, no es una obra solemne, seria y rígida. Todo lo contrario: es chocarrera, hilarante, irónica, desenfada, procaz, iconoclasta y un tanto crítica, erótica y porno, donde buena parte de sus protagonistas, empezando por Larry Sportello, fuman tabaco y marihuana, beben cerveza, devoran pizzas y hots dogs, y viajan con LSD o esnifan cocaína. Sin que la trama implique una rigurosa reconstrucción sociológica e histórica, sí implica consabidos datos, nombres, personajes y hechos reales transcritos del pasado histórico norteamericano, lo cual le da un matiz de realismo y verosimilitud. Todo ello aunado a una continua, lúdica, ilustrativa, miscelánea y retrospectiva banda sonora (musical, cinematográfica y televisiva), cuyas sucesivas citas y alusiones denotan la heterogénea cultura retro de Thomas Pynchon. (Ahora, con auxilio de la web y de YouTube, el lector puede hacer un puntual seguimiento de tal bagaje). 

Colección Andanzas núm. 752, Tusquets Editores
Primera edición mexicana, abril de 2011
Shasta Fay Hepworth (Katherine Waterston)
Fotograma de Vicio propio (2014)
  Dividida en 21 capítulos, Vicio propio inicia cuando Shasta Fay Hepworth, ex novia de Larry Sportello, a quien no veía desde hace un año, lo busca en su casa para que indague el paradero de Michael Wolfmann, su actual novio, quien es un magnate inmobiliario, cuya mafiosa catadura a Doc le resume su tía Reet: “Mafia Hochdeutsch del Westside, el más gordo de los peces gordos, construcción, inversiones en cajas de ahorro y crédito, miles de millones libres de impuestos escondidos en lo más hondo de una remota montaña en algún sitio, técnicamente judío pero quiere ser nazi, para lo que se ejercita a menudo, hasta el punto de utilizar la violencia con los que se olvidan de escribir su nombre con dos enes.” “Va por ahí” —le dice— “con una docena de moteros de la Fraternidad Aria, para que le guarden la espalda, todos malos bichos con antecedentes penales que lo certifican. [...] Si te acercas en coche a diez manzanas de él, ellos se tumbarán delante de tu coche. Si te sigues acercando, te lanzarán una granada.” 

La tía Reet (Jeannie Berlin)
Fotograma de Vicio propio (2014)
  Vale puntualizar que la sabihonda tía Reet, a quien Doc consulta para obtener datos, le vaticina la futura propagación de Internet: “Algún día —profetizó ella—, habrá ordenadores que se encarguen de todo esto, lo único que tendrás que hacer es teclear lo que estás buscando, o mejor aún, decírselo de viva voz, como a ese HAL de 2001: Una odisea del espacio [1968], y te responderá con más información de la que puedes digerir sobre cada parcela en la costa de L.A., retrotrayéndose hasta las concesiones de tierra de los españoles, hasta los derechos de agua, las servidumbres, los historiales hipotecarios, o lo que quieras, créeme, está al caer.” Y más aún, en la oficina de Fritz Drybeam en Santa Mónica —donde Larry Sportello aprendió el oficio de detective con tal mentor y donde lo apodaron Doc por el “neceser de afeitado de piel falsa de cocodrilo” en el que llevaba la “herramienta hipodérmica” “Con el suero de la verdad”, “El mismo que utiliza la CIA”, para aplicarlo en algún malandrín renuente a hablar—, hay “una red de ordenadores”, llamada “ARPAnet”, “todos conectados por líneas telefónicas” con redes de universitarias computadoras: “UCLA, Isla Vista, Stanford”, cuyas virtudes y celeridad informática le canta Fritz: “Pongamos que hay un expediente que ellos tienen y tú no, ellos te lo envían al momento a razón de cincuenta mil caracteres por segundo.” Vale decir, entonces, que Doc acude a Fritz Drybeam y a ARPAnet para proveerse de cierta información y con un “Guau” de asombro describe el fantástico reducto: “Era como estar dentro de un árbol de Navidad de ciencia ficción. Había pequeñas luces rojas y verdes encendiéndose y apagándose por todas partes. Había armarios de ordenadores, consolas con pantallas de vídeo iluminadas y teclados alfanuméricos, cables que cubrían todo el suelo en medio de montones sin barrer de pequeños rectángulos de cartón, del tamaño apenas de un insecto, perforadores de las tarjetas de IBM, un par de copiadoras Gestetner en el rincón y, dominando el escenario a lo largo de las paredes, varias bobinas de cinta de grabación Ampex que se movían nerviosamente adelante y atrás.” 

La omnisciente computadora HAL
Fotograma de 2001: Una odisea del espacio (1968),
película dirigida por Stanley Kubrick
  Fritz Drybeam se siente allí “surfeando en la ola del futuro” y en un episodio le dice a Doc que ha contratado a un muchachito, Sparky, que “todavía tiene que llamar a su madre si va a llegar tarde a cenar”, pero de quien se dice aprendiz y para quien ARPAnet “es como el ácido, otro mundo, completamente extraño.... donde el tiempo, el espacio, y todo el follón, cambian”. Según le dice a Doc, Sparky “ha descubierto un modo de entrar en el ordenador CII de Sacramento sin que ellos lo sepan. Así que, muy pronto, cualquier cosa que tenga la Oficina de Seguridad del Estado la tendremos nosotros: puedes llamarnos CII Sur”.

Larry Sportello y Tariq Khalil
(Joaquin Phoenix y Michael K. Williams)
Fotograma de Vicio propio (2014)
  Paralela a la búsqueda de Michael Wolfmann, a la que se suma la desaparición y búsqueda de Shasta, Larry Sportello —quien a veces risiblemente se disfraza o adopta teatrales imposturas—, se involucra en otras búsquedas que a la postre, sin perder su distancia, tienen puntos de contacto entre sí. Una es la localización de Glen Charlock, a quien según Tariq Khalil, le debe pasta desde su mutua estadía en la cárcel de Chino. Coincidentemente, Glen Charlock es de la Hermandad Aria, el grupo de moteros guardaespaldas que rodean y protegen a Michael Wolfmann. Pero como Tariq Khalil es negro no se puede acercar a esa violenta pandilla nazi. De hecho la presencia de Tariq Khalil preludia los atisbos de racismo y beligerancia racista que las vertientes de la obra también aluden y abordan, como son, por ejemplo, los remanentes de los disturbios raciales ocurridos en el barrio de Watts, en Los Ángeles, entre el 11 y el 17 de agosto de 1965; o cuando en el Juzgado Federal de Los Ángeles un agente del FBI que interroga a Doc le dice que “toda la energía de esta oficina se dedica a investigar los Grupos de Odio Nacionalistas Negros”. Es así que la voz narrativa bosqueja cuando Tariq Khalil aparece en la oficina de Larry Sportello: “Ahora mismo había un visitante delante de la puerta esperando a Doc. Lo excepcional del cliente es que era negro. Claro que de vez en cuando se veía a negros al oeste de la Harbor Freeway, pero encontrarse a uno tan lejos de su zona habitual, casi al lado del océano, era muy raro. La última vez que alguien recordaba haber visto a un motorista negro en Gordita Beach, por ejemplo, hubo un aluvión de llamadas angustiadas pidiendo refuerzos que saturaron las frecuencias de la policía, se reunió un pequeño destacamento de vehículos de las fuerzas del orden y se instalaron barreras de control para toda la Pacific Coast Highway. Un viejo acto reflejo de Gordita, que se remontaba a poco después de la segunda guerra mundial, cuando una familia negra había intentado instalarse en la ciudad y los vecinos, con la servicial asesoría del Ku Klux Klan, incendiaron la casa, y luego, como si alguna antigua maldición se hubiera cumplido, se negaron a permitir que se levantara ninguna otra en esa parcela. El solar permaneció vacío hasta que la alcaldía lo expropió y lo convirtió en un parque, donde la juventud de Gordita Beach, siguiendo las leyes del reajuste kármico, pronto empezó a reunirse para beber, fumar hierba y follar, deprimiendo a sus padres, aunque no el valor de las parcelas.”

Y más aún, según Tariq Khalil le informa a Doc, cuando salió de la cárcel de Chino, luego de que lo hiciera Glen Charlock, descubrió que su gueto negro, ubicado en una parte de South Central donde estuvo un barrio japonés —deshecho cuando durante la Segunda Guerra Mundial los japoneses fueron confinados en campos de concentración—, ha sido demolido y en cuyos terrenos Michael Wolfmann construye el Channel View Estates (“su última agresión contra el entorno”, sentencia la tía Reet; cuyos estragos a Farley Branch, ambientalista y documentalista, le recuerdan “los desbroces que los bombardeos producían en la selva que había vivido” como marine en Vietnam), que es un conglomerado que comprende casas, un centro comercial, una licorería, un expendio de sándwiches y comida para los albañiles y obreros, “una cervecería en la que se podía jugar al billar y un salón de masajes llamado Chick Planet”, que en realidad es un burdel, donde el día que Doc va a husmear ve enfrente “una hilera de grandes motocicletas cuidadas con esmero y aparcadas con precisión militar”, que son las motonetas de la Hermandad Aria. A Jade, una masajista asiática del Chick Planet, Doc le pregunta por Glen Charlock, quien anda por ahí. Pero en vez de encontrarse con éste, oye una gritería y estruendos de las motos y alguien lo golpea y lo deja inconsciente. Cuando recobra el sentido, tiene un chichón en la cabeza y mira el rostro de Bigfoot Bjornsen, detective del LAPD (Departamento de Policía de Los Ángeles), quien en un primer momento, sin pruebas, lo culpa del asesinato de Glen Charlock. Es decir, los moteros de la Hermandad Aria se esfumaron y sólo quedó el muerto y Larry Sportello desmayado. 
Las masajistas Jade y Bambi y Larry Sportello en el Chick Planet
(Hong Chau, Shannon Collins y Joaquin Phoenix)
Fotograma de Vicio propio (2014)
  Dado que el detective Bigfoot Bjornsen, según le dice, quiere hallar al desaparecido Michael Wolfmann antes que el FBI lo considere un secuestro e intervenga y desplace al LAPD (se da por supuesto que desapareció, junto con Shasta, durante el mismo evento del asesinato de Glen Charlock), le pide nombres a Doc; e incluso le llega a proponer que sea su soplón, un informante del LAPD, y que le pagará con marihuana: “¡Dorada de Acapulco! ¡Roja de Panamá! ¡María empaquetada de Michoacán! Incontables kilos de verdadera hierba, di la cantidad, sólo para que lo sepas, que la tenemos. Y lo que no te fumes, por más improbable que parezca que no te lo fumes todo, siempre puedes venderlo.”



     
El detective privado Larry Sportello y el policía Bigfoot Bjornsen
(Joaquin Phoenix y Josh Brolin)
Fotograma de Vicio propio (2014)
         Obviamente Larry Sportello no se convierte en un soplón, tiene su particular moralidad de fumeta irredento; pero con el detective Bigfoot Bjornsen, que no es un modelo de policía pulcro ni perspicaz ni su compinche, establece un ríspido vínculo de eventual colaboración e intercambio de datos. 

Otro caso en el que Doc se involucra es el de la búsqueda de Coy Harlingen, un saxofonista que “había tocado con los Boards, una banda de surf que se había montado a principios de los sesenta y ahora se la consideraba pionera de la música surf eléctrica, y que últimamente tocaba un subgénero que les gustaba llamar ‘surfadélico’”; banda de la que la revista Rolling Stone alardea: “El nuevo álbum de los Boards hará que Jimi Hendrix quiera escuchar música surf otra vez”. Se dice que Coy Harlingen murió de una sobredosis de heroína; pero otros suponen que no fue así, entre ellos Hope, su esposa, quien originó la búsqueda ante Doc, y Scott Oof, primo de éste y músico surfista de los Beer, quien le dice que se rumora “que en realidad sobrevivió”, que “lo resucitaron en una sala de urgencias de Beverly Hills, pero todo el mundo guardó el secreto, algunos dicen que le pagaron para que siguiera simulando que había muerto, y él anda por ahí mismo disfrazado, con el pelo cambiado y todo eso...” 
El saxofonista Coy Harlingen (Owen Wilson) en la casa de los Boards
Fotograma de Vicio propio (2014)
  El derrotero de las indagaciones en torno a la búsqueda de Shasta y de Michael Wolfmann, del trasfondo de las falsas identidades de Coy Harlingen y del asesinato de Glen Charlock y sus cuentas pendientes con Tariq Khalil, conducen a Larry Sportello, en medio de sus vivencias y correrías, a entrever indicios de cruentos, sucios y mafiosos poderes y negocios inmersos, de un modo inveterado y sistémico, en el agresivo y violento tejido social e institucional norteamericano. No obstante, sólo se queda en el atisbo de las puntas de ciertos negros icebergs y no ahonda en sus meandros y trasfondos, pese a que en un peliculesco episodio, para salir con vida de un secuestro, se ve impelido a matar a un tal Puck Beaverton, un cabeza rapada con una esvástica tatuada en el cráneo, quien también era guardaespaldas de Michael Wolfmann, a quien Doc rastreó y localizó en Las Vegas por petición de Trillium Fortnight, la novia de Puck; y también mata, defendiéndose, a un tal Adrian Prussia, un asesino a sueldo, al servicio de la policía y de la mafia del Colmillo Dorado, con un voluminoso y secreto expediente de impunidad en los sótanos del LAPD y de los juzgados, que Doc logra hojear gracias a su vínculo sexual y amistoso con Penny Kimball, “ayudante del fiscal del distrito en la oficina de Evelle Younger”.    

Penny Kimball y Larry Sportello
(Reese Witherspoon y Joaquin Phoenix)
Fotograma de Vicio propio (2014)
  Sobre el ricachón y libidinoso Michael Wolfmann, por ejemplo, se entera que durante un viaje en LSD tuvo cierta visión reivindicativa y kármica, pues en medio de unos desérticos terrenos cercanos a Las Vegas estaba erigiendo una ciudad artificial llamada Arrepentimiento, en la que pensaba restituir, a necesitados y menesterosos, de un lugar dónde vivir libremente en una especie de fraterna y meditativa comuna. Pero un poder oscuro y mafioso, más poderoso que él y coludido al mafioso FBI (que aún es presidido por el recalcitrante antisubversivo John Edgar Hoover), lo secuestró e internó en un manicomio, ubicado en Ojai (la loquería y clínica de desintoxicación Chryskylodon, “para la clase alta”), donde le lavaron el cerebro, y luego lo regresaron a su convencional sitio en el statu quo (donde tiene esposa y cariz de filántropo), pues Wolfmann, tras una estrategia para incrementar rápidamente sus caudales, recién compró en Las Vegas el citado Kismet Casino, que estaba astroso y decadente, y a toda orquesta pergeña su boyante reinauguración. Mientras que Shasta Fay Hepworth, por ende y como si nada hubiera ocurrido durante su desaparición, regresa a Gordita Beach, ya no vestida “de pies a cabeza como una chica de tierra adentro”, sino con sus antiguas sandalias de siempre, “con la parte de abajo de un bikini estampado de flores y una camiseta desteñida de Country Joe & the Fish”.

Shasta Fay Hepworth (Katherine Waterston)
Fotograma de Vicio propio (2014)
     
Shasta y Doc
(Katherine Waterston y Joaquin Phoenix)
Fotograma de Vicio propio (2014)
       Y en su momento, el negro Tariq Khalil, ahora sexualmente enredado con la mesera de bar Clancy —la atractiva pelirroja de minifalda hermana de Glen Charlock—, le revela a Doc los pormenores de la deuda carcelaria de éste, que no eran dólares, sino armas ligeras, del mercado negro, destinadas a “la Milicia Armada Negra de Guerreros Anti-Hombre (MANGAH)”. No obstante, Larry Sportello no indaga sobre tal milicia del Black Power ni sobre el tráfico de armas de la mafia, pero sí algo sobre el trasfondo del asesinato de Glen Charlock, puesto en el blanco, para ultimarlo, por el citado guardaespaldas Puck Beaverton, pues incidentalmente había visto una cinta furtivamente filmada por Farley Branch, el susodicho documentalista y ex marine en Vietnam, donde, con pelos y minucias, mientras Doc yacía inconsciente con un chichón en la cabeza, se aprecia la pactada huida de los moteros guardaespaldas de Michael Wolfmann y el preciso instante del asesinato de Glen Charlock en medio del cerco del Channel View Estates y del asalto del Chick Planet Massage por parte de un militarizado pelotón, con uniformes de camuflaje y pasamontañas, y poderosas armas de alto calibre. Tras ver la película, Doc le pide a Farley Branch copia ampliada de un par de planos y le pide a Fritz Drybeam que a través de ARPAnet indague las matrículas de los vehículos que participaron en el asalto, quien luego le comenta por teléfono: “he buscado los números de matrícula que me diste y resulta que algunos de ellos pertenecen a los ‘reservistas de la policía’ de L.A. Parece que muchos de esos tipos se alistaron durante los disturbios de Watts para jugar al tiro al negro y que todo colara como legal. Desde entonces han sido como una pequeña milicia privada a la que recurre el LAPD cada vez que no quiere salir mal parado en la prensa. Si tienes un lápiz anota esto, y no me cuentes lo que pase.” 

Fotograma de Vicio propio (2014)
  Para indagar sobre esos “auxiliares de la policía”, Larry Sportello, haciéndose pasar por un “representante de Alambradas para la Seguridad del Hogar Tarzana”, se apersona en la casa de Arthur Tweedle, quien acude “a las reuniones de California Vigilante con su vecino Prescott, otro antisubversivo por afición que también constaba en la lista que le había dado Fritz”. Arthur Tweedle es “un operario civil que trabajaba en un turno de día normal en el arsenal de la Marina” y en su casa tiene una colección de poderosas armas que le muestra sin reparos (“armas así habrían cambiado las cosas en Watts”, le dice), además de hablarle de su mercenario “servicio en la reserva de la policía”. Doc ve colgado un pasamontañas que “Se parecía extrañamente a los que salían en la película que Farley Branch había rodado en el asalto a Chick Planet Massage” y Tweedle le dice que “es el reglamentario”, que “forma parte del uniforme para cuando salimos de maniobras”. Así que picado le pregunta si eran ellos “los que estaban hará un par de semanas en aquella movida en la que desapareció Mickey Wolfmann”. Y Tweedle, cantarín, se lo confirma: “Y tanto, acabamos persiguiendo a una banda de moteros por todo Channel View Estates, la pandilla de pinta más repugnante que he visto en toda mi vida, pero, bien mirado, cuando la cosa se tensó no dieron más problemas que los negros.” 

Larry Sportello y Penny Kimball viendo la tele
(Joaquin Phoenix y 
Reese Witherspoon)
Fotograma de Vicio propio (2014)
  Vale observar que esos “matones patriotas conocidos como California Vigilante”, además de racistas y antisubversivos, son “activistas del Partido Republicano”, al que pertenece Ronald Reagan, gobernador de California, y Richard Nixon, presidente de los Estados Unidos. Y es precisamente en un mitin de California Vigilante en el Century Plaza, “el palaciego hotel del Westside”, donde “Nixon se había apersonado de manera imprevista, como por capricho”, que Larry Sportello (mientras fuma un canuto) ve por televisión, en compañía de Penny Kimball, que de repente “un asistente, melenudo, con los ojos desorbitados, vestido con una camisa Nehru y psicodélicos pantalones de pata de elefante a juego”, empieza a gritar coloridos insultos contra el presidente: “¡Eh, Nixon! ¡Eh, pichi Richi! ¡Que te den! ¿Y sabes qué te digo?, que le den a Spiro también. Que les den a todos en la Primera Familia de Mierda. ¡Que le den hasta al perro! ¿Alguien se acuerda de cómo se llamaba el perro? Da igual, que le den también. ¡Que os den a todos! ¡A la mierda!” Los “agentes robot” lo detienen. Y “Nixon de buen humor” sugiere que lo lleven “a una clínica para drogadictos hippies”. Luego, mientras Doc y Penny discuten, en la televisión anuncian que ya lo identificaron: dizque es “Rick Doppel, un estudiante parado que dejó la universidad de UCLA” (Universidad de California Los Ángeles). Pero mientras Penny, que es ayudante del fiscal del distrito, lo identifica como el Chuky, a quien todo el mundo conoce en el Palacio de Justicia y en la Casa de Cristal, pues es un “informante” de la Brigada Antirrojos y de la DIPP (División de Inteligencia para Desórdenes Públicos), Doc, para sus adentros y por unas polaroids que vio para buscarlo, reconoce a Coy Harlingen, el ex saxofonista de los Boards y supuesto muerto por una sobredosis de heroína, buscado por su esposa Hope, con quien tiene una pequeña hija: Amethyst; quienes se conocieron en el Oscar’s de San Ysidro, un antro “justo al lado de la frontera de Tijuana”, donde “los lavabos eran las veinticuatro horas un hervidero de yonquis, novatos y curtidos, que acaban de pillar mercancía en México, la metían en pelotas de caucho y se las tragaban, y luego cruzan de vuelta a Estados Unidos para vomitarlas”. Según le cuenta Hope a Larry Sportello de su romántico encuentro: “Yo acababa de entrar corriendo en el váter sin siquiera pararme a mirar antes, ya me había metido el dedo en la garganta, y allí estaba sentado Coy, con su digestión de gringo, a punto de echar una gigantesca cagada. Los dos lo sacamos casi al mismo tiempo, vómito y mierda por todas partes, yo con la cara en su regazo y, para acabar de liarlo todo, él tenía una erección [...] Ya antes de llegar a San Diego estábamos pinchándonos juntos en la parte de atrás de la furgoneta de no sé quién, y menos de dos semanas más tarde, partiendo de la interesante teoría de que dos pueden pillar más barato que uno, nos casamos, y casi sin darme cuenta llegó Amethyst; y al poco éste es el aspecto que tuvo la pobre.”



   
Fotograma de Vicio propio (2014)
      Haciéndose pasar por “un periodista musical de una revista underground de fans llamada Stone Turntable” y con su amigo Denis de supuesto fotógrafo, Doc rastrea a Coy Harlingen en la casona que los Boards tienen en Topanga Canyon. Y en un encuentro que tiene con él, Coy Harlingen le pide a Doc que le eche un ojo a su esposa Hope y a su hija Amethyst. Y en otro, en la costosa clínica Chryskylodon (cuyo nombre griego significa colmillo de oro), le pide que lo ayude a salirse del pacto de sangre que hizo con la mafia que paga su “programa de desintoxicación” y sus actividades de soplón, infiltrado e informante, tanto para la mafia del Colmillo Dorado (que trafica con heroína del Extremo Oriente), como para el LAPD y California Vigilante.

Sauncho Smilax, amigo y abogado de Larry Sportello
(Benicio del Toro y Joaquin Phoenix)
Fotograma de Vicio propio (2014)
  Según se cree, en Laguna Canyon radican los laboratorios de la mafia psicodélica que produce el LSD con que viaja y oficia un tal Vehi Fairfield, especie de oráculo y amigo de su amiga Sortilège, quien por segunda vez le invita un viaje en ácido en cuyas metafísicas latitudes ve a Shasta, entonces desparecida, a bordo de la goleta el Colmillo Dorado navegando en las aguas del Pacífico. Pero los meollos y alcances del Colmillo Dorado, “un cártel de heroína del sudeste asiático”, son aún más siniestros, según logra entrever Doc en sus indagaciones. Pues según le comenta Jason Velveeta, un padrote idiotizado por Jade, la masajista asiática del Chick Planet, el Colmillo Dorado es “Un cártel indochino de heroína. Una historia vertical. Ellos la financian, la cultivan, la tratan, la cortan, la mueven, controlan redes por todo el país de camellos callejeros locales, y se llevan un porcentaje. Brillante.” Y, según le dice, el Chick Planet Massage “es una de las fachadas que utilizan para blanquear dinero”. Y más aún, según colige Doc, ese costoso colmillo de oro: la clínica Chryskylodon, es parte de esa “historia vertical”, tanto como lo es el barco el Colmillo Dorado, en el que se transportan alijos de droga y bultos de dólares (algunos falsos y con el rostro de Nixon), como otra de sus fachadas: el “Edificio Colmillo Dorado”, “un edificio extrañamente futurista” que es un enorme cono, “¡un colmillo dorado de seis plantas!”, cuyo rótulo anuncia: “COLMILLO DORADO ENTERPRISES, INC-CORPORATE HQ”, el cual, según le informa el doctor Blatnoyd, afanado en esnifar cocaína y en revolcarse con su lúbrica secretaria, es “un consorcio financiero” donde la mayoría son dentistas. Y quien luego aparece misteriosamente muerto en una mansión en Bel Air, donde dizque vestido saltó del trampolín de una alberca (“llevaba un traje de terciopelo de color intenso, casi ultravioleta, con las solapas muy anchas y pantalones de pata de elefante, cuyo efecto acentuaba con una pajarita de color frambuesa y un ostentoso pañuelo”) y oficialmente murió de “una fractura mortal en el cuello”; sin embargo, según el forense, tenía unas “heridas punzantes en la garganta, que se ajustarían a los caninos de un animal salvaje de mediano tamaño”.


         
Larry Sportello y Adrian Prussia
(Joaquin Phoenix y Peter McRobbie)
Fotograma de Vicio propio (2014)
        Vale añadir que las pesquisas que llevan a Larry Sportello frente al asesino a sueldo Adrian Prussia y que lo colocan en la órbita de que éste lo secuestre y quiera matarlo auxiliado por Puck Beaverton, propician que Bigfoot Bjornsen, oculto, siguiendo a Doc a hurtadillas y usándolo como carnaza sin su autorización, le siembre en su auto (sin que lo sepa) un alijo de “veinte kilos de Blanca China del número 4”, narcótico del cártel del Colmillo Dorado que Bigfoot sustrajo de la casa de Adrian Prussia. Doc, tras descubrir la droga oculta en la cajuela —nervioso, presuroso y sigiloso— la esconde. Esto suscita que la mafia quiera recobrarla y por ende el ricachón y empresario Crocker Fenway, quizá algo más que un negociador, se pone en contacto con Larry Sportello para recuperarla. (Crocker Fenway, además, lo conoce porque otrora lo contrató para localizar a su locuaz hija Japonica; “Había sido su primer curro pagado como detective privado con licencia legal, y vaya si se lo habían pagado”). Con una peliculesca y peliaguda estratagema, Doc acuerda un intercambio: entregará el estupefaciente a cambio de la libertad de Coy Harlingen (quien añora y ansía volver a su vida de saxofonista común, con su esposa e hija), cosa que la mafia le concede y Hope se lo agradece con una exultante llamada telefónica: “Ha vuelto, Doc, está vivo y de vuelta y llevo veinticuatro horas viajando por las nubes, y ya no sé qué creer.”

Hope Harlingen (Jena Malone)
Fotograma de Vicio propio (2014)


Thomas Pynchon, Vicio propio. Traducción del inglés al español de Vicente Campos. Colección Andanzas núm. 752, Tusquets Editores. 1ª edición mexicana. México, abril de 2011. 424 pp.


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