Llevaba un infierno en mis entrañas
A los gemelos Bonny
y Dolly,
sosias
de sí mismos.
I de XII
De 1996 data la primera edición de Frankenstein o El moderno Prometeo, la celebérrima novela de la
escritora británica Mary Wollstonecraft Shelley (1797-1851), publicada en
Madrid con el número 230 de la Colección Letras Universales de Ediciones
Cátedra. La traducción del inglés al español es de María Engracia Pujals; y el
erudito prólogo, la bibliografía y las notas son de Isabel Burdiel, acuciosa investigadora
y catedrática de la Universidad de Valencia. Y la cuarta edición data de 2003 y
no se salva de las dispersas y vistosas erratas, reprochables de por sí, pero
más aún por tratarse de una edición crítica y anotada repleta de minucias. Junto
a la breve iconografía en blanco y negro, y al enriquecedor bagaje crítico, y
pese a que “No se conserva”, dice Burdiel, “el manuscrito final que Mary Shelley
entregó a la imprenta” para la primera edición de 1818 —con las correcciones,
cambios y añadidos del poeta y ensayista Percy Bysshe Shelley (1792-1822)—, lo
singular y relevante de la presente traducción y edición (inextricable al
ensayístico preámbulo y a las puntuales notas de Isabel Burdiel) es que “se
basa, íntegramente, en la primera edición anónima de 1818 publicada en Londres,
en tres volúmenes, por Lackington, Hughes, Harding, Mavor & Jones”[1] —que
algunos atribuyeron a Percy Shelley—, y no en la tercera edición de la novela
(la “definitiva”), revisada, corregida e introducida sólo por Mary W. Shelley, impresa
en Londres, en 1831[2],
en un volumen de lujo ilustrado con grabados del británico Theodor von Holst
(1810-1844), editado “por Henry Colburn y Richard Bently” en la serie Standard Novels[3],
la cual es la que por lo regular sirve de base, tácitamente o no, para las
traducciones y ediciones que se pergeñan y pululan en el globalizado y disperso
ámbito del idioma español; y por ello suelen comprender veinticuatro capítulos
numerados con romanos o arábicos, más el anónimo “Prólogo” de la edición de
1818 firmado en “Marlow, septiembre de 1817” (escrito por Percy Shelley) y la
“Introducción” de Mary W. Shelley, ex
profesa para la tercera edición, y por ello está firmada con sus siglas en
“Londres, 15 de octubre de 1831”, donde, curiosamente, descuella una consabida
mentira (entre otras) sobre la legendaria y difuminada participación y
colaboración de Percy Bysshe Shelley en la génesis, revisión y retoque de la
obra: “Ciertamente no le debo una sola sugerencia o una mera línea a mi marido,
y sin embargo, si no hubiese sido por su estímulo mi historia nunca hubiese
tomado la forma en que fue presentada al mundo.”[4]
|
Frankenstein (London, 1831) Grabados de Theodor von Holst |
“La polémica sobre la
cantidad, y la calidad, de la indudable aportación de Percy Shelley a la
composición de Frankenstein sigue viva
entre los estudiosos”, afirma Isabel Burdiel. De ahí que en Inglaterra, “Para
la preparación de esta edición”, Burdiel haya “consultado los fondos propiedad
de Lord Abinger depositados en la Bodleian Library de Oxford que contienen, en
dos secciones, largos fragmentos de los manuscritos preparatorios de la obra
con correcciones, tanto de Mary, como de Percy Shelley”. Intríngulis que
Burdiel bosqueja en su anotada y sesuda “Introducción” y que consecutivamente
indica (con comillas) en el texto de la novela y en sus puntuales y
correspondientes notas a pie de página[5].
En este sentido, apunta en los últimos párrafos de su breve nota preliminar a
“Esta edición”:
|
Frankenstein; or, The Modern Prometheus (London, 1818) Volumen I de la edición príncipe |
“El conflicto acerca
de la edición más autorizada implica, de hecho, un conflicto acerca de la
identidad de la autora y de su capacidad de controlar un texto que ya se había
hecho famoso y que, según se sabe ahora, fue corregido ampliamente por su
marido, Percy B. Shelley. Implica también una consideración acerca del sentido
de la obra en la medida en que, tanto la Introducción como las revisiones de
1831, tendieron a enfatizar los aspectos más conservadores y pesimistas de la
misma y a limar algunos de sus supuestos más escandalosos.
“De esta forma, las dos convenciones clásicas
que avalan como más autorizada la
última versión de una obra (la preservación de la integridad de sentido del
texto original y el carácter de la autoría del mismo) son objeto de un debate
no concluido acerca del ‘verdadero Frankenstein’
del cual esta edición participa.
“Mientras en España [y
en América Latina] las ediciones disponibles reproducen casi invariablemente el
texto de 1831, la importante investigación realizada sobre los manuscritos
originales de la obra de Mary Shelley —consultados asimismo al preparar esta
edición— ha ido otorgando creciente autoridad académica al texto de 1818. La
joven autora de 18 años que comenzó a escribir en el verano de 1816 (y aceptó
las correcciones de su futuro marido) tenía poco que ver con la melancólica
viuda que, en 1831, quiso expresar sus reservas ideológicas respecto al clima
intelectual y personal que hizo posible su primer impulso narrativo.
“Nuestra elección se
justifica, pues, por la oportunidad crítica de ofrecer al lector español aquel
impulso imaginativo original que hizo nacer el mito de Frankenstein. Fue precisamente la popularidad inmediata y
continuada del mismo la que hizo sentir a Mary Shelley la necesidad de una
nueva edición revisada que no hubiese tenido lugar, ni el sentido que tuvo, si
‘el primer Frankenstein’ no se
hubiese convertido ya en un mito popular. Con ello concedemos al texto de 1818
la atención crítica que la gran mayoría de los estudiosos de la obra de Mary W.
Shelley le otorgan hoy en día.”
II de XII
|
Letras Universales núm. 230, Ediciones Cátedra Cuarta edición Madrid, 2003 |
Puesto que en la edición urdida para la serie Letras Universales
de Ediciones Cátedra no se acredita, quizá la fuente bibliográfica de la
traductora María Engracia Pujals haya sido la edición crítica y anotada que
James Rieger publicó, en 1974 (y en 1984), en la editora de la Chicago
Univsersity Press: Frankenstein; or, The
Modern Prometheus (The 1818 Text); o tal vez haya sido la homónima edición
crítica y anotada que Marilyn Butler dio a conocer en Londres, en 1993, en la
colección Pickering Women’s Classics. El caso es que, según se lee en la
presente traducción al español, el Volumen I del Frankenstein o El moderno Prometeo de 1818 lleva por epígrafe un
fragmento de El Paraíso perdido
(1667), del poeta y ensayista inglés John Milton (1608-1674):
¿Te
pedí,
Por
ventura, Creador, que transformaras
En
hombre este barro del que vengo?
¿Te
imploré alguna vez que me sacaras
Y de manera anónima el libro está dedicado por
“La Autora” a William Godwin (1756-1836), utopista político y filósofo radical,
narrador, polígrafo y editor —esposo de la pensadora y feminista radical Mary
Wollstonecraft (1759-1797)—, y padre de Mary Wollstonecraft Shelley, quien —dice
Isabel Burdiel— “por razones financieras propias e intentado capitalizar el
éxito de la primera versión teatral” basada en el libro de su hija (montada en
“la English Opera House”), autorizó la “segunda edición de la obra, en dos
volúmenes”, impresa en Londres, en 1823, por G. and W.B. Whittaker. No
obstante, Burdiel no apunta si esa segunda edición también fue anónima y si
tuvo enmiendas o no[7].
|
Los padres de Mary W. Shelley: William Godwin y Mary Wollstonecraft |
Luego sigue el anónimo
“Prólogo”, escrito por Percy Shelley[8],
quien, afirma Isabel Burdiel, “se ocupó de todo lo relacionado con la primera
publicación de Frankenstein” y a
quien “le fue atribuida inicialmente en ciertos círculos literarios”; pero —ojo—
al final del “Prólogo” (tal vez se trate de una errata de los subterráneos
galeotes de Ediciones Cátedra) no figura el sitio de Inglaterra ni la fecha con
que normalmente se data y se lee en las traducciones al español de la tercera
edición de 1831: “Marlow, septiembre de 1817”. Lugar y fecha que implican que
Mary y Percy Shelley —quienes el 30 de diciembre de 1816 se casaron “en la
iglesia londinense de Santa Mildred”[9]—,
durante varios meses de 1817 tuvieron una rentada “casa propia” en Marlow: “Albion
House 18”[10],
donde (se infiere) la narradora concluyó el borrador del primer Frankenstein, pues según apunta Ángela Pérez,
en marzo de 1817 “los Shelley se instalan en Marlow” y “Mary trabajó [en su
manuscrito] hasta mayo de 1817”[11].
|
Villa Diodati |
Según dice Percy Shelley en ese “Prologo”
como si fuera Mary: “Pasé el verano de 1816 en los alrededores de Ginebra.” Legendaria
fecha y ámbito que tácitamente alude a la no menos legendaria Villa Diodati[12],
rentada por lord Byron en Cologny, próxima a las orillas del lago de Ginebra (o
Lago Léman) y muy cerca de la Maison Chapuis donde se alojaron Mary y Percy Shelley,
y Claire Clairmont[13],
hermanastra no consanguínea de ella (embarazada de Byron), y donde la escritora,
aún con 18 años de edad[14],
tras el lúdico reto[15]
(de nocturno petit comité) de
escribir un “cuento de fantasmas”[16],
empezó a fermentar la onírica simiente del gigantesco y horrorosísimo monstruo “mientras
se quedaba de nuevo embarazada”. Durante el proceso de escritura de Frankenstein, dice Burdiel, “comenzó a
recuperarse de la muerte de su primogénita, crió a su segundo hijo y dio a luz
a un tercero. Cambió de residencia y de país varias veces y se casó.”[17]
“La temporada era fría y lluviosa[18],
y por las noches nos agrupábamos en torno a la chimenea”, continúa Percy Shelley
en el “Prologo” (como si fuera Mary). “Ocasionalmente nos divertíamos con
historias alemanas de fantasmas, que casualmente caían en nuestras manos.
Aquellas narraciones despertaron en nosotros un deseo juguetón de emularlos.[19] Otros
dos amigos (cualquier relato de la pluma de uno de ellos resultaría bastante
más grato para el lector que nada de lo que yo jamás pueda aspirar a crear) y
yo nos comprometimos a escribir un cuento cada uno, basado en algún
acontecimiento sobrenatural.
“Sin embargo, el tiempo de repente mejoró, y
mis dos amigos partieron de viaje hacia los Alpes donde olvidaron, en aquellos
magníficos parajes, cualquier recuerdo de sus espectrales visiones. El relato
que sigue es el único que se terminó.”
Ante esto, Isabel
Burdiel anota que “según la Introducción a la edición de 1831 y los Diarios de
J.W. Polidori[20],
los reunidos [en Villa Diodati] eran Percy B. Shelley, Lord Byron, Mary
Shelley, su hermanastra Claire Clairmont y el médico de Byron, John William
Polidori”[21].
Y que “Poco después de la publicación de Frankenstein,
J.W. Polidori publicó su contribución a aquella apuesta de salón, The Vampyre, A Tale (1819)”, “atribuida
inicialmente a Lord Byron”. Es decir, en abril de 1819 apareció en la revista
londinense New Monthly Magazine “con
el nombre de Byron”[22],
“errónea o intencionadamente”[23],
y por ende Byron se irritó, protestó con agresividad y tildó “la operación de
‘vulgar impostura comercial’”[24].
Y, sin proponérselo, el cuento de Polidori “inició la tradición del vampiro
aristocrático y se convirtió en un gran éxito literario y teatral”[25].
|
Los conjurados en Villa Diodati |
Vale comentar que, por
ello, el cuento de John William Polidori (1795-1821)[26],
no menos inmortal que la novela[27]
de Mary Shelley, suele figurar en acopios temáticos; por ejemplo, El vampiro (Siruela, 2001), antología
con “Edición y prólogos del Conde de Siruela” (Jacobo Fitz-James Stuart y
Martínez de Irujo); y Frenesí Gótico
(Valdemar, 2004), antología con “Selección, traducción, prólogo y notas” de
Juan Antonio Molina Foix, autor de la novela El vampiro de la calle Méjico (Anagrama, 2012), cuyo sonoro título
parafrasea el rótulo de la novela (de temática gay) de Luis Zapata: El
vampiro de la colonia Roma (Grijalbo, 1979). Y que, curiosamente, con el
citado título La noche de los monstruos
(Edhasa, 2012) —volumen con pocas erratas— y edición de Ángela Pérez, se
reunieron el Frankenstein de 1831,
con traducción de Mercedes Rosúa, hecha de la edición que Michael Kennedy
Joseph publicó, en 1969, a través de la Oxford University Press, cuya fuente es
la edición original de 1831 revisada e introducida por Mary Shelley; más “Augustus
Darvell, fragmento”, de lord Byron (1788-1824), embrionario y trunco episodio[28],
al parecer de una narración de vampiros (o supuesta novela) nunca escrita,
publicado en Londres, en 1819, “al final de la primera edición del poema Mazeppa”[29];
y “El Vampiro”, el susodicho relato de Polidori —derivado del fragmento de
Byron—, traducidos por la editora y ensayista Ángela Pérez; quien además
incluyó una “Introducción”, “Notas biográficas”, cartas y fragmentos de
diarios, “Bibliografía consultada”, una “Cronología”, y la póstuma reseña
(laudatoria y parcial) en torno al primer Frankenstein
que Percy Shelley escribió en 1817[30]
(se infiere que en Albion House, su alquilada casa familiar en Marlow). Trilogía
literaria que es el fruto de las legendarias, novelescas, cinematográficas y
fantasmagóricas “veladas en Villa Diodati” ocurridas en aquel lluvioso y
“extraño verano de 1816”[31]
en que germinó la inmortal simiente del Frankenstein
de 1818. Mítica y legendaria anécdota que la propia Mary W. Shelley evoca en su
“Introducción” de 1831, incluida como “Apéndice” en la presente cuarta edición
en la serie Letras Universales de Ediciones Cátedra (pero, ojo, sin la
susodicha y consabida datación con que la autora la rubricó al término):
|
La noche de los monstruos (Edhasa, 2012) Contraportada de la sobrecubierta |
“Muchas y largas fueron las conversaciones
entre Lord Byron y Shelley en las cuales yo era una devota pero casi siempre
silenciosa oyente. Durante una de esas conversaciones fueron discutidas varias
doctrinas filosóficas y, entre otras, las referidas a la naturaleza del
principio de la vida y si sería posible que hubiese alguna probabilidad de que
alguna vez fuese descubierto y comunicado. Hablaron de los experimentos del
doctor [Erasmus] Darwin[32]
(hablo no de lo que el doctor realmente dijo o hizo, sino de lo que se decía
entonces que había hecho), el cual fue capaz de preservar un trozo de vermicelli[33]
en una caja de cristal hasta que, por algún medio extraordinario, éste comenzó
a moverse por voluntad propia. No de esta forma, pero quizás de otra, se podía
dar la vida. Quizás un cadáver podría ser reanimado; el galvanismo había dado
pruebas de esa posibilidad: quizás se podrían fabricar los elementos que
componen a una criatura, unirlos entre sí y dotarles del calor vital.
“La noche fue
desvaneciéndose en esta conversación e incluso la hora de las brujas pasó antes
de que nos retirásemos a descansar. Cuando apoyé la cabeza sobre la almohada no
pude dormir, tampoco podría decir que estuviese pensando. Mi imaginación, sin
ser rogada, me poseyó y me guió, dotando a las imágenes que surgían en mi mente
de una intensidad que estaba más allá de las fronteras del sueño. Vi —con los
ojos cerrados pero mediante una aguda visión mental—, vi al pálido estudiante
de artes diabólicas arrodillado al lado de aquella cosa que había conseguido
juntar. Vi el horrendo fantasma de un hombre extendido y, entonces, bajo el
poder de una enorme fuerza, aquello mostró signos de vida y se agitó con un
torpe, casi vital, movimiento. Era espantoso porque supremamente espantosas
deben ser las consecuencias de cualquier tentativa humana de imitar el
asombroso mecanismo del Creador del mundo. El artista quedó horrorizado ante su
éxito y huyó de su odiosa creación sacudido por el horror. Esperaba que, dejada
a su suerte, la débil chispa vital que le había trasmitido se extinguiese y que
la cosa que había recibido aquella animación tan imperfecta volvería a
convertirse en materia muerta, y que él podría dormir con la creencia de que el
silencio de la tumba apagaría para siempre la fugaz existencia de aquel
horrendo cadáver que él había considerado la cuna de la vida. Se durmió; pero
volvió a despertarse; y vio a aquella cosa horrible de pie junto a su lecho
abriendo las cortinas y mirándole con sus ojos amarillos, acuosos y estúpidos.”
III de XII
El Volumen I del Frankenstein
de 1818 se divide en cuatro cartas y siete capítulos. Las cartas son el relato
que Robert Walton —un joven de 28 años, trotamundos, aventurero, acaudalado,
soltero y solitario— le dirige a su hermana Margaret (la señora Saville,
radicada en Londres, con hijos y marido), principalmente desde San Petersburgo
y el puerto ruso de Arkángel.
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Ilustración de Acamonchi en Frankenstein (Mirlo, 2017) |
En primer término descuella el hecho de que
Walton se distingue por sus entrenamientos en el mar, pulsiones e ideales de
explorador y descubridor de secretos científicos, de lugares nunca antes
pisados por un ser humano y de rutas que dejen huella para futuros
exploradores, viajeros y mercaderes. Es por ello que en el puerto de Arkángel
renta y pertrecha un barco, y contrata a la tripulación, con el objetivo de
“descubrir, cerca del Polo [Norte], una ruta hacia aquellos países a los que
actualmente se tarda mucho en llegar”. Es decir, tras zarpar a fines de junio
(según planea), tiene “el propósito de llegar al Océano Pacífico Norte a través
de los mares que rodean al Polo”. Y además: “desvelar el secreto del imán”. Según
le dice a su hermana Margaret en la primera carta fechada en “San Petersburgo,
11 de diciembre de 17...”: “Puede que allí encuentre la maravillosa fuerza que
mueve la brújula; podría incluso llegar a comprobar mil observaciones celestes
que requieren sólo este viaje para deshacer para siempre sus aparentes
contradicciones. Saciaré mi ardiente curiosidad viendo una parte del mundo
jamás hasta hora visitada, y pisaré una tierra donde nunca antes ha dejado
huella el hombre.” E incluso, según le escribe en su segunda carta, fechada en
“Arkángel, 28 de marzo de 17...”, además de navegar “hacia lugares
inexplorados, hacia ‘la región de la bruma y la nieve’”[34],
sueña con hacer una especie de prolongada, aventurera e imprecisa circunnavegación:
“¿Te encontraré de nuevo, tras cruzar inmensos mares y rodear los cabos de
África y América? No me atrevo a esperar tal éxito, y no obstante no puedo
soportar la idea del fracaso.”
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Ilustración de Acamonchi en Frankenstein (Mirlo, 2017) (Detalle) |
Sin embargo, el
propósito inicial de Robert Walton se posterga (y se eclipsa) a partir del atasco
del navío entre los glaciares y témpanos de hielo, lo cual coincide con una inusitada
observación desde el barco y con un consecutivo e imprevisto hallazgo y rescate.
Según le reporta a su hermana Margaret en la cuarta carta, con fecha del “5 de
agosto de 17...”, “El lunes pasado (31 de julio)”, cuando el barco se hallaba
rodeado de hielo y “Hacia las dos de la tarde, la niebla se levantó”, vieron,
“Como a media milla y en dirección al norte”, “un vehículo de poca altura,
sujeto a un trineo y tirado por perros. Un ser de apariencia humana, pero de
gigantesca estatura, iba sentado en el trineo y dirigía los perros. Observamos
con el catalejo el rápido avance del viajero hasta que se perdió entre los
lejanos montículos de hielo.” Según le dice, “Esa visión provocó nuestro
asombro total. Nos creíamos a muchas millas de cualquier tierra, pero esta
aparición parecía demostrar que en realidad no nos encontrábamos tan lejos como
suponíamos. Pero, cercados como estábamos por el hielo, era imposible seguir el
rastro de aquel hombre al que habíamos observado con la mayor atención.” Y a la
mañana siguiente, tras subir a cubierta, oye que la tripulación habla con
alguien que se halla “sobre un gran fragmento de hielo, que se nos había acercado
durante la noche”, y observa que el trineo que está sobre el témpano es
semejante al que habían visto, pero sólo un perro queda vivo y el hombre que
está allí “No parecía, como el viajero de la noche anterior[35],
un habitante salvaje procedente de alguna isla inexplorada, sino un europeo”,
que habla el inglés con “acento extranjero” (que resulta ser el filósofo naturalista
Victor Frankenstein, aunque todavía no revela su nombre ni su especialidad ni
Walton lo apunta), quien, convaleciente, débil y melancólico, se transforma en
un huésped amable y culto, muy querido y apreciado por el patrón del barco, al
que los rudos marineros consideran y escuchan con respeto. La cuarta carta,
entonces, con dos entradas fechadas el “13” y el “19 de agosto de 17...”, se
trueca en el diario de Robert Walton, donde bosqueja, para su hermana Margaret,
que el rescatado viajero le contará su insólita y aleccionadora historia
“durante el día” (la cual implica que en el momento de sucederse el rescate iba
en pos de alguien que, afirma, huyó de él). Memorias oídas que Robert Walton,
dice, escribirá “cada noche, cuando no esté ocupado”, “empleando en lo posible
sus propias palabras”. De ahí que en los siguientes siete capítulos del Volumen
I (repletos de suspense, de
romanticismo y de episodios melodramáticos) sea, centralmente, la voz del
propio Victor Frankenstein la que en primera persona narre los pormenores y las
menudencias de la aciaga, dramática y patética historia de su singular vida.
IV de XII
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Ilustración de Lynd Ward en Frankenstein o el moderno Prometeo (Sexto Piso, 2013) |
Nacido en Ginebra y primogénito de tres hermanos, el cultísimo y
políglota Victor Frankenstein vivió allí su infancia, su adolescencia y su
primera juventud hasta los 17 años, cuando partió en diligencia hacia “la
tierra de la sabiduría”[36],
precisamente a estudiar filosofía natural[37]
en la Universidad de Ingolstadt[38],
alentado por su padre el juez Alphonse Frankenstein, quien hacia los 15 años de
su vástago “Construyó una pequeña máquina eléctrica y realizó algunos
experimentos”, e “hizo una cometa con cable y cuerda que arrancaba de las nubes
ese fluido”[39].
Tras dos años en la Universidad de Ingolstadt, donde fue discípulo del profesor
Waldman, consiguió “mejorar algunos instrumentos químicos” (pues la química —y
no la anatomía ni la medicina[40]—
es la ciencia que más le interesa y la que domina su mentor), lo que le “valió
gran admiración y reconocimiento en la universidad”. “Nos ha superado a todos”,
“se ha puesto a la cabeza de la universidad”, pregona de él el profesor Krempe,
quien a su llegada a Ingolstadt ridiculizara su cándido e impúber entusiasmo
por las anacrónicas y obsoletas obras de Cornelio Agrippa, Paracelso y Alberto
Magno, que Victor Frankenstein leía en su temprana adolescencia al empeñarse —semejante
a un lego Fausto cuasiilluminati— en
la esotérica búsqueda de la piedra filosofal y del elixir de la vida,
consecuencia de su infantil interés por las “ciencias ocultas”, y de su ingenua
y fantasiosa creencia de que se podía “Provocar la aparición de fantasmas y
demonios”. Superstición paralela a su interés por los “fenómenos naturales que
a diario tienen lugar”, y a procesos fisicoquímicos como “La destilación y los
maravillosos efectos del vapor”.
|
Jardín de la Universidad de Ingolstadt, famosa por sus profesores de anatomía, donde Frankenstein adquiere los conocimientos que le permiten crear al 'monstruo´. En esta universidad floreció la secta de los iluministas de la que Victor parece adepto.
Imagen y nota en Frankenstein (Vicens Vives, 2006) |
Pero luego de esos dos
años en la Universidad de Ingolstadt, tras advertir que ha descubierto nada
menos que “el origen de la generación de la vida”, y que él “mismo estaba
capacitado para infundir vida en la materia inerte”, en vez de regresar a
Ginebra —donde lo esperan su padre, sus dos hermanos, y su prometida y prima
hermana Elizabeth Lavenza—, se aboca a “la creación de un ser humano”,
precisamente “en un cuarto solitario” en la universidad, “una celda, en la
parte más alta de la casa”, donde instala su taller, su oculto laboratorio de
negras e “impías artes”, y de manera secreta e ilícita se entrega a crear “una
criatura de dimensiones gigantescas; es decir, de unos ocho pies de estatura[41] y
correctamente proporcionada”. Sería un ejemplar de una “nueva especie” de
“muchos seres felices y maravillosos” que a él, como si fuera un padre o un
dios, le deberían la existencia. Derrotero romántico, megalómano e idealista
que quizá lo llevaría a “devolver la vida a aquellos cuerpos que,
aparentemente, la muerte había entregado a la corrupción”. Así que durante “casi
dos años” experimenta en secreto y prepara los materiales obtenidos en los
cementerios, en las tumbas, en los osarios, en “la sala de disección y el matadero”.
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Ilustración de Lynd Ward en
Frankenstein o el moderno Prometeo (Sexto Piso, 2013) |
V de XII
Vale observar, entre paréntesis, que Elizabeth Lavenza, en la
edición de 1818, vive desde su niñez en el núcleo familiar de los Frankenstein
en Ginebra, luego de que —siendo hija única de la única hermana de su tío el
juez Alphonse Frankenstein—, su progenitor, “un caballero italiano”, le
escribiera desde Italia al padre de Victor para que se hiciera responsable de
la niña, puesto que “tenía la intención de casarse con una dama italiana”.
Mientras que en la versión de 1831, para eludir el mojigato prurito del
supuesto incesto, Elizabeth Lavenza (“una niña más hermosa que los querubines
de los cuadros”) no es su prima hermana, sino una huérfana recogida y adoptada
en Italia (“en las orillas de lago Como”) desde la infancia de ambos niños; es
decir, cuando Victor (un año mayor que ella) “tenía unos cinco años”. La madre
de la rubia Elizabeth Lavenza era una alemana que “había muerto al darla a
luz”; y su padre “era uno de esos italianos alimentado con los recuerdos de la
antigua gloria de Italia, uno entre los schiavi
ognor frementi[42]
que luchaban para conseguir la libertad de su país”. Por ende, “No se sabía si
había muerto o languidecía aún en los calabozos de Austria. Sus propiedades
fueron confiscadas, [y] su hija quedó huérfana y mendiga.”
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Ilustración de Lynd Ward en Frankenstein o el moderno Prometeo (Sexto Piso, 2013) |
Ese notorio cambio,
edulcorado y melifluo en su concepto y composición melodramática, es parte —junto
a la “larga Introducción aclaratoria” que la narradora pergeñó para la “tercera
y definitiva edición” de 1831— de la “significativa serie de correcciones en el
texto original que [observa Burdiel] dan cuenta de la evolución personal de una
Mary Shelley triste, desilusionada y conservadora, deseosa de hacer olvidar los
escándalos de su adolescencia romántica y de asegurar, para ella y para su
hijo, la respetabilidad que siempre había deseado.” Es decir, junto a su empeño
por cultivar y preservar una impoluta imagen honorable y respetable ante el establishment, y en hacer menos difícil
la relación con su padre (“frío y distante”), el objetivo de Mary Shelley, dice
Burdiel, era “asegurar la herencia de su hijo Percy Florence Shelley[43] como
el único nieto vivo de Sir Timothy Shelley tras la muerte de los [dos] hijos de
Harriet[44].
Sus esfuerzos por proporcionar a Percy Florence una educación acorde con el
título y la fortuna del caballero que quería que llegase a ser ocuparon la
mayor y más consistente parte de sus esfuerzos emocionales e intelectuales[45].
Finalmente, en 1840, Percy Florence Shelley se graduó (sin honores) por
Cambridge y en 1844, a la muerte de Sir Timothy, heredó sus propiedades y la
posición social que su madre había añorado siempre.”
VI de XII
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Ilustración de Lynd Ward en Frankenstein o el moderno Prometeo (Sexto Piso, 2013) |
Tras “casi dos años” de trabajo oculto, insomne e infatigable
(cuyas menudencias y peculiaridades no son narradas ni pormenorizadas), “Una
desapacible noche de noviembre” (quizá del fúnebre Día de los Muertos[46]),
a “la una de la madrugada”, Victor Frankenstein ve que la gigantesca y
diabólica criatura creada por él “abría sus ojos amarillentos y apagados.
Respiró profundamente y un movimiento convulsivo sacudió su cuerpo.” Según le
dice a Walton del gigantesco engendro, “Sus miembros estaban bien proporcionados
y había seleccionado sus rasgos por hermosos”. Pero luego, contradiciéndose (y asombra
y es ilógico que no lo advirtiera durante el largo proceso de elaboración
científica), observa que son parte de una monstruosa y cadavérica fealdad que
lo horroriza: “Su piel amarillenta apenas si ocultaba el entramado de músculos
y arterias; tenía el pelo negro, largo y lustroso, los dientes blanquísimos;
pero todo ello no hacía más que resaltar el horrible contraste con sus ojos
acuosos, que parecían casi del mismo color que las pálidas órbitas en las que
se hundían, el rostro arrugado, y los finos y negruzcos labios.”
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Ilustración de Acamonchi en Frankenstein (Mirlo, 2017) |
Despavorido y nervioso,
Victor deja el laboratorio y se va a su habitación, allí mismo en la
universidad. En su recámara deambula pensativo hasta que el cansancio lo hunde
en el sueño, donde en una lasciva, incestuosa y necrófila pesadilla[47]
se mezclan la imagen de su prima hermana Elizabeth Lavenza y el cadáver de su
propia madre Caroline Beaufort (fallecida de escarlatina a los 17 años de él).
Según dice Victor Frankenstein:
“Me desperté horrorizado; un sudor frío me
bañaba la frente, me castañeteaban los dientes y movimientos convulsivos me
sacudían los miembros. A la pálida y amarillenta luz de la luna que se filtraba
por entre las contraventanas, vi al engendro, al monstruo[48]
miserable que había creado. Tenía levantada la cortina de la cama, y sus ojos,
si así podían llamarse, me miraban fijamente. Entreabrió la mandíbula y murmuró
unos sonidos inteligibles, a la vez que una mueca arrugaba sus mejillas. Puede
que hablara, pero no lo oí. Tendía hacia mí una mano, como si intentara
detenerme, pero esquivándola me precipité escaleras abajo. Me refugié en el
patio de la casa, donde permanecí el resto de la noche, paseando arriba y
abajo, profundamente agitado, escuchando con atención, temiendo cada ruido como
si fuera a anunciarme la llegada del cadáver demoníaco al que tan fatalmente
había dado vida.
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Ilustración de Lynd Ward en
Frankenstein o el moderno Prometeo (Sexto Piso, 2013) |
“¡Ay!, ningún mortal podría soportar el
horror que inspiraba aquel rostro. Ni una momia reanimada podría ser tan
espantosa como aquel engendro. Lo había observado cuando aún estaba incompleto,
y ya entonces era repugnante; pero cuando sus músculos y articulaciones
tuvieron movimiento, se convirtió en algo que ni siquiera Dante hubiera podido
concebir.”
Tras el funesto amanecer,
el portero abre las puertas del patio de la casa universitaria donde el
aterrorizado Victor Frankenstein pasó a la intemperie el resto de la madrugada.
Pese a la lluvia, no regresa a su dormitorio, sino que vagabundea por las
callejuelas de Ingolstadt, y andando recita para sí unos versos en los que se
ve reflejado:
Como alguien que, en un solitario camino,
Avanza con miedo y terror,
Y habiéndose vuelto una vez, continúa,
Sin volver la cabeza ya más,
Porque sabe que cerca, detrás,
Tiene un terrible enemigo.
Versos que, apunta Isabel Burdiel, pertenecen
a La balada del viejo marinero, el poema
de Coleridge editado en 1798, a quien la niña (o adolescente) Mary
Wollstonecraft Godwin escuchó recitarlo de su voz “en el salón de su casa”,
pues el poeta era amigo de su padre William Godwin[49].
Pero el caso es que Victor camina bajo la lluvia hasta el “albergue donde solían
detenerse las diligencias y carruajes”. Y al llegar allí ve acercarse “una
diligencia suiza” de la que desciende Henry Clerval, hijo de un obtuso e
iletrado comerciante, y amigo de él y de Elizabeth Lavenza desde su compartida infancia
en Ginebra, quien le informa que ha llegado para inscribirse en la universidad;
no obstante, a Clerval no le interesa la ciencia, sino el estudio de las
lenguas: “el persa, el árabe y hebreo”[50].
Por ende, pese a su fobia y a la probabilidad de encontrarse con el horripilante
engendro, Victor lo lleva a su dormitorio en la casa de estudios, donde el
criado les sirve el desayuno; pero pronto cae al piso por “un ataque de
nervios”, preludio de la “fiebre nerviosa”[51]
que lo mantiene débil y enfermo en la cama durante varios meses (desde
noviembre hasta la primavera). Henry Clerval cuida de él con esmero y afecto. Y
apenas casi recuperado, Clerval le entrega una carta de su prima hermana
Elizabeth Lavenza, firmada en “Ginebra, 18 de marzo de 17...”[52],
donde le habla de su preocupación por la magnitud de su padecimiento, pues
desde hace varios meses no reciben cartas escritas de su puño y letra, sino
sólo las dictadas a Clerval (que obviamente éste escribió motu proprio para tranquilizar a los Frankenstein), y donde, entre
otras cosas, le da noticias de la buena salud de su padre y de sus hermanos
(Ernst y William), del mundillo social en Ginebra, y de las melodramáticas idas
y venidas de la singular y agridulce vida de Justine Moritz, una sirvienta muy
apreciada por ella y por su tía, la fallecida madre de Victor Frankenstein, a
quien emula. No obstante, Victor, pese a que le responde la carta (escrita con
dificultades físicas por su enfermedad), posterga el regreso a su ginebrina casa
familiar desde esa primavera hasta la primavera siguiente. Y antes del previsto
retorno, ya “Entrado mayo”, con su fraterno y entrañable amigo Henry Clerval
hace “una excursión a pie por los alrededores de Ingolstadt”, que dura una
quincena. Cuando ambos regresan a la universidad, a Victor lo espera una carta
de su padre firmada en “Ginebra, 12 de mayo de 17...”, donde le pide que vaya a
casa. Pero centralmente le informa que el pequeño William, el benjamín de los
tres hermanos y de su prima hermana, fue estrangulado el pasado 7 de mayo durante
un paseo en Plainpalais, donde además le robaron del cuello una miniatura que
había pertenecido a la madre de los tres hermanos Frankenstein. El pequeño
William desapareció durante el paseo; lo empezaron a buscar; pero su cuerpo, ya
muerto, sólo fue hallado hasta “Alrededor de las cinco de la madrugada”.
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Ilustración de Lynd Ward en Frankenstein o el moderno Prometeo (Sexto Piso, 2013) |
Por tal aciago motivo, tras “casi seis años”
de ausencia, Victor Frankenstein (con casi 23 años), emprende el largo viaje en
calesa que lo lleva de Ingolstadt a Ginebra. Se detiene dos días en Lausana. Y
bordeando el lago llega hasta “las afueras de Ginebra”. Pero como las puertas
de Ginebra ya están cerradas (se cierran a las 22 horas), pasa “la noche en
Secheron, un pueblecito a media legua de la ciudad”. Allí decide ir al sitio
donde fue asesinado su hermano William. Y como no puede atravesar Ginebra, en
un bote cruza el lago hasta Plainpalais. Cuando ya está en la zona donde ocurrió
el crimen —mientras se sucede una sonora tormenta en derredor y en lontananza[53]
(los rayos alumbran la cordillera, los montes y picachos)—, formula una
elegiaca endecha en memoria del pequeño William; entonces ve “en la oscuridad
una figura que emergía subrepticiamente de un bosquecillo cercano”. Reconoce la
“gigantesca estatura y su aspecto deformado”. Casi de inmediato lo supone el
asesino del pequeño William. Pero el monstruo no se acerca a él ni le dice nada,
sino que se aleja veloz. Y luego lo descubre “trepando por las rocas de la
abrupta ladera del monte Salêve,
el monte que limita Plainpalais por el sur. Rápidamente escaló la cima y
desapareció.”
Ya en su casa familiar en Ginebra, su hermano
Ernest (de 16 años), su padre y su prima hermana lo ponen al tanto de otra dramática
desventura que se suma al asesinato del pequeño William. Justine Moritz, la
joven sirvienta, muy querida por Elizabeth Lavenza y por toda la familia
Frankenstein, ha sido acusada del crimen y encarcelada, pues otra sirvienta (que
la denunció) encontró en uno de sus bolsillos la miniatura robada (un retrato
de la madre de Victor), que es el supuesto “móvil del asesinato”. Ese día se
efectuará (y se efectúa) el juicio. En el proceso Justine Moritz, persuadida
por las amenazas de su confesor, se declara culpable (para “obtener la
absolución” divina, dice) y es condenada a muerte, pese a que con reticencias y
estiras y aflojas resulta y es inocente para los miembros de la familia del
pequeño William. Victor Frankenstein se siente el verdadero culpable al unísono
que culpa al engendro del cruento y cruel embrollo. Pero, angustiosa y depresivamente,
a nadie ha revelado (ni revela) su descubrimiento científico para “infundir
vida en la materia inerte”, ni sus sombríos y ocultos experimentos ilegales con
hurtados y remendados trozos de cadáveres, ni siquiera a Henry Clerval, ni
muchos menos la creación y existencia del diabólico, gigantesco y espantoso
monstruo del que premonitoriamente dijera tras verlo alejarse de prisa, en
medio de la tormenta, del nocturno lugar de Plainpalais donde fue hallado el
cadáver del pequeño William: “mi propio vampiro, mi propia alma escapada de la
tumba, destinada a destruir todo lo que me era querido.”
VII de XII
El Volumen II del Frankenstein
de 1818 se divide en nueve capítulos. Los dos primeros son narrados por la
apesadumbrada y depresiva voz del joven Victor Frankenstein. Pero en la última
parte del segundo capítulo el monstruo lo alcanza y sorprende. Ásperamente se
insultan, maldicen, amenazan y conversan; y el engendro le exige que escuche el
relato de su infausta y corta vida. Del tercero al octavo capítulo del Volumen
II el monstruo le narra su historia; y, amenazante y coercitivo, le formula su
angular e inapelable exigencia: le impone crearle una compañera, tan horrible como
él, con la que planea, sueña e imagina vivir (amoroso, tierno, querido y feliz),
muy distante de los humanos que lo agreden y rechazan por su aberrante
corpulencia y monstruosa y repulsiva fealdad. Y en el capítulo noveno del Volumen
II se vuelve a oír la voz de Victor Frankenstein, pero también la voz del engendro,
pues ambos acuerdan encontrarse cuando en el laboratorio ya esté hecha la
futura mujer del monstruo.
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El monstruo y su “novia” (Boris Karloff y Elsa Lanchester) Fotograma de La novia de Frankenstein (1935) |
“A mediados de agosto,
casi dos meses después” de la injusta ejecución de Justine Moritz[54],
Victor Frankenstein y los suyos (su padre, su prima hermana Elizabeth Lavenza y
su hermano Ernest) hacen una convaleciente excursión al valle de Chamonix[55];
primero se transportan en carruaje y luego en mula[56].
Al segundo día de su llegada al albergue, Victor, pese a la lluvia torrencial,
al frío y a la densa niebla, decide ascender a pie, él solo, la escabrosa y
agreste ruta que lo lleva a la cima del Montanvert, que ya conoce, desde donde
se otea “el famoso Mar de Hielo[57]”.
Según dice: “Recordaba la impresión que el inmenso glaciar en constante
movimiento me había causado la primera vez que lo vi.” Cuando Victor ya está en
la cima del Montanvert observa el mar de hielo; luego desciende y atraviesa,
durante “cerca de dos horas”, ese “campo de hielo” que “tiene casi una legua de
anchura”. [...] “La montaña del otro extremo es una roca desnuda y escarpada.”
Dice. “Desde donde me encontraba, Montanvert se alzaba justo enfrente, a una
legua, y por encima de él se levantaba el Mont Blanc, en su tremenda
majestuosidad. Permanecí en un entrante de la roca admirando la impresionante
escena. El mar, o mejor dicho: el inmenso río de hielo, serpenteaba por entre
sus circundantes montañas, cuyas altivas cimas dominaban el grandioso abismo.
Traspasando las nubes, las heladas y relucientes cumbres brillaban al sol. Mi
corazón, repleto hasta entonces de tristeza, se hinchó de gozo y exclamé:
“—Espíritus errantes,
si en verdad existís y no descansáis en vuestros estrechos lechos, concededme
esta pequeña felicidad, o llevadme con vosotros como compañero vuestro, lejos
de los goces de la vida.”
Al concluir tal
invocación —que recuerda la solitaria circunstancia de la mortuoria endecha
pronunciada, en medio de la tormenta, en el nocturno sitio de Plainpalais donde
se halló el estrangulado cadáver del pequeño William—, ve que el gigantesco
monstruo se acerca a él a gran velocidad, dando enormes saltos en los témpanos.
En medio del violento, amenazante, ampuloso y retórico diálogo con que discuten
y hablan, descuella el inicial hecho de que Victor confirma que “su diabólica
fealdad hacía imposible mirarlo”. Y al unísono se observa (y se reitera con los
hechos) que a Victor —fóbico, obnubilado, egocéntrico y neurótico— no le resta
ninguna minucia de su primigenia pulsión idealista, romántica y megalómana:
crear el primer ejemplar de una “nueva especie” de “muchos seres felices y maravillosos”
que le deberían la existencia. Ni tampoco le queda ni un grumo de la elemental
y básica curiosidad científica y cognoscitiva ante el singular y único ser
elaborado por sus descubrimientos y procedimientos en el secreto e ilícito laboratorio;
y que en él sólo bulle una visceral repulsión, un rechazo irreflexivo y ciego, un
odio sin freno, y un incontrolable deseo de matarlo y vengar el asesinato del
pequeño William y la incriminación y ejecución de Justine Moritz. El monstruo
podría hacerlo trizas en un santiamén (bastaría con un manotazo); no obstante,
su premeditado y único objetivo inmediato (tras perseguirlo a hurtadillas,
observarlo desde el camuflaje y emboscarlo) es que Victor Frankenstein, su
creador (ídem su padre o el dios de
su particular cosmos), oiga lo que tiene que contarle y exigirle con terribles amenazas
de muerte y terror. Según le vocifera: “Si aceptáis mis condiciones, os dejaré
a vos y a ellos [su familia y el resto de la humanidad]; pero si rehusáis,
llenaré hasta saciarlo el buche de la muerte con la sangre de tus amigos.”
[...] “Una venganza que devorará en los remolinos de su cólera no sólo a ti y a
tu familia, sino a millares de seres más”, le reitera. Y para desahogar e
ilustrar los pormenores de su largo y tenebroso discurso sobre su desgraciada e
infeliz vida, lo conmina a que lo escuche en una choza[58] cercana
donde Victor Frankenstein, sin la fortaleza y sin la resistencia física del
engendro, podrá resguardarse y protegerse de las inclemencias de la mortal y
deletérea intemperie. La narración del monstruo dura hasta casi la puesta del
sol. Y el joven Victor Frankenstein regresa a la aldea de Chamonix después del
amanecer del día siguiente.
VIII de XII
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Ilustración de Lynd Ward en Frankenstein o el moderno Prometeo (Sexto Piso, 2013) |
Luego de deambular y sobrevivir en el bosque (ignorante y
confuso sobre su existencia y sobre la naturaleza que lo rodea y de la que se
alimenta), y después de ser agredido en un villorrio donde su altura y
monstruosidad asusta y horroriza a niños, mujeres y hombres, el engendro se
esconde en un estrecho y bajo cobertizo adosado a una solitaria cabaña ubicada
en un bosque cercano a Ingolstadt. Ese minúsculo y bajo espacio, sin luz y con
piso de tierra, es para el monstruo un refugio y un aula o alveolo escolar
donde aprende con celeridad los códigos afectivos, morales, lingüísticos e
ideológicos de su laxo, dogmático e inflexible pensamiento, e incluso el
secreto de su origen en el laboratorio del filósofo naturalista Victor
Frankenstein. A través de un orificio o camuflada hendidura entre un par de
tablones del cobertizo, observa y escucha el día a día del pequeño y
melancólico grupo familiar que, en el interior de la cabaña, sobrevive en la patética
y doliente pobreza. Esa lastimera familia, originaria de París y exiliada allí,
está integrada por tres sombríos miembros: el ciego y anciano De Lacey y sus
jóvenes hijos: Agatha y Félix. Al principio no entiende lo que hablan (en
francés), pero el gigantesco monstruo es sensible ante su indigencia y frente al
trato amable y amoroso que media entre ellos. Así que, sin que lo vean ni lo
oigan (ídem un fantasma), durante las
noches los provee de leña y comestibles y los auxilia con las rudas tareas de
los cultivos. Sus beneficiados y protegidos, a quienes el monstruo llama “mis
protectores”, suponen que la “mano invisible” que los ayuda es un “espíritu
bueno y maravilloso”. A ese bello, afligido, sentimental, dulce y lacrimoso
cuadro romántico se le suma, poco después del asentamiento del monstruo, una
hermosa fémina que arriba montada en un corcel, guiada por un campesino (como
surgida de una vaporosa página de un cuento
árabe de las arquetípicas Les mille
et une nuits reunidas y traducidas al francés por Antoine Galland). Se
trata de Safie, una joven turca, oriunda de Constantinopla, que sólo habla
árabe, pero aún así es la enamorada novia y prometida de Félix.
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Ilustración de Lynd Ward en Frankenstein o el moderno Prometeo (Sexto Piso, 2013) |
Continúa y termina en Frankenstein o
El
moderno Prometeo (2 de 2)
[1] Según Isabel Burdiel salió de la imprenta el “11 de
marzo de 1818” y según apunta Ángela Pérez en la “Cronología” de La noche de los monstruos (Edhasa,
2012) fue el primero de enero de ese año y tuvo “una tirada de quinientos ejemplares”. Y James Rieger,
en su “Introducción” a Frankenstein
(Vicens Vives, 2006) dice que “Tras algunos intentos fallidos de encontrar
editor, Frankenstein fue vendida a
una editorial de dudosa reputación, que la publicó anónimamente el 11 de marzo
de 1818. La novela tuvo un éxito inmediato.”
[2] Según James Rieger (op. cit.), “Por razones
artísticas y económicas, Mary también quería revisar y reeditar Frankenstein. La novela no la había
dejado del todo satisfecha, pues el diario de la autora nos revela que había
estado intentando corregirla desde diciembre de 1818, apenas transcurridos ocho
meses de su publicación. De hecho, en julio de 1823 entregó [en Londres] un
ejemplar corregido y anotado de la obra a una amiga suya [Mrs. Thomas], y buena
parte de las observaciones y enmiendas contenidas en ese ejemplar las incorporó
más adelante a la versión definitiva de 1831.”
[3] “Con una tirada de 3.500 ejemplares”, dice
Ángela Pérez.
[4] En torno a la “Contribución de Percy Shelley”, James
Rieger apunta en su citada “Introducción” al Frankenstein de 1831 editado en 2006, en Barcelona, con el número
38 de la serie Aula de Literatura de Ediciones Vicens Vives: “[…] Mayor
importancia tiene la falsa pretensión de Mary de que, pese a reconocer que
Shelley la ‘incitó’ a escribir Frankenstein
y que fue él quien redactó el Prefacio a la primera edición, ‘no debo a mi
esposo la sugerencia de una sola idea, ni siquiera de un sentimiento’. En
primer lugar, las metáforas que Shelley acuñó para el monstruoso Poder que
aquel mes de julio [de 1816] percibió en el Mont Blanc durante su visita a
Chamonix y al glaciar Montanvert con Mary y Claire [Clairmont], vieron la luz
en el capítulo X de Frankenstein, al
igual que en su propio poema filosófico ‘Mont Blanc’. Pero Shelley, además,
revisó a fondo el manuscrito de su esposa. No sólo corrigió sus habituales
errores sintácticos, su ortografía y su redacción, sino que los fragmentos
conservados del manuscrito contienen multitud de sugerencias para mejorar la
narración, interpolaciones que se extienden durante varias frases y revisiones
finales de las últimas páginas. Entre las muchas aportaciones de Shelley a la
novela está la sugerencia de que Frankenstein viajara a Inglaterra con el
objeto de crear una pareja femenina para el monstruo./ Shelley ayudó también a
perfilar la figura del joven científico, dotándola de ideas y rasgos del
temperamento del propio Shelley, y le añadió otros rasgos que contraponen la
personalidad de Frankenstein con la de Elizabeth [Lavenza] en el capítulo II. Asimismo,
desarrolló las características que distinguen la república ginebrina de otras
naciones menos ‘afortunadas’ (cap. VI). Pero lo más importante es que Shelley
corrigió el desenlace de la novela, desde el último párrafo del discurso de
Frankenstein hasta la desaparición del monstruo en la ‘oscura lejanía’. Por
último, en 1817 corrigió las pruebas con ‘carta blanca [de su esposa] para
hacer cuantas modificaciones deseara’. Su contribución en cada etapa del
progreso del libro fue tan significativa que es difícil discernir si actuó
simplemente como editor o como un colaborador menor de la novela.”
[5] Remiten con precisión a los manuscritos de la Albinger Collection, resguardados en la
Bodleian Library de la Universidad de Oxford.
[6] La traducción al español es de Esteban Pujals
(ver la ficha de El Paraíso perdido
en la postrera Bibliografía complementaria de la presente reseña). Mary W. Shelley lo preservó en
la edición de 1831 y le añadió la cifra: “(X. 743-5)”, la cual remite al
fragmento del Libro X de El Paraíso
perdido de donde fue transcrito. Sobre tal epígrafe anota Isabel Burdiel:
“La elección de la cita inaugural, procede del Libro X de El paraíso perdido de John Milton (1608-1674) en el que Adán se
lamenta ante su Creador después de la caída, refuerza la conexión entre el mito
de Prometeo y la obra de Milton en la configuración del culto al héroe
transgresor y satánico del romanticismo.”
[7] Al respecto, Ángela Pérez dice en su “Introducción”
a La noche de los monstruos: “En
1823, William Godwin aprovechó el inminente estreno de una versión teatral [de Frankenstein] para preparar y negociar
(tras consultarlo con su hija, que seguía en Italia) una segunda edición
(Whittaker) en dos volúmenes, con algunas correcciones, en la que figuraba el
nombre de la autora: Mary W. Shelley.” Y según reporta en su “Cronología”,
apareció el 11 de agosto de 1823.
[8] “Hasta donde puedo recordar fue escrito íntegramente
por él”, dice Mary en su “Introducción” de 1831.
[9] Apenas el 10 de diciembre de 1816, Harriet (Westbrook, de
soltera), la primera joven esposa de Percy Shelley desde el 28 de agosto de
1811 (ella tenía 15 años y él 19 cuando se casaron), “apareció ahogada en el
Lago Serpentine del Hyde Park de Londres”, “supuestamente embarazada” (de
alguien desconocido). Y la custodia del par de pequeños hijos que tenían
(Ianthe y Charles), en marzo de 1817 le fue denegada a Percy “por resolución
del lord canciller Elton”. Se adujo “el supuesto ateísmo e inmoralidad del
poeta”, matiza James Rieger (op. cit.).
[10] Apuntan Juan Abeleira y Alejandro Valero en la
“Cronología” del poemario antológico y bilingüe de Percy Bysshe Shelley: No despertéis a la serpiente (Hyperión,
1997), en el que no se lee el poema filosófico “Mont Blanc” (ver el pie 4);
pero sí una versión de “Mutability” (1815), del que figura un depresivo y
melancólico fragmento en el “Capítulo 2” del Volumen II del Frankenstein de 1818, precisamente en el
episodio donde Victor asciende hacia la cima del Montanvert; mientras que en la
edición de 1831 se lee en el “Capítulo X”.
[11] James Rieger (op.
cit.) dice que “En aquel lugar dio
Mary remate a Frankenstein el 14 de
mayo [de 1817], y en septiembre nació su hija Clara Everina.”
[12] “Había sido también de John Milton”, dice
Isabel Burdiel.
[13] Hija de la “supuesta viuda” Mary Jane Clairmont —la segunda esposa del filósofo William Godwin desde el 21
de diciembre de 1801—, su nombre real era Jane
Clairmont. Y pese a la hija que tuvo con lord Byron el 12 de enero de 1817
(Allegra, que moriría el 19 de abril de 1822), sus salidas y aventuras sexuales
con Percy Shelley fueron un dolor de cabeza para Mary, según se transluce en
pasajes de cartas y en fragmentos de su diario antologados en La noche de los monstruos. Y según se
lee en la citada “Cronología” de No
despertéis a la serpiente, Percy, en 1818, tuvo una hija con Claire,
llamada Elena Adelaida, que moriría en junio de 1820 “al cuidado de una familia
napolitana”. Vale añadir que Byron, aunque separado y con fama de donjuán y lúbrica
leyenda negra, desde el 2 de enero de 1815 estaba casado con Annabella Milbanke
(“su Princesa de los Paralelogramos”)
y ambos tenían una hija, Augusta Ada Byron, nacida el 10 de diciembre de ese
año, a la que él sólo vio “unas semanas”, y que en la adultez sería una célebre
y trascendente matemática, conocida como Ada Lovelace o Condesa Lovelace. Según
James Rieger (op. cit.), Claire (al parecer de 17 años)
“se ofreció a sí misma por carta a lord Byron”, quien la dejó embarazada cuando
“en abril [de 1816] abandonó Inglaterra para siempre. Al cabo de diez días
Claire lo siguió hasta Ginebra, arrastrando tras ellos a los Shelley. Para
escapar a la curiosidad de otros turistas ingleses (que los vigilaban con
catalejos y explicaban a sus allegados que el grupo organizaba orgías), lord
Byron y los Shelley se mudaron respectivamente a la Villa Diodati y a la Maison
Chapuis, que se encontraban a orillas del lago Léman y a pocos minutos una de
otra. Fue allí donde surgió Frankenstein
y en donde se ambienta una parte de la novela.”
[14] Según Burdiel, Mary Shelley “A los nueve años escribió
una versión propia de la balada infantil Mounseer
Nongtongpaw (1808), suficientemente popular como para merecer cuatro
reediciones antes de 1812 y, en 1830, una nueva edición con ilustraciones de
Robert Cruikshank.” No obstante, ese poema infantil, basado en la homónima
canción de Charles Dibdin (1745-1814), y
pese a que originalmente fue editado por William Godwin en su colección Juvenile Library —con ilustraciones en color de William Mulready (1786-1863) —, póstumamente se desveló que era una falsa
atribución creada y alimentada por el propio Godwin (se infiere que con fines
pecuniarios).
[15] En su “Introducción” de 1831, Mary dice que lo formuló
Byron: “Cada uno de nosotros escribirá una historia de fantasmas”.
[16] Al parecer esa mítica y legendaria noche ocurrió a
mediados de junio de 1816. “Lo más probable es que Byron propusiera la idea del
concurso la noche del 16 de junio”, apunta James Rieger (op. cit.). Y según se lee
en La noche de los monstruos,
Polidori anotó en su diario en la entrada del 17 de junio de ese año: “Todos
menos yo han empezado a escribir los cuentos de fantasmas.” Y en la entrada del
siguiente día apuntó: “Empecé mi cuento de fantasmas después del té. Doce en
punto, empezó conversación realmente fantasmal.” Y al siguiente día repite: “He
empezado mi cuento de fantasmas.” No obstante, según Ángela Pérez, Polidori no
se refiere a “El vampiro”, sino “al titulado
Ernestus Berchtold o el Edipo moderno,
que publicó poco después que El Vampiro,
y en el que no aparece la mujer castigada por curiosa que menciona Mary en la
Introducción” (de 1831).
[17] Según apunta Ángela Pérez en su “Cronología”, el 22 de
febrero de 1815 “Mary W. Godwin da a luz a una niña que muere a los pocos
días”. En enero de 1816 “Mary da a luz a un niño: William”, que muere en junio
de 1819 en Roma. El 2 de septiembre de 1817 “Mary da a luz a una niña (Clara
Everina), que morirá un año después en Venecia” (el 24 de septiembre de 1818).
Y el 12 de noviembre de 1819 da a luz en Florencia a Percy Florence Shelley, el
único sobreviviente de los cuatro hijos que tuvo con Percy Shelley (quien por
arreglo y conveniencia se casaría en 1848 con la joven viuda Jane Saint John y
moriría a los 70 años el 5 de diciembre de 1889). Vale añadir que el 16 de
junio de 1822, “Mary tuvo un aborto que estuvo a punto de costarle la vida” (desde
mayo de ese año los Shelley compartían vivienda con “Edward y Jane Williams en
la Casa Magni, situada junto a la playa y cerca de Lerici”, provincia de La
Spezia). Y el 8 de julio siguiente, a los 29 años, Percy Shelley, que no sabía
nadar y padecía crisis nerviosas y alucinaciones, se ahogó (con toda la
tripulación) al irse a pique el velero Ariel
en el golfo de La Spezia, el célebre Golfo
de los poetas, ubicado en la ribera del mar de Liguria, en el noroeste de
Italia. Percy iba con su amigo Edward
Williams, que también falleció durante la tormenta que hizo zozobrar la nave
(en cuyas velas aún se leía su flamante anterior nombre: Don Juan) cuando regresaban a la Casa Magni desde Leghorn.
[18] Según Ángela Pérez, “El año 1816 ha pasado a
la historia como ‘el año sin verano’ en el hemisferio Norte, por la bajas
temperaturas registradas en Europa y en la región nororiental de América, con
brumas, nieblas, heladas, tormentas, ventiscas y lluvias torrenciales. Se
perdieron muchas cosechas, hubo hambruna y problemas sociales. Tan extrañas
alteraciones climáticas se han identificado a
posteriori como efecto de la prolongada erupción del monte Tambora (en la
isla Sumbawa del archipiélago de la Sonda, Indonesia) el año anterior, cuyas
explosiones se oyeron a dos mil kilómetros, y que causó directa e
indirectamente más de cien mil muertos en la región. La enorme cantidad de polvo
y gases volcánicos que habían lanzado a la estratosfera llevaban meses desplazándose sobre el planeta.”
[19] Según Burdiel (en esto coindice con Ángela
Pérez), quien cita como fuente informativa el póstumo y expurgado diario de
Polidori, se trata de “la colección Fantasmagoriana,
ou Recueil d’histoires d’apparitions de spectres, revenans, fantômes, etc.”, “Traduit de l’allemand, par un
Amateur (Paris, Lenormant et Schoell, 1812)” —Fantasmagoriana, o una recopilación de historias de apariciones,
espectros, revenidos, fantasmas, etc.; traducidos del alemán por un amateur—,
cuyo anónimo antólogo y traductor era el geógrafo francés Jean-Baptiste Benoît Eyriès (1767-1846), quien hizo la selección de los cinco volúmenes del Libro de los fantasmas (Das Gespensterbuch), editados en alemán,
entre 1811 y 1815, por Friedich Laun —seudónimo
de Friedich August Schulze— (1770-1849) y Johann August
Apel (1771-1816).
[20] Isabel Burdiel y Ángela Pérez consultaron la misma edición: “The Diary of Dr. John William Polidori,
1816, relating to Byron, Shelley, etc., editado por William Michael
Rossetti, Londres, Elkin Mathews, 1911.” Según informa Ángela Pérez, Rossetti preparó
esa póstuma edición a partir de la expurgada copia que del diario hizo
Charlotte Lydia Polidori, tía del médico y escritor, “antes de romperlo, y en
la que no incluyó los pasajes que le parecieron indecorosos”. Vale añadir que
el crítico y editor William Michael Rossetti (hermano del poeta y pintor Dante Gabriel Rossetti y
de la poetisa Christina Rossetti) era sobrino del extinto doctor y escritor John William
Polidori, pues su madre Frances Polidori (Fanny) era hermana de éste.
[21] Polidori compró la Fantasmagoriana “en una de sus escapadas a Ginebra”, afirma Antonio
José Navarro en Sanguinarius. 13
historias de vampiros (Valdemar, 2005); quien además apunta que la
legendaria reunión en Villa Diodati (en torno a la chimenea), rodeados por “una
lluvia fina e incesante”, sucedió “La noche del 17 de junio de 1818” (el Conde
de Siruela dice que fue el “18 de junio”); y que “En aquella sombría velada”,
los susodichos contertulios “estaban acompañados por la condesa Potocka
(1776-1867) —dama de la alta nobleza polaca, sobrina nieta del rey Estanislao
II de Polonia y, según se comentaba, antigua amante de Napoleón—, y por un gran amigo de Byron, Matthew Gregory
Lewis (1773-1818), autor de una de las obras capitales de la literatura gótica,
El monje (The Monk, 1795), que escribió con tan sólo veinte años. Juntos
empezaron a leer los relatos de fantasmas contenidos en el libro Phantasmagoriana […]”
[22] Pero ya por entonces el pobre Polidori estaba distanciado de Byron, pues según anota
Ángela Pérez, “acababa de cumplir veintiún años cuando se despidió de Cologny y
de lord Byron (que había decidido prescindir de sus servicios el 16 de
septiembre [de 1816] ‘a las seis de la mañana’, según consta en su diario, que
termina el 30 de diciembre en Pisa.” Es decir, Polidori trabajó con Byron
escasos seis meses, dado que apenas “el 24 de abril de 1816, inició
entusiasmado el viaje como médico personal de Byron y un diario por el que John
Murray, el editor del poeta, le había ofrecido la considerable suma de 500
libras”, según dice Ángela Pérez. En
este sentido, en La noche de los
monstruos, en un fragmento del diario de Polidori correspondiente a la
entrada del “5 de septiembre” de 1816, se lee: “L[ord] B[yron] ha decidido que
nos separemos, no es que hayamos reñido, pero no somos del todo compatibles. Me
ha pagado 70 libras, 50 por tres meses y 20 para el viaje […] He saldado muchas
cuentas y he pensado ponerme en marcha: decidido a ir a Italia. Madame de Staël
me ha dado tres cartas de presentación. Madame B. lloró, y la mayoría parecía
lamentarlo.” Vale añadir que en un pasaje de la antologada carta que Polidori
le dirigió a su hermana Fanny (Francis Polidori), fechada en “Bruselas, 2 de
mayo de 1816”, se lee sobre el origen de ese póstumo, legendario y expurgado
diario: “en algún momento verás mi Diario escrito o impreso, pues [John] Murray
[el citado editor de Byron en Londres] me ha ofrecido 500 guineas por
escribirlo.” Nótese que apuntó “guineas” y no “libras” (las guineas equivalían
a la vigésima parte de una libra). Y añade contento y rimbombante: “Lord Byron
me regalará el manuscrito de los nuevos cantos de Childe Harold cuando se impriman.”
[23] Dice Ángela Pérez, quien antologó fragmentos de una carta
que Byron le dirigió a John Murray, su editor en Londres, datada en “Venecia 15
de mayo de 1819”, donde le refuta: “He recibido el extracto y el ‘Vampiro’.
Huelga decir que no es mío. Hay una norma infalible: mi editor eres tú (hasta
que riñamos) y lo que no está publicado por ti no está escrito por mí.”
[24] Dice el Conde de Siruela.
[25] Más o menos a la mitad de su nota 42, Isabel Burdiel
dice en su “Introducción”: “En su interesado recuerdo de los hechos, Mary W.
Shelley minimiza constantemente la presencia del médico de Byron, un hombre
extraordinariamente endeble emocionalmente, pero que, además de ser el único
con formación científica suficiente, fue también el único (con ella) que completó
su ‘cuento de fantasmas’. The Vampyre, A
Tale (1819) fue atribuido a Byron, sin que el pobre Polidori pudiera
evitarlo ni evitar las acusaciones de libelo y fraude ante una opinión pública
que quiso reconocer en su personaje los rasgos demoníacos de su paciente. En
cualquier caso, fue un éxito inmediato; tan solo en el año de su publicación se
produjeron cinco ediciones inglesas de la obra y fue el gran acontecimiento
teatral de París y Londres durante la temporada de 1820. Con aquel relato se
consolidaron los rasgos del vampiro aristocrático que permitieron, en buena
medida, la fijación del mito a partir del Drácula
de Bram Stoker publicado en 1897.”
[26] El 24 de agosto de 1821, poco antes de cumplir 26
años, Polidori, “Al parecer, se suicidó con ácido prúsico, aunque la nota
oficial certificaba muerte por causas naturales”, dice Ángela Pérez.
[27] “Una historia que casi nadie ha leído y que todos
hemos visto alguna vez”, dice Burdiel. En este sentido, si durante el siglo XIX,
tras sus correspondientes publicaciones, se multiplicaron los montajes
teatrales basados en el cuento de Polidori y los basados en la novela de Mary
Shelley, de 1910 data la primera versión cinematográfica y silente basada en la
novela, producida por Thomas Alva Edison, dirigida por J. Searle Dowley y con
Charles Ogle en el papel del monstruo. Pero la imagen más perdurable y popular
de éste, inoculado en el inconsciente colectivo de todos los lugares y tiempos,
es la caracterización de Boris Karloff en los dos filmes dirigidos por James Whale:
Frankenstein (1931) y La novia de Frankenstein (1935). Vale
añadir que de la imagen que corporificó Boris Karloff deviene la popular imagen
de German Munster, el cómico y gigantón personaje de La familia Monster (telecomedia de la CBS, producida entre 1964 y
1966), caracterizado por el actor Fred Gwynne.
[28] Conocido como Fragment of a Novel, “Un fragmento” o “El enterramiento, un
fragmento”.
[29] Mary Shelley lo menciona en su “Introducción” de 1831.
[30] Con el título “Sobre Frankenstein (1817)” esa reseña
también se lee en el libro de Percy Bysshe Shelley: Crítica filosófica y literaria (Akal, 2002), antología con
edición y prólogo de José Montoya e Inmaculada Tormo. Pero, en contraste con
las pretensiones académicas y perfeccionistas de éstos, en el pie de página
correspondiente a la novela Frankenstein
o The Modern Prometheus, la traductora (Inmaculada Torno) yerra al decir,
telegráficamente, que Mary Shelley “la reconoció como suya tras la muerte de su
marido”. Al parecer alude la segunda edición de Frankenstein, gestionada por William Godwin, ya no anónima, sino
con el nombre de la autora, publicada en Londres en 1823; año en que Mary W.
Shelley (viuda y con un hijo) regresó a
Inglaterra, que fue cuando, según Burdiel, “asistió a la primera versión teatral
de su novela (que estuvo en cartel hasta finales de siglo) y descubrió que se
había vuelto famosa”. No obstante, pese a la aparente negligencia y pasividad
pública en torno a la autoría y al destino de Frankenstein desde 1818, Mary no estuvo inactiva ni desdeñosa. Según
reporta Burdiel, “los Diarios de Mary
Shelley muestran que, a finales de 1818, ya estaba de nuevo intentado revisar
aquella obra cuya reescritura no abandonó hasta 1831. James Rieger ha
publicado, en su edición del texto de 1818, una consistente relación de los
cambios introducidos a lo largo de aquellos años y que Mary Shelley entregó a
su amiga Mrs. Thomas en 1823. Aquellos cambios no vieron la luz y fueron, de
nuevo, revisados para la tercera edición de 1831, de la que Mary Shelley es
íntegramente responsable.”
[31] Ver Remando al
viento (1988), película dirigida y guionizada por Gonzalo Suárez, que
recrea, limita y reinventa con muchas libertades ese legendario y mítico verano
de 1816.
[32] Al inicio de su citada nota 42, observa Burdiel: “De
hecho, según James Rieger, la conversación en torno a los experimentos de
Darwin se produjo antes de la apuesta
de Byron y, por lo tanto, no fue la causa inmediata del famoso ‘sueño’ de una
Mary Shelley impotente para escribir. Por otra parte, el interlocutor principal
de Percy Shelley en aquel tipo de conversaciones no era Byron, sino, casi con
toda seguridad, el siempre menospreciado doctor Polidori.” Cuya tesis, además,
presentada a sus 19 años “en la prestigiosa escuela de medicina de Edimburgo”,
versó sobre onirodinia y sonambulismo, apunta Ángela Pérez; mientras que el
Conde de Siruela dice que el tema de “su disertación de fin de carrera” fue “el
sonambulismo y el mesmerismo, indicio claro de su temprana curiosidad por lo
extraño”.
[33] Mercedes Rosúa traduce el vocablo italiano vermicelli como “un puñado de fideos”
(literalmente, aplicado a la pasta comestible con forma de fideos, significa pequeños gusanos), pero, obviamente, al
aludir los experimentos del fisiólogo y naturalista Erasmus Darwin (1731-1802),
Mary usó esa palabra no en sentido literal, sino figurado, para decir “un trozo
de gusano” (así lo tradujo Rafael Torres en la versión del Frankenstein de 1831 editada en
2013 por Sexto Piso). Una minucia, claro está, que recuerda otra que se
lee en la traducción de la “Introducción” de 1831 hecha por María Engracia
Pujals: “Los hindúes le dan al mundo un elefante para que lo sostenga, pero
hacen que el elefante esté sobre una tortuga.” Lo correcto sería: “Los hindúes
le dan el mundo a un elefante para que lo sostenga”; en este sentido, es más
acertada la traducción de Mercedes Rosúa, pero no muy eufónica: “Los hindúes
dicen que el mundo es sostenido por un elefante, pero que el elefante está de
pie sobre una tortuga.”
[34] Frase que, anota Isabel Burdiel, es una
referencia a La balada del viejo marinero
(1798), poema de Samuel Taylor Coleridge (1772-1834), cuya “fecha de
publicación”, dice, “es una de las utilizadas para fijar la acción de la novela
en los últimos años del siglo XVIII”.
[35] Líneas antes dijo que lo vieron “Hacia las dos de la tarde” del día anterior y no en la “noche
anterior”. Contradicción corregida en la edición de 1831.
[36] Alemania, “patria de los poetas, filósofos y
científicos más admirados por los románticos ingleses”, anota Isabel Burdiel.
[37] “Lo que hoy conocemos como ciencias naturales”, anota
Burdiel.
[38] “Famosa por sus profesores de anatomía, donde
Frankenstein adquiere los conocimientos que le permiten crear al ‘monstruo’”,
se dice en un pie de grabado en la citada edición en la serie Aula de
Literatura de Ediciones Vicens Vives, y se añade: “En esta universidad floreció
la secta de los iluministas de la que Victor parece adepto.” Pero sólo “parece”
desde tal óptica, pues tal intríngulis no se narra en la obra ni se sugiere.
[39] Estereotipada imagen de xilografía y
litografía, de almanaque y estampilla escolar que evoca la arquetípica imagen
de Benjamin Franklin (1706-1790) empinando un papalote, a quien Immanuel Kant
(1724-1804) llamó el nuevo Prometeo,
recuerda Burdiel.
[40] El apelativo “doctor” —popular, oral y tradicionalmente aplicado a Frankenstein— no se apunta ni se dice en la novela, sino en la homónima
versión cinematográfica estrenada en 1931y en La novia de Frankenstein (1935), ambas bajo la dirección de James Whale.
[41] O sea: de casi dos metros y medio.
[42] Frase no traducida en Cátedra, ni en Edhasa
ni en Sexto Piso, pero sí en un pie de página en la edición de Vicens Vives,
donde se lee: “shiavi ognor frementi: ‘esclavos siempre
furiosos’. La frase alude al sometimiento del pueblo italiano por el imperio
austro-húngaro.” Mientras que en la edición de Mirlo se traduce y apunta en un pie: "'Esclavos siempre temblando'. En este contexto, la frase hace referencia al 'temblor' de la población italiana cuando estaban bajo el dominio austriaco en los siglos XVIII y XIX."
[43] “Un niño gordo y flemático”, dice de él James Rieger (op. cit.).
[44] La fallecida primera esposa de Percy Shelley, aludida
por el reseñista en el pie 9.
[45] “Según su propia madre,” —apunta James Rieger (op. cit.)— “Percy no
tenía vicio alguno y ‘carecía por completo de voluntad y ambición’. Cuando lo
llevaba consigo a las reuniones sociales, ‘ponía una cara de estúpido que
echaba para atrás’. En 1840, y de nuevo en 1842 y 1843, ‘lo llevé al
extranjero… pero no le sirvió de nada’. En 1844 murió finalmente el
abuelo, Sir Timothy, y en 1848 Sir Percy Florence Shelley fue inducido a
casarse con la ‘tranquila y hogareña’ Jane St. John, una viuda devota de la
poesía de Percy Shelley y que, según su suegra, era ‘la criatura más dulce que
he conocido… tan afectuosa, tan delicada, tan amable…’. Pero el matrimonio no tuvo descendencia.”
[46] Cuando los fantasmas de los difuntos salen de sus
tumbas…
[47] Mary Shelley la preservó en la edición de
1831.
[48] En su nota 49, correspondiente a la palabra monstruo, Isabel Burdiel apunta: “El
término monstruo, que aparece aquí por primera vez, no lo hará más de siete
veces a lo largo de la novela, siendo frecuentemente sustituido por términos
como ‘demonio’, ‘villano’, ‘ser vil’, ‘criatura’ o, incluso, ‘el primer ser’.”
Pero el reseñista de marras, además de subrayarlo con cursivas, lo halló más de
siete veces, precisamente en las páginas 170, 171, 173, 174 (dos veces), 209,
217, 231, 238, 248, 249, 252, 261 (dos veces), 264, 273 (dos veces), 286, 291,
299, 304, 306, 311, 313, 319, 321, 323, 325, 329, 332 (dos veces) y 341.
[49] Coleridge, no obstante, según apunta y
transcribe Burdiel, “se llevó de ellos una imagen menos grata y encontró ‘el
cadavérico silencio de los niños de Godwin bastante siniestro’”. La prole de
cadavéricos “niños” eran Mary Wollstonecraft Godwin y sus hermanastros: Fanny
Imlay, hija ilegítima de Mary Wollstonecraft y Gilbert Imlay; Charles y Jane
(luego Claire), hijos de la “supuesta viuda” Mary Jane Clairmont (al parecer de
distinto padre), con quien William Godwin se casó el 21 de diciembre de 1801;
más William, el único hijo que ambos tuvieron, nacido en 1803.
[50] En la edición de 1831, Henry Clerval, de
hecho, quiere convertirse en “maestro de lenguas orientales” y le interesa el
estudio de “la lengua persa, la árabe y el sánscrito”.
[51] Síndrome de un nebuloso trastorno neurótico y
psíquico que suele atacarlo en álgidos episodios.
[52] Carta modificada por Mary Shelley en la edición de
1831. Por ejemplo, eliminó las referencias a Ernest, “que va a cumplir los
dieciséis años”; donde al contarle que habló con su padre sobre sobre el futuro
profesional de éste, descuella su corrosiva perspectiva sobre el oficio de
abogado y de juez: “Yo sugiero que se haga granjero; ya sabes, primero, que
esto ha sido un sueño que siempre ha acariciado. La vida del granjero es sana y
feliz y es la profesión menos dañina, mejor dicho, más beneficiosa de todas. Mi
tío pensaba en la abogacía para que, con su influencia, pudiera luego hacerse
juez. Pero, aparte de que no está capacitado para ello en absoluto, creo que es
más honroso cultivar la tierra para sustento de la humanidad que ser el
confidente e incluso el cómplice de sus vicios, que es la tarea del abogado.
Dije que la labor de un granjero próspero, si no más honrosa, sí al menos era
más grata que la de un juez, cuya triste suerte es la de andar siempre
inmiscuido en la parte más sórdida de la naturaleza humana. Ante esto, mi tío
esbozó una sonrisa, comentando que yo era la que debía ser abogado, lo que puso
fin a la conversación.”
[53] Obvia atmósfera y escenario de tinte gótico.
[54] Elizabeth Lavenza, en la edición de 1831, menciona “el
cadalso”, pero no en la edición de 1818 y por ende se infiere que Justine
Moritz fue ejecutada en la horca.
[55] Mary, Percy y Claire visitaron Chamonix en julio de
1816, apuntan Ángela Pérez y James Rieger (op.
cit.).
[56] En la edición de 1831, Victor va solo al
valle de Chamonix, a caballo y luego en mula.
[57] Nota y cursivas de Burdiel y apelativo que remite a la
portada del Frankenstein de
Ediciones Cátedra, donde se observa un detalle de El mar de hielo (El naufragio del Esperanza) (1823-1824), óleo
sobre lienzo del pintor Caspar David Friedrich (1774-1840), también conocido
como El mar glacial, El océano glacial o El mar helado. Ver el pie xxxi de la entrega 2 de 2 de la presente
reseña.
[58] En la edición de 1831 el engendro, que suele
refugiarse en las solitarias y agrestes “cavernas de hielo”, lo lleva a la
gruta que habita en la montaña.