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jueves, 9 de octubre de 2014

Yo soy Malala


Sólo quiero que todas las niñas podamos ir a la escuela



A mi hermano Aris González
                                                      
La primera edición del best-seller Yo soy Malala apareció en inglés, en 2013, editado en Nueva York por Little, Brown and Company. Y ese mismo año Alianza Editorial lo publicó en español, en Madrid y en la Ciudad de México, traducido por Julia Fernández. Es decir, hizo boom cuando ante los ojos y los oídos de la aldea global la pequeña paquistaní Malala Yousafzai —Premio Nobel de la Paz 2014 ya había leído en inglés su célebre y elocuente discurso ante el seno de la ONU (lo hizo el viernes 12 de julio de 2013, día que cumplió 16 años) y estaba nominada al Premio Nobel de la Paz 2013 —“la candidata más joven de la historia”— (que finalmente obtuvo la Organización, de los Países Bajos, para la Prohibición de Armas Químicas), meses antes de que el miércoles 20 de noviembre de 2013, en Estrasburgo, recibiera el Premio Sájarov para la Libertad de Conciencia, otorgado por el Parlamento Europeo.  
(Alianza Editorial, México, octubre de 2013)
  Nacida el 12 de julio de 1997 en Mingora, una pequeña ciudad del valle de Swat, al noroeste de Pakistán, Malala, más allá de las fronteras de su país, comenzó a volverse celebérrima, a través de los mass media y de la web, cuando el martes 9 de octubre de 2012 un mozalbete talibán, Ataullah Khan, ¡graduado en Física en el Jehanzeb Collage!, le disparó a la cabeza con un revólver Colt 45 en el momento en que regresaba del Colegio Khushal a su casa dentro de una camioneta repleta de quinceañeras y niñas y por ende otras dos adolescentes también resultaron heridas. Tal acto hubiera quedado circunscrito a los miles de crímenes, atentados y asesinatos cometidos por los talibanes desde que infestaron el valle de Swat y otros ámbitos de Pakistán. Pero Malala, pese a su corta edad, a través de la radio, de la televisión, de documentales y en distintos foros del valle de Swat y de Pakistán (e incluso a través de la página web en urdu de la BBC con el pseudónimo de Gul Makai), ya era conocida por hablar y abogar por “el derecho de todas las niñas a ir a la escuela” —a fines de 2009 fue elegida portavoz de la Asamblea de Niños del Distrito de Swat (creada por el “Unicef y la Fundación Khpal Kor (Mi Hogar) para huérfanos”— y por su “campaña por la paz en el valle de Swat” y por ello en “octubre de 2011”, propuesta por el arzobispo Desmond Tutu de Sudáfrica, había sido “uno de los cinco candidatos al Premio de la Paz Internacional de KidsRights, un grupo de defensa de la infancia con sede en Ámsterdam”. Y “el 20 de diciembre de 2011”, en Islamabad —la capital de Pakistán—, había recibido “el primer Premio Nacional de la Paz, recién instituido”. “Para entonces ya estaba acostumbrada a tratar con políticos” —dice Malala en el presente libro—, quien tras recibir el certificado y el cheque de medio millón de rupias, le dijo al “primer ministro Gilani” que “queríamos que nuestras escuelas [de niñas] fueran reconstruidas [habían sido derrumbadas con explosivos por los talibanes] y que hubiera una universidad femenina en Swat. Yo sabía que él no se tomaría mis peticiones muy en serio, por lo que no presioné demasiado. Pensé Un día me dedicaré a la política y haré estas cosas yo misma.” De hecho, dice, ya desde pequeña soñaba con ser política o “inventora y hacer una máquina antitalibanes que acabara con ellos y destruyera sus armas”. Pero con el dinero del premio, dice:

   
Leyendo una redacción:
“No es oro todo lo que reluce”
       “Yo quería crear una fundación para la educación. Tenía esa idea en mente desde que vi a los niños trabajando en la montaña de basura [no lejos de su casa]. No podía olvidar la imagen de las ratas negras que había visto allí, y la niña de pelo mugriento clasificando basura [entonces quiso que su padre le diera una beca en el Colegio Khushal, escuela privada fundada por él antes de que ella naciera]. Veintiuna niñas nos reunimos e hicimos nuestra prioridad la educación de cada niña de Swat, especialmente los que trabajaban o estaban en la calle.


     
Alumnas del Colegio Khushal
      “Cuando cruzamos el paso de Malakand vi una niña pequeña vendiendo naranjas. Con un lápiz estaba haciendo rayas en un trozo de papel para llevar la cuenta de las naranjas que había vendido, pues no sabía leer ni escribir. Le hice una foto y prometí que haría todo lo que estuviera en mi mano para que las niñas como ella pudieran recibir una educación. Ésa era la guerra que iba a librar.”

Malala Yousafzai
  Luego del Premio Nacional de la Paz, en enero de 2012 ella y su familia viajaron a Karachi (invitados por Geo TV y por primera vez en avión) porque “el gobierno de Sindh” anunció que una secundaria femenina iba llevar su hombre en su honor (obviamente Malala habló en el acto). Y entre las actividades que hicieron allí, visitaron a unos parientes y el mausoleo de Mohammad Ali Jinnah, el fundador de Pakistán el 14 de agosto de 1947, y el contiguo museo que lo recuerda. Pero lo más inquietante fue que en el hostal donde se hospedaron los visitó Shehla Anjum, “una periodista pakistaní que vive en Alaska” y quería entrevistarla, quien había visto el documental que “el periodista estadounidense Adam Ellick en Peshawar” había subido en la página web del New York Times (lo había rodado en la casa familiar de Mingora el periodista pakistaní Irfan Ashraf cuando e1 14 de enero de 2009 cerró el Colegio Khushal porque fue la fecha que los talibanes del maulana Fazlullah, a través de Mulá FM, determinaron para el cierre de todas las escuelas de niñas del valle de Swat). Shehla Anjum les dijo y les enseñó que en la web los talibanes habían amenazado de muerte a Malala y a “Sha Begur, una activista de Dir”. En la tarde de ese día una llamada telefónica le informó al profesor Ziuaddin Yousafzai, el padre de Malala, que la policía había ido a su casa en Mingora para indagar si habían recibido amenazas. Y cuando regresaron de Karachi, la policía le mostró un dossier sobre Malala. “Le dijeron que a causa de mi perfil nacional e internacional [dice ella] había atraído la atención y las amenazas de los talibanes y que necesitaba protección. Nos ofrecieron policías, pero mi padre no estaba muy convencido [...]”; no confiaba en la policía y no aceptaron la custodia policíaca. 

Rezando por la vida de Malala
    Tal era su fama que luego del atentado, en torno al Hospital Central de Swat a donde fue llevada en la misma camioneta, se congregó una multitud, entre ella “fotógrafos y cámaras de televisión”. Y algo más o menos semejante, pero in crescendo, ocurrió tras su traslado en helicóptero al Hospital Militar Combinado, en Peshawar, donde la intervinieron dos neurocirujanos: el coronel Junaid y el doctor Mumtaz. “Todos los canales mostraban imágenes mías acompañadas de plegarias y poemas emotivos, como si hubiera muerto”, dice. Por observaciones clínicas y la mediación de dos médicos británicos: el doctor Javid Kayani y la doctora Fiona Reynolds —“que pertenecían a hospitales de Birmingham y se encontraban en Pakistán asesorando al ejército sobre cómo organizar el primer programa de trasplante de hígado del país”—, del hospital de Peshawar la trasladaron en helicóptero al Instituto de Cardiología de las Fuerzas Armadas, en Rawalpindi, donde le brindaron mejores cuidados intensivos postoperatorios y gracias a favores y a apoyos médicos, políticos, económicos, diplomáticos y logísticos (que la voz de Malala reseña) se pergeñó su traslado al Queen Elizabeth Hospital de Birmingham, en Gran Bretaña. Según dice:


Malala por un Pakistán pacífico
     “El lunes 15 de octubre [de 2012] a las cinco de la mañana me sacaron del hospital con una escolta armada. Las carreteras que conducían al aeropuerto estaban cortadas y había francotiradores en las azoteas de los edificios a lo largo del camino. El avión de los Emiratos Árabes estaba esperando. Me han contado que es el colmo del lujo, con una blanda cama doble, dieciséis asientos de primera clase y un pequeño hospital en la parte de atrás, con enfermeras europeas y un médico alemán a cargo. Siento no haber estado despierta para disfrutarlo. El avión fue primero a Abu Dhabi para repostar y después se dirigió a Birmingham, donde aterrizó a primera hora de la tarde.”
Christina Lamb
  Narrado en primera persona por la omnisciente y ubicua voz narrativa de Malala Yousafzai, pero espléndidamente urdido por la periodista británica Christina Lamb (Londres, mayo 15 de 1966), el best seller Yo soy Malala, subtitulado La joven que defendió el derecho a la educación y fue tiroteada por los talibanes, comprende un preliminar 
“Mapa de Swat, Pakistán y zonas limítrofes”, un “Prólogo”, 24 capítulos distribuidos en cinco partes, un “Epílogo”, un “Glosario” de palabras, una breve “Cronología de acontecimientos importantes en Pakistán y Swat”, dos notas de “Agradecimientos” y otra sobre la Fundación Malala, más una separata con 33 fotografías a color; en la primera imagen se ve a Malala “cuando era un bebé” y en la última posa con sus padres y sus dos hermanos en el jardín de su “nuevo hogar en Birmingham”. 
Malala en el jardín de su “nuevo hogar en Birmingham”
con su padre Ziauddin Yousafzai y su madre Tor Pekai
y sus hermanos Khushal y Atal
Foto: Antonio Olmos
  Vale recordar, por otro lado, que el 28 de enero de 2014 en la Universidad de Peshawar fue censurada la presentación del libro Yo soy Malala y que el 10 de noviembre de 2013 fue prohibido por la Asociación de Escuelas Privadas de Pakistán, pese a que Ziuaddin Yousafzai, en diciembre de 2012, había sido nombrado agregado de educación del Alto Comisionado de Pakistán en Londres por Asif Zardari, controvertido presidente de Pakistán y viudo de Benazir Bhutto, y a que en el momento en que dejó su país en contra de su voluntad (diez días después de que Malala voló a Birmingham) era presidente de la Asociación de Colegios Privados de Swat, director del Colegio Khushal, presidente del Consejo para la Paz Mundial y portavoz de la Qaumi Jirga (el consejo de ancianos del valle de Swat enfrentado a la intolerancia, a la violencia y al terrorismo de los talibanes). No asombra, entonces, que en Pakistán —pese a que la ONU anunció “que iban a designar el 10 de noviembre [de 2012], un mes y un día después del atentado, el Día de Malala”— hubiera gente musulmana que no creía que los talibanes le hubieran disparado, que pensaran que todo era una mentira de ella y su padre para salir del país y llevar “una vida lujo en el extranjero”; o que era “títere de Estados Unidos” e incluso “agente de la CIA”. Según dice Hidayatullah —el amigo de su padre con quien de la nada y préstamos fundó el Colegio Khushal hace más de veinte años y que en el momento del cierre del libro “tiene tres edificios con 1.100 alumnos y setenta maestros”—, “Los talibanes no son una fuerza organizada como imaginamos.” “Son una mentalidad, y esta mentalidad está por doquier en Pakistán. Alguien que está contra Estados Unidos, contra el establishment pakistaní, contra la ley inglesa, se ha contagiado de los talibanes.”


     
Malala y su padre Ziauddin Yousafzai en Birmingham
         En Yo soy Malala, la voz cantante de la protagonista —que mucho tiene de testimonio, de memoria histórica, geográfica, mitológica y religiosa, de autobiografía y conciencia crítica y política— bosqueja meollos clave de su itinerario familiar, tradicional y personal, y de su idiosincrasia musulmana y femenina, inextricable al contexto social, cultural, económico y político de una Mingora, de un valle de Swat y de un Pakistán asediados por la violencia, la intolerancia y el cruento y destructivo terrorismo de los talibanes, por la corrupción política y policíaca, por la incompetencia del ejército (Fazlullah, el líder talibán en el valle de Swat, aún seguía y sigue libre, pese a la virulenta campaña militar de 2009 y a los puestos de control), por la pobreza, el analfabetismo y la contaminación, y por los prejuicios y ancestrales atavismos que restringen, reprimen y coartan los derechos y las libertades de las mujeres. Pero también bosqueja, con visos de su particular adolescencia y juventud, su personalidad precoz y competitiva (desde pequeña siempre quiere ser la primera de la clase, sobresalir y figurar en la cima del cuadro de honor), su gusto por la lectura, el estudio y el conocimiento, su facilidad para los idiomas y para hablar en público, y su ideario e ideales concernientes al derecho a la educación de las niñas y adolescentes y de la mujer en sí, cuyo modelo encarna Benazir Bhutto, “la primera mujer que ocupó el cargo de Primer Ministro de un país musulmán”. Pero también relata y resume los pormenores que sucedieron y comenzaron a gestarse cuando ese martes 9 de octubre de 2012 fue baleada por el terrorista talibán que quería matarla y amedrentar y silenciar a su padre, activista en varias trincheras antitalibanes y en pro de la educación de las niñas y adolescentes; las incertidumbres y angustias que vivieron sus progenitores y los auxilios personales, monetarios, médicos, políticos y diplomáticos que ella concitó para salir de su país con celeridad y para que los costosos requerimientos quirúrgicos y terapéuticos fueran de lo mejor y llegaran a buen puerto en el Queen Elizabeth Hospital de Birmingham y por ende relata los escalofriantes pormenores de su estado crítico al borde de la muerte y de su paulatina y asombrosa recuperación. Según dice, fue allí donde tomó conciencia de la expectativa mediática y global que giraba en torno a ella:

Velando por la recuperación de Malala
  “Un día vino otra Fiona a verme, Fiona Alexander, que estaba a cargo de la oficina de prensa del hospital. A mí eso me parecía curioso. No me imaginaba que el Hospital Central de Swat tuviera una oficina de prensa. Hasta que llegó ella no fui consciente de todo el interés que había despertado. Cuando me trajeron de Pakistán se suponía que iba a haber un apagón informativo, pero se filtraron fotografías mías saliendo de Pakistán y los medios descubrieron que mi destino era Birmingham. No tardó en llegar un helicóptero de Sky News y se presentaron en el hospital hasta doscientos cincuenta periodistas de lugares tan lejanos como Australia y Japón. Fiona Alexander había ejercido de periodista durante veinte años y había sido directora del Birmingham Post, por lo que sabía exactamente qué información había que facilitares para que dejaran de intentar entrar. El hospital empezó a emitir partes médicos diarios sobre mi estado.

“Había gente que simplemente se presentaba allí para veme: ministros, diplomáticos, políticos e incluso un enviado del arzobispo de Canterbury. La mayoría traía ramos de flores, algunos preciosos. Un día Fiona Alexander me mostró una bolsa llena de tarjetas, juguetes y dibujos. Era Eid ul-Azha, el ‘Gran Eid’, nuestra fiesta religiosa [‘la Fiesta del Cordero, que conmemora cuando Abraham estuvo dispuesto a sacrificar a su primogénito a Dios’], y yo creía que quizá los habían enviado musulmanes. Entonces vi que las fechas en los matasellos eran bastante anteriores, del 10 o el 11 de octubre [de 2012], y me di cuenta de que no tenían nada que ver con Eid. Eran de personas de todo el mundo, niños en muchos casos, que me deseaban una rápida recuperación. Me quedé asombrada y Fiona se echó a reír. ‘Pues todavía no has visto nada’. Me dijo que había sacos y sacos, más de ocho mil tarjetas en total, muchas dirigidas simplemente a ‘Malala, Hospital de Birmingham’. Una incluso iba dirigida a ‘la niña a la que han disparado en la cabeza, Birmingham’, y había llegado. Había ofrecimientos para adoptarme, como si no tuviera familia, e incluso una oferta de matrimonio.

   
Malala en el Queen Elizabeth Hospital de Birmingham.
Lee El mago de Oz, regalo de Gordon Brown.
        “Rehanna [‘la capellada musulmana’ del hospital] me dijo que miles y millones de personas y niños en todo el mundo habían mostrado su apoyo y habían rezado por mí. Entonces me di cuenta de que me había salvado la vida la gente. Seguía viva por una razón. También habían enviado otros regalos. Había cajas y más cajas de bombones y ositos de peluche de todas las formas y tamaños. Quizá lo más precioso de todo fue el paquete de los hijos de Benazir Bhutto, Bilawal y Bakhtawar. Contenía dos velos que habían pertenecido a su difunta madre [fue asesinada en Rawalpindi el 27 de diciembre de 2007 cuando era candidata a la presidencia de Pakistán: un terrorista suicida detonó sus explosivos junto al Toyota Land Crusier blindado cuando ella asomó la cabeza para saludar a la multitud]. Hundí el rostro en ellos para intentar oler su perfume. Más tarde encontré un largo cabello negro en uno de ellos, lo que le hizo aún más especial [quizá fue el velo que llevó puesto sobre su ‘shalwar kamiz rosa favorito’ el día que cumplió 16 años y habló en el pleno de la ONU y ante los ojos y oídos de todo el mundo].


     
Malala entre su hermano Atal y Ban Ki-moon.
Es el 12 de julio de 2013, día que Malala cumplió 16 años y habló en la ONU.
Viste su shalwar kamiz rosa favorito y un velo blanco que fue de Benazir Bhutto.
        “Me di cuenta de que los talibanes habían conseguido hacer mi campaña global. Mientras estaba en la cama esperando a dar mis primeros pasos en un nuevo mundo, Gordon Brown, enviado especial de la ONU para la educación y ex primer ministro de Gran Bretaña, había lanzado una petición con el lema ‘Yo soy Malala’ para exigir que en 2015 no quedara ningún niño sin escolarizar. Había mensajes de jefes de estado y ministros y estrellas de cine, y uno de la nieta de sir Olaf Caroe, el último gobernador británico de nuestra provincia. Decía que le avergonzaba no saber pashtún, aunque su abuelo lo leía y hablaba con fluidez. Beyoncé me escribió una postal y subió una foto de la tarjeta a Facebook, Selena Gómez había retuiteado sobre mí y Madonna me dedicó una canción. Incluso había un mensaje de una de mis actrices favoritas y activista social, Angelina Jolie... estaba impaciente por contárselo a Moniba [su mejor amiga de Mingora y del Colegio Khushal].

        “No me daba cuenta entonces de que no iba a regresar a casa.”

       
En el Colegio Khushal sus compañeras
le “reservan una silla (a la derecha)”
      Es así que Yo soy Malala también bosqueja algo de lo que ha sido su recuperación y su nueva vida en Birmingham (con una placa de titanio atornillada en el cráneo y un dispositivo electrónico en el oído izquierdo), de sus premios y viajes por el mundo, de su pensamiento y de sus objetivos personales y de la Fundación Malala (“me salvé por una razón: dedicar mi vida a ayudar a los demás”). No obstante lo terrible, y muy terrible, no deja de asomar la cola en Pakistán:
Malala, activista por la educación y la paz
  “Siguen matando a niñas y volando escuelas. En marzo [de 2013] se produjo un atentado en una escuela de niñas que habíamos visitado en Karachi [enero de 2012]. Lanzaron una bomba y una granada al patio del colegio justo cuando iba a comenzar una ceremonia de entrega de premios. El director, Abdur Rasheed, murió y ocho niñas de entre cinco y diez años resultaron heridas. Una niña de ocho años quedó mutilada. Al oír la noticia, mi madre lloró y lloró. ‘Cuando nuestros hijos duermen ni siquiera les rozamos el pelo para no molestarlos —dijo—, pero hay gente que tiene armas y les dispara o arroja bombas. No les preocupa que sus víctimas sean niños’. El atentado más espantoso se produjo en junio en la ciudad de Quetta, cuando un terrorista suicida hizo volar un autobús que llevaba cuarenta niñas al colegio. Murieron catorce. Entonces los atacantes siguieron a las niñas heridas al hospital y dispararon a varias enfermeras.

“No sólo matan niños los talibanes. Otras veces son ataques de drones, las guerras o el hambre. Y a veces es su propia familia. En junio dos niñas de mi edad fueron asesinadas en Gilit, al norte de Swat, por subir un vídeo online en el que se las veía bailando en la lluvia con trajes tradicionales y la cabeza cubierta. Al parecer, fue su propio hermanastro el que las mató.”  
Malala ríe entre las niñas


Christina Lamb, Yo soy Malala. La joven que defendió el derecho a la educación y fue tiroteada por los talibanes. Traducción del inglés al español de Julia Fernández. Iconografía a color. Alianza Editorial. México, octubre de 2013. 360 pp. 

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