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sábado, 16 de julio de 2016

El umbral. Travels and Adventures



  El raro entre los raros

Dedicada “A la memoria de mi hermano Jordi, que deambula por los libros”, cada minucia de la barroca escritura de El umbral. Travels and Adventures (Era, 1993), novela fantástica de Ana García Bergua (México, octubre 8 de 1960) da fe de cierto síndrome de sonámbula por las leyendas y los libros de los románticos europeos; pero también (al parecer) de médium de su hermano Jordi García Bergua (1956-1979), quien unos años antes de suicidarse escribió Karpus Minthej (se dice que a los 17 años), novela precoz y póstuma editada en 1981 por el Fondo de Cultura Económica, que según Christopher Domínguez Michael es la “muy tardía obra maestra en prosa del decadentismo mexicano”; quien añade en el segundo tomo de su Antología de la narrativa mexicana del siglo XX (FCE, 1991): “Una sorprendente novela que [...] encarna la vida de un personaje siguiendo las coordenadas del viaje byroniano. La alegoría decadentista, el humor fantástico y la elegancia de su prosa hacen de esta novela un extraño caso de la imaginación mexicana.” 
(FCE, México, 1981)
         De ahí la precocidad de Julius, el héroe de El umbral. Travels and Adventures, que no tarda en convertirse en un anacrónico y decimonónico “adolescente de principios de siglo, un joven fitzgeraldeano”, con vestuario de dandy y poses de snob decadente, que lee a Shelley, a Byron, a Keats, a George Sand, novelas de viajeros y de piratas; que escucha a Mahler y a Brahms; que galantea a las muchachitas de la prepa leyéndoles en voz alta a Heine; que les envía poemas con el nombre de Julius Schemler (un antepasado de Baviera del siglo XVII); y aprende, para ellas, a pronunciar el alemán, pese a no comprenderlo. En su sinuoso anecdotario no faltan las pinceladas orientalistas, el aprendizaje esotérico, las revelaciones oníricas, la telepatía, la magia, lo visionario, lo pesadillesco, la morbidez, la melancolía, la soledad, la locura, lo insólito y su destino trágico impreso en su carácter y estigma de elegido.

       
Ana García Bergua
        Los padres de Julius son unos inmigrantes españoles, de esos que salieron de España cuando el dictador Francisco Franco sentaba sus reales, cuyos modelos parecen ser los progenitores de Ana García Bergua —ganadora del Premio Sor Juana Inés de la Cruz de Literatura 2013 por su novela La bomba de San José (UNAM/Era, 2012)—, pues ella (con Jordi y la poeta Alicia García Bergua) es hija del notable crítico e historiador del cine mexicano Emilio García Riera, nacido en Ibiza, España, el 17 de noviembre de 1931; quien a los 8 años llegó exiliado a México; muerto a las 8 de la mañana del 11 de octubre de 2002 en su casa de Zapopan, Jalisco. 

Tres años menor que su hermana Natividad, Julius, desde pequeño, es un raro: observa una conducta muy distinta a la normal. Además de disciplinado y obsesivo lector, es sujeto de una serie de apariciones que protagoniza un hombre de negro y de una serie de indicios visionarios que le hacen comprender que él es un elegido; por ejemplo, en un libro de primaria halla “frases crípticas y extraños grabados de animales fantásticos”, mensajes “que a veces se mezclaban con los textos infantiles de un modo ridículo: Mi mamá me mima/ Yo mimo a mi mamá/ Yo soy un elegido/ Yo busco más allá.”
       Julius tiene doce años; y al ir a la Biblioteca Central en busca de unos datos sobre la Francia del siglo XIX, se topa con el hombre de negro, ahora impreso en la portada de un libro, cuyo autor es un tal Henri Lamine. A los 17 años, en un sueño, se le aparece un ángel de “aterciopeladas y aterradoras alas negras”. Con el ángel vive una comunión coral, un éxtasis que incluye su dosis erótica. A imagen y semejanza de una irrefutable prueba de Coleridge, el ángel onírico le deja pluma negra. Julius la atesora; un fetiche que luego vincula con Monsieur Lamine, el hombre de negro, el Ángel Azrael, miembro de una secta con poderes mágicos y telepáticos, el demiurgo que lo educa y guía su condición de elegido. 
(Era, México, 1993)
       Poco después del sueño, las señales lo guían a la Biblioteca Central. En el camino recuerda la “Historia de la Biblioteca” que otrora le narró un agente de tránsito (inequívoco instrumento parlante de la secta). Tal historia es un cuento fantástico que Ana García Bergua inserta en su novela y no es fortuito. En la Biblioteca lo orienta una mujer mimética. Julius toma el primer volumen de una enciclopedia. Salida del libro, “una zarpa de bronce le arañó la cara”. Pero lo más relevante no se reduce al título de éste: Travels and Adventures (una “vieja edición de historias para niños en inglés”, pariente de Kipling, sin duda, y quizá semejante a algún volumen de la paterna “biblioteca de ilimitados libros ingleses” donde el pequeño Georgie aprendió a leer en Buenos Aires durante la primera década del siglo XX) y a la suerte del explorador que figura en el grabado de la portada, sino que también implica otra secuencia de mensajes en clave. Entre éstos, la contraseña de la secta y un recorte que le sugiere adquirir un libro de viejo: “el Rapport sur la disparution de l’âme dans les objets, de M. Henri Lamine, catedrático de la Académie de Sciencies Ocultes et Esoterisme, en Toulouse”.

      Como intuye el perseverante, infinitesimal y subterráneo lector, la laberíntica urdimbre en que Julius se halla atrapado habla de una poderosa y misteriosa organización, que si acaso es benévola, no excluye lo perverso y maldito. Su red de redes, en muchas lenguas y razas, se extiende por todo el globo terráqueo. Posee innumerables espías y mensajeros, quienes vigilan y llevan los crípticos mensajes a los elegidos. La secta es capaz de interferir las mentes de los simples mortales; por ejemplo, puede provocarles amnesia, automatismo, pesadillas, locura, o en un diálogo (sin que lo perciban ni lo adviertan) hacerlos recitar ciertas palabras. Al reclutar a los mensajeros, les prometen un salario vitalicio, viajes, salud y vida hasta los 80 años. 
Cercado por mensajeros, espías y poseídos que lo asedian en su casa y en la agencia de bienes y raíces que dirige desde la muerte de su padre, Julius recibe un libro: Tratado ético del mago moderno
    Entre estiras y aflojas, prosigue su formación esotérica. Sin embargo, ignora el trasfondo y el fin de su estigma de elegido.
       El bibliotecario ciego de la Biblioteca le platica a Julius de un oscuro rito que se celebra cada 20 ó 30 años. Los monstruosos animales convertidos en estatuas de bronce por fray Antonio de Maguncia en el siglo XVII, según se supo en la “Historia de la Biblioteca” que narró el agente de tránsito, cobran vida y celebran un festín en medio de los anaqueles transformados en una exuberante selva de extraña vegetación. Lo que devoran es una estoica víctima, previamente aderezada “con el gusto macerado de una educación vasta y llena de delicadezas”. 
“Al día siguiente prevalece la calma en el espíritu de la ciudad. Según toco los periódicos —dice el ciego— veo que los problemas se arreglan y los desastres parecen más lejanos que nunca. La paz reina, las distancias parecen acortarse y en el corazón de todos palpita, por un día, una felicidad absurda, invaluable, que es como un prolongado éxtasis, como una primavera.” 
En las clarividentes y reveladoras palabras del ciego bibliotecario, Julius advierte su inequívoco destino. Trata de eludirlo. Sin embargo, después de varios avatares —un experimento, un crimen, su hermana Natividad involucrada y perseguida por la secta, la demencia de la Abuela y del propio Julius—, ante una terrible inundación (un llamado), no elude dirigirse a la Biblioteca, infestada de gritos y aullidos y, motu propio, se acuesta en el altar de piedra. 
Ana García Bergua
      Todo esto ocurrió hace años. Y ahora la hija de Natividad observa que el cazador que ilustra la portada de Travels and Adventures responde a los familiares y consanguíneos rasgos de su tío Julius.




Ana García Bergua, El umbral. Travels and Adventures. Ediciones Era. México, 1993. 128 pp.


viernes, 2 de octubre de 2015

La bomba de San José


La vida es una tonta tómbola

I
Escrita “con el apoyo del Sistema Nacional de Creadores de Arte” y coeditada en 2012 por la Dirección de Literatura de la UNAM y Ediciones Era, La bomba de San José, novela de Ana García Bergua (Ciudad de México, 1960), obtuvo en 2013 el XXI Premio de Literatura Sor Juana Inés de la Cruz, galardón ahora patrocinado por la Universidad del Claustro de Sor Juana, en la Ciudad de México, que desde 1993 se otorga como “un reconocimiento a la excelencia del trabajo literario de las mujeres de lengua española en América Latina y el Caribe”.
     
(UNAM/Era, 2ª edición, México, 2015)
       Según pregona la cuarta de forros de La bomba de San José, “Son los años sesenta en la Ciudad de México, la época de la Ruptura, de las reseñas de cine y de la Casa del Lago”. Es decir, se ubica en la legendaria efervescencia cultural defeña de esa década marcada por el autoritarismo del partido hegemónico en el poder: el PRI, y por la masacre del 2 de octubre de 1968 en la Plaza de las Tres Culturas en Tlatelolco. No obstante, los sucesos centrales de la novela ocurren en tan sólo unos cuantos meses, cuyos marcos temporales podrían ubicarse por dos hechos que se mencionan de pasada. Uno se cita, en el capítulo 2, en la casa que Maite y Hugo tienen en la Condensa, cuando en una de las iniciales reuniones y fiestas que espontáneamente se organizan allí atraídos por la película que pretenden filmar en torno a la figura de la actriz Selma Bordiú, “Un tipo desconocido con un gran fleco y cuello de tortuga” se sienta a un lado de Hugo y le dice:



Cuevas en un andamio de Calafell, 1967
Foto: Héctor García
        “—¿Fuiste a la exposición de Cuevas?
“—No, ¿qué pasó?
“—Uy, lo que no pasó, un escandalazo. Cuevas pintó un anuncio de los que se ponen sobre los edificios. Nadie, pero nadie, había hecho eso aquí.”
 “Cuevas frente al autorretrato del Mural efímero, junio de 1967
Foto: Héctor García
      Tal histórico suceso es el único relativo a la histórica Ruptura que se menciona en la novela y tiene nombre y fecha. Se trata del Mural efímero, trazado “en un espacio cedido por la compañía de anuncios Calafell” —apunta Jaime Moreno Villarreal en José Luis Cuevas: El monstruo y el monumento. Iconografía de una imagen pública (CONACULTA/FCE, 1996)—, cuya inauguración ocurrió “El 8 de junio de 1967”, “en la esquina de las calles Londres y Génova de la Zona Rosa”; evento con el que Carlos Monsiváis inicia su crónica “Cuevas en la Zona Rosa”, compilada en su libro Días de guardar (Era, 1970); a quien, curiosamente, en el “Epílogo” de la novela, se le ve en la Zona Rosa, en una de las mesas del café Kineret, donde también se ve “a [Juan José] Gurrola, a Julián Pastor, a las hermanas Pecanins que tenían una galería.” 

Las hermanas Pecanins
  El otro hecho se menciona en el capítulo 11, casi al final de la novela. Manuel Córdoba, un temporal galán de Maite, que es un escritor de origen español con casa en Cuernavaca —autor de Ariadna sin hilos, “una colección de cuentos” que le regala y ella dice leer, pero luego lo refiere como un “libro de poesías” (quizá un yerro o un olvido de la novelista)— la invita a irse con él a Cuba, a compartir la “oportunidad histórica de vivir la Revolución”. Pero Maite le dice que prefiere quedarse, “y, en todo caso, apoyar las protestas de los estudiantes en México”. Lo cual, además de ser la única alusión al movimiento estudiantil de 1968 que sería truncado con la susodicha masacre en la Plaza de las Tres Culturas en Tlatelolco, parece poco probable, pues además de apólítica y madre de un niño, a esas alturas ella vive de ser una corista en el show que el Loco Valdés tiene en Televicentro. 

Ana García Bergua en el Parque México (2011)
Foto: Rogelio Cuéllar
  Pero si se infiere que los sucesos de la novela ocurren entre 1967 y 1968, tales marcos temporales —signados por la diseminada alusión de populares canciones a go-gó, de rock fresa en español y música yé-yé, programas de radio y televisión, películas, artistas de cine, y artículos de consumo doméstico, etcétera— no están debidamente delimitados, de modo que caprichosamente oscilan entre los años 60 y los 70. Por ejemplo, en el capítulo 1, siendo alguno de los años 60 o 1967, Maite ve con Lorenzo, su hijo, la película “Los aristógatos de Walt Disney”. Según dice, “sufrí con mi hijo por los gatos que se perdían y me alegré muchísimo de que regresaran y tocaran jazz. El gato de la película, con la voz de Tin Tan, era bastante parecido a Hugo, encantador, fiestero y a la vez un completo desastre”. Pero el meollo relevante es que tal película animada data de 1970. Y luego, meses después del citado anuncio pintado por Cuevas en la Zona Rosa, en el capítulo 7, Maite es invitada “al recién inaugurado Museo de Antropología”; pero en la vida real la inauguración de tal recinto ocurrió tres años antes: el 17 de septiembre de 1964. Por si fuera poco, en el capítulo 10, Hugo, en el pueblito de San Miguel, en las inmediaciones del Ajusto, ve “una barda con propaganda del PRI que decía ‘Adelante, licenciado, los habitantes de San Miguel con usted hasta el final”. Lo cual no remite al régimen autoritario de Gustavo Díaz Ordaz, presidente de México entre el 1 de diciembre de 1964 y el 30 de noviembre de 1970, sino a Luis Echeverría Álvarez, su sucesor, presidente entre el 1 de diciembre de 1970 y el 30 de noviembre de 1976, cuyo lema de campaña rezaba: “Arriba y Adelante”.



II

Dedicada a “la tertulia”, pero pudo ser un tributo a Emilio García Riera (1931-2002), el crítico e historiador del cine mexicano, padre de Ana García Bergua, La bomba de San José se divide y desarrolla en 12 capítulos (contando el “Epílogo”). Una serie está escrita desde la perspectiva y la voz de Maite, una joven ama de casa, oriunda del pueblo de Tonalato (lugar ficticio), que abandonó sus estudios de letras en Mascarones porque se embarazó y se tuvo que casar. (En la vida real, en 1954 la histórica Casa de los Mascarones, en el Centro Histórico de la Ciudad de México, dejó de ser sede de la Facultad de Filosofía y Letras de la UNAM porque se trasladó a Ciudad Universitaria). Tales capítulos son el 1, el 3, el 5, el 9 y el 11 (por algún descuido o capricho hay dos capítulos 3, pero se trata del mismo capítulo). Están aderezados con breves fragmentos en cursiva que parodian los apuntes y recados domésticos de un ama de casa; junto a otros que corresponden a la presencia y vida personal de Juana, la criada. En el primero de ésta se lee sin faltas de ortografía: “Llamó su mamá desde Tonalato, sólo para saber cómo está.” Tal corrección ortográfica (impropia en una sirvienta) pone en relieve una frase mal construida (por la autora) que Maite le deja a Juana: “Juanita: te dejé un vestido de rayas que ya no me queda sobre la plancha.” Lo correcto hubiera sido: “te dejé sobre la plancha...”
Luis Buñuel con el grupo Nuevo Cine:
Atrás: Jomi García Ascot, José Luis González de León, Gabriel Ramírez y Armando Bartra
En medio: Luis Buñuel y Emilio García Riera
En cuclillas: José de la Colina y Salvador Elizondo
México, 1961
Foto: José Báez
  La otra serie está escrita desde la perspectiva y la voz de Hugo Valdés, de 30 años, quien abandonó sus estudios de derecho porque, ante el embarazo de Maite, se tuvo que casar con ella. Entonces empezó a trabajar en una agencia de publicidad ubicada en un edificio de la Avenida Reforma, donde tiene dos compinches con los que suele irse de parranda: la Rana y Néstor; y un jefe: Múzquiz, que los apapacha y protege como si fueran sus hijos putativos. Tales capítulos son el 2, el 4, el 6, el 8, el 10 y el “Epílogo”. Y se distinguen, además, por la subdivisión en episodios con rótulos.

Inextricable a los matices realistas, melodramáticos, paródicos, grotescos e incluso críticos, La bomba de San José es un divertimento, una ópera bufa, light, festiva e hilarante que no elude los coloquialismos y las leperadas del habla callejero y cotidiano. El contraste de las dos vertientes narrativas permite observar ciertas secretas e inconfesables intimidades, coincidencias y antagonismos entre los protagonistas. Pero también, en el desglose de tal urdimbre, Ana García Bergua dispone el suspense; un suspense que se multiplica in crescendo y que sólo empieza a despejar y despeja casi por completo en las páginas finales.


III
El intríngulis de la trama inicia cuando Hugo regresa a su casa después de una semana de ausencia. Enviado por la agencia de publicidad, había ido con sus compinches a la Reseña de Acapulco. Pero no llega solo, sino con Selma Bordiú, quien es una famosilla vedette y estrella del cine mexicano, pese a que es nativa de San José, Costa Rica. Ante el azoro y la expectativa de Maite, dizque por un oscuro peligro que parece incierto, la resguardan en el lugar sagrado e intocable de Hugo: su estudio; y poco a poco los objetos de éste, como sus revistas y discos, empiezan a ser trasladados al pasillo, dado que las cosas de Selma, junto a los regalos que luego recibe, invaden todos los sitios. 
Angélica María
  Resulta sintomático de su índole kitsch y popular que Hugo y Selma, recién llegada y en las primeras páginas, escuchen “‘El rock de la cárcel’ en la consola” y hablen de “una película de Angélica María” —la icónica “novia de la juventud” mexicana (y del narrador de la onda y guionista de cine José Agustín), 
la novia de México en el panorama comercial, fresa y light de la televisión, la radio y el cine de los años 60—; y que en un episodio doméstico Selma cante “el bolero de ‘La mentira’ en medio de la sala”, preludio del primer show casero de Maite, que aún parece una muchachita de racho enrebozada y de guarachitos de plástico a la que le da vergüenza cualquier cosa y no sólo ser ella misma. Según narra, le pide a Selma que cante “ésa tan bonita de ‘La vida es una tómbola’, ahora que no la pasaban por televisión, pues sabía que a ella le encantaba: tenía un disco de 45 que ponía muy seguido. Selma me contestó que sólo si la acompañaba a bailar. Me daba una pena espantosa en medio de todo el mundo, pero la verdad era que hacía unos días me había enseñado y bailamos juntas con un nuevo tocadiscos que le llegó entre sus regalos, así que no tuve otro remedio que aceptar. Selma y yo dimos unos pasos de twist mientras ella cantaba y tuvimos mucho éxito, nos aplaudieron a rabiar, como dicen.”  
Fotograma de Los enredos de Marisol (1962)
  Vale decir que, como es del dominio público, eso de “La vida es una tómbola” remite y alude a “Tómbola”, la pegajosa y cándida cancioncita de la comedia musical Los enredos de Marisol (1962) —cuya actriz y cantante no se menciona en la novela—, muy popular en la radio de los años 60 (ahora se puede ver en YouTube); y que como signo de la época y de los humorísticos sinsabores y enredos de la novela, casi al final, en el susodicho pueblito de San Miguel, también se torna el soundtrack de Hugo cuando se liga a Gema, una jovencita que se convierte en su nuevo amor. Según dice, “Sólo pensaba que la vida es una tómbola, como decía la canción que se escuchaba por una radio y que luego se convirtió en nuestra canción. Gema era, para mí, de luz y de color.”  

Marisol cantado “La vida es una tómbola”
  La rutina de la vida doméstica de Hugo y Maite da un inesperado vuelco de 180 grados cuando él, ante la presencia de Selma Bordiú, por quien babea, decide “hacer una película”, que es su sueño guajiro, la ilusión de su vida. Mientras en la casa comienzan los preparativos con el apoyo logístico de Maite y el entusiasmo de Juana, quienes atienden a los espontáneos (incluso desconocidos) que se suman al proyecto y organizan reuniones, coreografías y francachelas, Hugo, con la Rana, buscan financiamiento y por ende, con la recomendación de Roberto Cortina, el tío de éste —un recocido escritor del establishment (contrario a José Revueltas) en cuyas novelas no toca al PRI “ni con el pétalo de una rosa”, que tiene “una credencial de inspector de Gobernación” (aunque no lo es) con la que se cuela a la Arena México y que termina de embajador en Bélgica, gracias a sus vínculos con Vania Balboa, una mujer cercana al poder presidencial— se presentan ante “dos hombres de Cinematografía”: uno gordo (Ochotorena) y otro chaparro (Barbosa), muy interesados en hacer, no cine de arte, sino una película comercial, “un éxito de taquilla” bajo una serie de coercitivas e interesadas concesiones y con Selma Bordiú de primera actriz y Julio Alemán de primer actor. Pero cuando por casualidad en un café de la Zona Rosa, Selma, acompañada de Maite, ve a ese par de supuestos funcionarios que participarán en la subvención de la película y que dialogan con Hugo y la Rana, el asunto le disgusta a tal punto que, sin dar explicaciones del por qué, se marcha ipso facto de la casa de sus anfitriones. Es entonces cuando Hugo, obsesionado y obnubilado por la actriz y vedette, emprende la búsqueda de ella para que regrese y participe en el filme (y en el soundtrack de su vida), mientras Maite la sustituye en los ensayos y sin revelar su desaparición a los contertulios, pese a los indicios que le chismea Lilia, la esposa de Néstor, sobre la leyenda negra que persigue a Selma Bordiú, llamada en los periódicos “la bomba de San José”, de quien se dice fue amante de un tal Jerónimo Velasco, un funcionario desaparecido y acusado de ladrón de joyas y dinero.

José Revueltas, narrador y guionista de cine
(1914-1976)
  El caso es que la presencia de Selma Bordiú incide en la fractura del matrimonio de Hugo y Maite. Y no vuelven a tener noticias de la actriz hasta que súbitamente aparece en el Cine Diana, donde se efectuará la premier de La extraña, “una película con pretensiones intelectuales y artísticas, pero sin renunciar al entretenimiento del pueblo y al progreso de la industria por el bien de México”, que es “Una respuesta” “a quienes criticaban el provincialismo y la mediocridad del cine nacional en fechas recientes, tan alejado ya de su época de gloria y tan pobre en comparación con la Nueva Ola francesa y el cine europeo de vanguardia”, según vocifera el “hijo de un viejo líder del Sindicato de Técnicos y Electricistas de México”, quien pasó “de diseñar bardas para el PRI a dictaminar asuntos estéticos en la Secretaría de Gobernación”. Selma Bordiú baja, no de un rutilante y largo auto tipo limusina, sino de un simple taxi y se acerca a Lombardi, el productor del filme, quien está en el repleto lobby del Cine Diana y con el que otrora tuvo una complicada relación (se dice que él la rescató de las garras de Jerónimo Velasco, pero luego la corrió de su casa). Tienen una ríspida discusión. Se oye un disparo. Alguien mata a Lombardi, cuyo cuerpo queda desangrándose en la alfombra roja. Entre el multitudinario zafarrancho y la gritería, Selma desaparece. Y Hugo y la Rana, junto con otros, son detenidos en la redada policial y llevados a la cárcel.



IV
Vale subrayar que las alusiones a películas y las sucesivas comparaciones con las estrellas del cine mexicano (sobre todo con éste), hollywoodense y europeo son una constante y un condimento humorístico de la trama de La bomba de San José. Cierto es que Hugo es un novato en eso de escribir un guión y agenciarse recursos para producir un filme; pero tiene 30 años y sus vivencias cinéfilas y por ende resulta un craso error de Ana García Bergua que le haga decir a su personaje: “Una tarde me fui a comer solo por ahí y luego me metí al cine a ver La noche de la iguana, con Elizabeth Taylor.” Pues La noche de la iguana (1964), película fotografiada por Gabriel Figueroa y dirigida por John Huston, basada en el cuento homónimo de Tennessee Williams, filmada en 1963 en locaciones de Mismoloya, cerca de Puerto Vallarta (lo que atrajo la atención de paparazzis y publicaciones que Hugo pudo hojear), no tuvo como figura estelar a Elizabeth Taylor, presente en el rodaje en calidad de novia de Richard Burton, quien encarnó al protagonista (un alcohólico sacerdote que labora de guía de turistas gringas pastoreadas en un autobús), quien actuó junto a Ava Gardner, Deborah Kerr y Sue Lyon (¡la Lolita de Stanley Kubrick!).
Portada del DVD de La noche de la iguana (1964)
  En este sentido, también resulta erróneo que, luego de que Hugo y la Rana hubieran sido sacados de la cárcel en la madrugada por Ochotorena y Barbosa y, compinchados con policías, los lleven secuestrados y golpeados en “un enorme Chevrolet negro”, Hugo relate: “Me hubiera gustado saber por dónde andábamos, nada más sintiendo las vueltas y los topes del camino, como Axkaná González en La sombra del caudillo, pero la ciudad había crecido una barbaridad y había baches por todas partes, así que fue imposible saber, y más haciéndome el desmayado”. Pues La sombra del caudillo (1960), película dirigida por Julio Bracho, basada en la novela homónima que Luis Martín Guzmán publicó en 1929, luego de que “El 17 de julio de 1960 se exhibió de manera privada en el Cine Versalles” y “días después en el Festival Internacional de Cine de Karlovy Vary”, en Checoslovaquia, fue sucesivamente censurada por el hegemónico gobierno mexicano emanado del PRI; de modo que sólo 30 años después, “el 25 de octubre de 1990” se autorizó su estreno en la Sala Gabriel Figueroa de la Cineteca Nacional. (Ahora circula en DVD y antes lo hizo en VHS).

Forros del DVD de La sombra del caudillo (1960)
       En las páginas iniciales, cuando Selma ya tiene “cerca de un mes” refugiada en la casa de Hugo y Maite, peina con brillantina a Lorenzo, el hijito de éstos, y le dice sin que el niño sepa de quién chinitas se trata: “Estás igualito a Jorge Negrete”. Lúdicas frases parecidas o semejantes a ésta aparecen a lo largo de la novela. Por ejemplo, en un pasaje Maite recuerda que su único contacto con la policía había sido cuando a su casa fue “un motociclista muy mono, igualito a Luis Aguilar”, quien recogió un uniforme utilizado por Hugo para un anuncio de la agencia de publicidad; lo cual alude a la película A toda máquina (1951), icónico y popular churro de la “Época de Oro” del cine mexicano, donde Luis Aguilar es protagonista con Pedro Infante. 

Pedro Infante y Luis Aguilar
Fotograma de A toda máquina (1951)
  Y en otro ejemplo, Faustino, coreógrafo gay del Teatro Blanquita que da un taller de danza en la Casa del Lago, quien se hace amigo de Maite cuando en la casa él monta los ensayos coreográficos para el  filme que protagonizaría Selma Bordiú, la invita a “una pequeña sala de cine, adentro del instituto francés” —obvia alusión al IFAL (Instituto Francés de América Latina), reducto precursor de los cineclubs en la Ciudad de México—, donde se proyecta La noche (1961), de Michelangelo Antonioni, y donde luego hay un debate en el que se habla “del neorrealismo italiano y la Nueva Ola francesa” y en el que participa Néstor, el francófilo y trajeado amigo de Hugo que maneja un Citroën. Pero lo más sintomático del caso dentro de la iconografía de la época es que Maite, quien por entonces aún es lega en cine de arte, para ir allí se corta “el pelo chiquito” como vio “en una revista que usaba la protagonista de Sin aliento”. 

     
Jean -Paul Belmondo y Jean Seberg
Fotograma de Sin aliento (1960)
       Es decir, siguiendo el juego de las equiparaciones que pueblan la novela, Maite se ve igualita a Jean Seberg, protagonista de À bout de souffle (1960), icónica película de la “época dorada de la Nouvelle Vague”, dirigida por Jean-Luc Godard en base a un guión de François Truffaut. Así, además de que según Hugo una escena coreográfica propuesta por Faustino “iba a ser como de película de Antonioni” (el “protagonista, cuando está entre toda esa gente que baila gogó en la boȋte, bebe de más, se queda dormido, y en su mente abrumada por los humos de alcohol se le aparece un número como de Ninón Sevilla en el infierno”), Maite, ya con tales tablas, atildada para ir un sábado a la Casa del Lago, donde verá una adaptación teatral de La montaña mágica (1924), la enorme novela de Thomas Mann (en la que “Gastón Melo hacía el papel de Hans Castorp”, alusión al dermatólogo y escritor Juan Vicente Melo, quien en los años 60 dirigió la Casa del Lago), ve que Lucila, la esposa de la Rana, “Iba toda vestida de negro, como la protagonista de la película de Antonioni”.

Jeanne Moreau
Fotograma de La noche (1961)
     
Monica Vitti
Fotograma de La noche (1961)
      En este sentido, resulta consecuente que entre la multitud que se aglomera para asistir a la susodicha premier de La extraña, Lucila y su prima (con sus “vestidos plateados de cóctel”, “parecían marcianas”) peguen locuaces brinquitos cuando ven que uno, quizá actor, “se parecía mucho a Arturo de Córdoba”; y que la llegada de Lombardi al Cine Diana, con su pringa de Orson Welles, resulte peliculesca, según la narra Hugo: “Estábamos en la acera, hurgándonos los bolsillos para pagar las mentas junto al puesto de dulces, cuando el potente reflector instalado en el camellón de Reforma, que lanzaba luces al cielo se enfocó sobre un enorme Chevrolet negro y reluciente, del que descendieron tres señoras, a cual más glamorosas, Anchondo [el jefe de producción de los Estudios América] y, tras de él, el corpulento Lombardi, vestido de impecable smoking. A su edad lucía un envidiable copete, estratégicamente encanecido y un aire como de Orson Welles, aunque pelirrojo. Reconocí entre las actrices a Irasema Dilián y a Silvia Pinal”.

Orson Welles
  Pero el non plus ultra de las comparaciones cinéfilas, de los guiños, de lo paródico, de lo humorístico, de lo grotesco y peliculesco tiene su clímax en el relato de todo lo que se describe y narra en torno al secuestro de Hugo y la Rana. Pues el tal Jerónimo Velasco, enriquecido, mafioso y poderoso ante el poder gubernamental que lo ha tolerado (es ahijado de la madre del presidente de México), protegido por un círculo de guardaespaldas y con un grupo de policías armados que custodian su estrambótica y peliculesca mansión en el Ajusco, se ha empecinado en patrocinar el rodaje de un filme donde actúe Selma Bordiú y un héroe que lo aluda y exalte. Para ello ha secuestrado a actores, actrices, dobles (entre ellos una serie de Selmas), extras, técnicos y demás. Encerrados en una habitación, la Rana y Hugo tienen la obligatoria encomienda de escribir el guión al gusto y cambiante capricho de Jerónimo Velasco, a quien curiosamente no equiparan con ningún actor o cineasta, pero sí a su todopoderoso y temible dedo flamígero, precisamente ante los elegidos con quienes oficia un coercitivo y literal “juramento con sangre”: “Necesito que este grupo selecto me haga una promesa. Y nos señaló con el dedo girando lentamente, como si fuera una cámara y nos estuviera filmando, igualito a Demetrio Bilbatúa”, quien es un conocido documentalista de origen español afincado en México. En este sentido, el gordo y el chaparro (Ochotorena y Barbosa), pasan a ser Batman y Robin. Y el “especie de mayordomo” que inicialmente los atiende en el cuarto que les destinan en la mansión es, dice Hugo, “igualito a Germán Robles disfrazado de Boris Karloff”; y por ello, para él, cada vez que aparece (como si saliera a cuadro) es Boris Karloff.  

      
Germán Robles
     
Boris Karloff
       
Claudio Brook
Fotograma de Simón del desierto (1965)
       
Fu-Manchú (Christopher Lee)
      Llega el tiempo de encierro en que, según la Rana, Hugo comienza a parecerse “a Simón del Desierto”, y por ende el lector lo visualiza igualito al barbado y peludo Claudio Brook en la película homónima que Luis Buñuel estrenó en 1965. Y cuando además a la Rana, que es lampiño, le han “salido unos bigotes como de Fu Man Chu”, concluyen el guión titulado Tormenta de pasiones, cuyo opción titular: Águila sin nido, resuena en El águila en la tormenta, nombre elegido por Velasco para el rodaje que dizque dirige un lector de Carlos Castaneda: Néstor el Yaqui Mendoza, “autor de una sola joya de la Época de Oro”, cuyo signo definitorio es su adicción a las drogas y a la psicodelia, por lo que aspira realizar en Los Ángeles “un proyecto muy personal”, “esotérico, con unos huicholes y canciones de Bob Dylan”. Y como la película se sitúa en una isla tropical (de utilería y cartón piedra), Jerónimo Velasco, en su delirio, dice: “si logramos filmar algo como Redes, nos habremos asomado un poquito a la gloria”. Con lo cual deifica el accidentado y controvertido mediometraje fotografiado en blanco y negro por Paul Strand en Alvarado, Veracruz, cuyo estreno data de 1936.

Portadilla de Redes (1936)
DVD incluido en Paul Strand en México (La Fábrica, 2010)


V
Sin desvelar todo el carozo de la mazorca y sin desmenuzar cada uno de los granos de la urdimbre, vale puntualizar que paralelamente a las aventuras y peligros de Hugo y la Rana, Maite vive sus propios dilemas y aventuras, su particular aprendizaje y afirmación de sí misma como mujer independiente, responsable de sus propias decisiones eróticas, sentimentales y laborales. En tal proceso educativo e idiosincrásico se cuentan las desconcertantes sorpresas que le da Juana, la criada; lo que concierne al período en que trabaja en El Lirio, la mercería de su tía Clotilde, solterona española que tiene un secreto amante español que en la clandestinidad planea, con otros conspiradores, derrocar con un asalto armado al general Francisco Franco. Y entre varios etcéteras, lo mas jocoso, lascivo y pintoresco es su irresistible, furtivo y volátil affaire con Néstor, el esposo de Lilia y colega de Hugo, quien además de los visos de su ambigüedad moral y verdadera índole sexual, noveliza tales vivencias en El animal salvaje, una obra que le publica Joaquín Mortiz, gracias al poderoso influjo de Vania Balboa.


Ana García Bergua, La bomba de San José. Dirección de Literatura de la UNAM/Ediciones Era. 2ª edición. México, 2015. 344 pp. 


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Enlace a Marisol cantando "Tómbola"; pasaje de Los enredos de Marisol (1962), película dirigida por Luis Lucia Mingarro.
Enlace a un pasaje de Los aristogatos (1970), filme dirigido por Wolfgang Reitherman, donde la voz de Tin Tan, y la de otros, cantan "Todos quieren ser ya Gatos Jazz".
Enlace a un trailer de Sin aliento (1960), película dirigida por Jean-Luc Godard.
Enlace a un trailer de La noche (1961), película dirigida por Michelangelo Antonioni.
Enlace a un trailer de La noche de la iguana (1964), filme dirigido por John Huston.
Enlace a La sombra del caudillo (1960), película dirigida por Julio Bracho.
Enlace al filme A toda máquina (1951), dirigido por Ismael Rodríguez.
Enlace a un pasaje de Simón del desierto (1965), película dirigida por Luis Buñuel.
Enlace a un trailer de El castillo de Fu-Manchú (1969), filme dirigido por Jesús Franco.