viernes, 15 de noviembre de 2013

Dos mujeres




La otra elegía de Safo

Firmada en “Lingueglietta, mayo-junio de 1975”, Dos mujeres, novela del narrador holandés Harry Mulisch [Haarlem, julio 29 de 1927-Ámsterdam, octubre 30 de 2010], cuya primera edición en neerlandés data de 1975 y en español de 1988, comienza cuando una mujer de 35 años, radicada en Ámsterdam, recibe un telefonema desde Niza en la que se le informa que su madre ha muerto en el asilo donde se encontraba recluida. Ella, entonces, toma su pasaporte y su coche para trasladarse a aquel sitio con la intención de efectuar las diligencias que le permitan enterrar a su progenitora en un cementerio del Sur de Francia con vista al mar, ubicado en Saint-Tropez, lugar donde su padre otrora escribiera un libro en el que “una vez más se inventa al amor”.
Harry Mulisch
       A partir de esto, la novela de Harry Mulisch adquiere un carácter retrospectivo; la protagonista —divorciada hace un quinquenio (después de siete años de matrimonio) y conservadora de museos—, en su desplazamiento por la carretera se sumerge en una serie de evocaciones que remontan al lector a distintos tiempos de su vida pasada, cuyo punto central es desglosar el tipo de romance que tuvo durante seis fugaces meses con una joven peluquera de 20 años. 

Pero páginas adelante, si el lector suponía que el tiempo presente que unifica dichas reminiscencias es el que se sucede durante tal viaje a Niza, se enterará que esto no es así. Tal cosa ocurre cuando la protagonista se ve a sí misma urdiendo tales vivencias, es decir, en el acto de redactarlas. Y si esto le hace suponer que la fémina ya regresó a Ámsterdam, al final de la obra sabrá que nunca llegó a Niza para sepultar a su madre ni retornó a Ámsterdam, sino que en realidad se quedó varada en una casa de Avignon donde le dieron alojamiento y donde, haciendo agua en la pesadumbre y en el marasmo de sus recuerdos, ha estado escribiendo, como una maníaca o posesa, los hechos que el lector acaba de leer y que constituyen Dos mujeres, la novela de Harry Mulisch.
(Tusquets, Barcelona, 1988)
      Este clima nostálgico y opresivo, a imagen y semejanza de un estertor entrecortado en el que los distintos tiempos están entretejidos y a veces desvanecidos entre sí, exhibe las cualidades de Harry Mulisch como constructor de estructuras narrativas. En este sentido, e inextricablemente, allí se urden los giros sorpresivos que con su inserción estratégica modifican el curso y el sentido de los sucesos pretéritos. No obstante, sin el manejo y dominio de los tiempos, así como sin la dosificación de los ingredientes sorpresivos que integran y sazonan el armazón y la urdimbre, la obra sería una novela completamente intrascendente.

Dos mujeres no es una narrativa que conlleve un análisis crítico o una reflexión revulsiva e iconoclasta sobre el vínculo lésbico; es decir, no está planeada desde una óptica arquetípica o ensayística que aborde los asuntos y trasfondos íntimos, personales, familiares, filosóficos, sociales, económicos, políticos, psicológicos y sexuales que implica una relación de tal naturaleza, tantas veces condenada por cierta obtusa moral cristiana y por las intolerancias y miopías de derechas (que ahora mismo, en México y en otras partes del mundo, cuestionan el matrimonio legal entre dos personas del mismo sexo y la posibilidad de que adopten hijos y los eduquen). Lo que expone es un conjunto de anécdotas triviales, cuya banalidad no puede ser tomada como un reflejo de la vida misma, dado que la vida no es tan simple. En este sentido, no disecciona ni diserta sobre las contradicciones y afirmaciones que pueden establecerse entre una fémina intelectual y madura y una jovenzuela maliciosa, precipitada e ingenua; más bien mitifica y mixtifica.
La nimiedad anecdótica quizá hubiera podido enriquecerse si el autor la hubiera contrastado o matizado con sutilezas o deslizamientos eróticos, pero tales no se dan. Harry Mulisch, modosito y bien portado, llega de puntitas hasta los contornos y omite la concupiscencia con una postura aséptica, si no moralista, sí desinteresada. En este sentido, los puntos neurálgicos y climáticos de Dos mujeres son lacrimógenos y melodramáticamente telenoveleros (un auténtico culebrón, dirían los españoles), con lo cual las buenas conciencias pueden dormir tranquilas y tener dulces, bonachones y reconfortantes sueños hasta el momento en que restallen las sonoras siete trompetas del Juicio Final.
En resumidas cuentas, Dos mujeres es un transitar por la pasión infructuosa, signada por una serie de sorpresas, que se posesiona de la protagonista: la señora Tinhuizen. La primera sorpresa es sin duda el hecho de que si había sido una mujer heterosexual, descubra de pronto y compulsivamente que es bisexual e inclinada ahora hacia el lesbianismo. La segunda ocurre cuando la madre de la protagonista, de pronto, arremete a bastonazos contra Silvia, la amante de su hija, porque en el agrio tepache de su vejez intuye que son lesbianas en amoríos. La tercera sucede cuando, sin explicaciones y a imagen y semejanza de un crucifijazo trapero, Silvia se va con Alfred, el ex marido de la señora Tinhuizen, dejando a ésta en la lona y boquiabierta, con el corazón destrozado y lamiendo el polvo. 
Harry Mulisch
      La cuarta sorpresa sucede cuando Silvia regresa a la protagonista con el cuento de que se había enredado con Alfred para que ellas dos, en su condición de mujeres amantes, pudieran engendrar un hijo, el vástago que la esterilidad de la Tinhuizen le había prohibido en su vida matrimonial y así, ésta, a través del papel “heroico” de Silvia, podrá por fin romper el cordón umbilical que la situaba como una eterna hija ante su madre (meollo que otrora la atosigara). Y la quinta sorpresa es cuando el despechado Alfred, ciego por los celos y enardecido por la venganza, mata a balazos a Silvia, transformando el culebrón en una obra sobre un crimen pasional (o de violencia misógina) y sus estragos.

Pero fuera de estos elementos truculentos, que además conforman el triste deambular de la protagonista de “un muerto hasta otro muerto”, vertidos a través del resuello de la muerta en vida que es ella misma, la trama lastimosamente no conlleva ninguna otra cosa de interés, pese a las acotaciones literarias, a la puntillosa descripción que se engrana sobre la grotesca escenificación que se sucede en torno al montaje teatral El amigo de Orfeo, y pese a la ingeniosa minusvalía de la crítica teatral que el director de tal obra acuña, a imagen y semejanza de un alter ego del propio Harry Mulisch curándose en salud y defendiéndose contra los “ataques” y las “descalificaciones” de los infalibles y recurrentes críticos, critiquillos y criticones: “Como si todo lo que se les ocurre a los críticos en una hora, no lo hubiera pensado yo centenares de veces ni hubiera tenido mis buenas razones para rechazarlo. Mejor harían en reflexionar sobre estas razones. Uno se pregunta por qué no lo hacen ellos mismos, si saben tan bien cómo hay que hacerlo”. 
Harry Mulisch
        Y ya encarrerado el gato, tundiendo aquí y tundiendo allá, hasta resulta lapidario y jocosamente escatológico: “Si empiezas con la crítica es como si alguien se comiera un excremento con la esperanza de defecar un pan”.



Harry Mulisch, Dos mujeres. Traducción del neerlandés al español de Felip Lorda i Alaiz. Colección Andanzas (71), Tusquets Editores. Barcelona, 1988. 232 pp.







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