martes, 11 de diciembre de 2012

Inquisiciones



El joven Borges y algunas ejecutorias parciales 

                                  
I de II
Jorge Luis Borges nació en Buenos Aires el 24 de agosto de 1899 y murió en Ginebra el 14 de junio de 1986. Aún andaba en el cuarto de siglo cuando publicó su primer libro de ensayos: Inquisiciones. Impreso en 1925 por Editorial Proa (en la imprenta El Inca de Buenos Aires), se tiraron 500 ejemplares numerados del 1 al 500 (los primeros 5 en mejor papel, fuera de comercio y con la firma del autor). Tal título era legendario e inencontrable —como legendario e inencontrable en español fue, hasta 1999, el Autobiographical Essay de Borges, publicado por primera vez en inglés en The New Yorker (septiembre 19 de 1970), fruto de los diálogos del escritor con el norteamericano Norman Thomas Di Giovanni (Newton, Massachussets, 1933)—. Esto por el hecho de que Borges se negó a reeditar Inquisiciones de manera individual y a que se incluyera en las sucesivas ediciones de la biblia borgeana: el grueso tomo de sus Obras completas (Emecé, 1974), y porque una y otra vez era mencionado por críticos e investigadores: César Fernández Moreno, Emir Rodríguez Monegal, José María Valverde, Guillermo Sucre, entre otros.
(Editorial Proa, Buenos Aires, 1925)
      Por decisión de María Kodama (Buenos Aires, marzo 10 de 1937), su viuda y heredera universal de los derechos de autor de Borges, apareció en la capital argentina, en “marzo de 1994”, la póstuma segunda edición de Inquisiciones, editada por Seix Barral en la serie Biblioteca Breve. Valiosa iniciativa (reprobable para algunos) que la hizo autorizar las póstumas segundas ediciones (editadas también por Seix Barral: en “noviembre de 1993” y en “noviembre de 1994”) del otro par de libros, proscritos por el autor, con juveniles ensayos: El tamaño de mi esperanza (Proa, 1926) y El idioma de los argentinos (Gleizer, 1928).
Ilustración de la portada: Jefa (1923), de Xul Solar
(Seix Barral, Buenos Aires, marzo de 1994)
      Según informa una postrera nota del anónimo editor, en el nuevo Inquisiciones —en el que no se datan las publicaciones donde originalmente aparecieron los textos— se respetaron ciertos modismos ortográficos del joven Borges, se corrigieron erratas, “problemas de paginación” y se optó por “criterios tipográficos modernos”; es decir, no se trata de una reedición facsimilar. Pero si una reedición de tal naturaleza hubiera sido curiosa e interesante, una edición crítica y anotada del facsímil hubiera sido mucho más atractiva. 
Borges y María Kodama
       Narran los biógrafos del autor, que entre 1914 y 1921 los Borges vivieron en Europa, básicamente en Ginebra, donde Georgie —que desde niño hablaba y leía en lengua inglesa— estudió el bachillerato y aprendió francés, latín y alemán, idioma que se enseñó a sí mismo con un diccionario inglés-alemán y un libro con poemas de Heine (Lyrisches Intermezzo), lo cual le facilitó el acceso directo al expresionismo germano y, desde luego, a las vanguardias europeas.
       Entre 1919 y 1921, los Borges vivieron en España: Isla de Mallorca, Sevilla y Madrid. En Sevilla, el joven Georgie se sumó a los ultraístas y empezó a colaborar en sus publicaciones (Grecia, Ultra, Cosmópolis, etc.), ya con poemas, artículos y manifiestos. Vale observar que entre tales ultraístas figuraba el madrileño Guillermo de Torre (1900-1971), su cuñado desde 1928, autor del temprano Literaturas europeas de vanguardia (Caro Raggio, 1925), de los tres tomos de Historia de las literaturas de vanguardia (Guadarrama, 1965) y de Ultraísmo, existencialismo y objetivismo en literatura (Guadarrama, 1968). 
En Madrid, el joven Georgie iba al Café Pombo, donde Ramón Gómez de la Serna presidía su legendaria tertulia, pero también y sobre todo asistía a la tertulia del Café Colonial, en la que oficiaba Rafael Cansinos-Assens, quien según Borges —que se sentía su discípulo— guiaba al ultraísmo. Así, cuando el 24 de marzo de 1921 los Borges regresan a Buenos Aires, el joven Georgie se transforma en uno de los iniciadores del ultraísmo argentino, precisamente cuando “en la noche del 25 de noviembre de 1921” —anota Edwin Williamson en Borges, una vida (Seix Barral, 2006)— él y sus amigos: su primo Guillermo Juan, Eduardo González Lanuza y Guillermo de Torre, pegan en las paredes (“con pinceles y baldes de engrudo”) el número uno de su revista mural Prisma, misma que exhibía una declaración de principios titulada “Proclama” —escrita por Borges, pero firmada por los cuatro—, un grabado en madera de Norah, su hermana, y una serie de poemas breves (entre ellos “Aldea”, del joven Georgie) que dizque ejemplifican lo central de su dogma antirrubendarista: “Hemos sintetizado la poesía en su elemento primordial: la metáfora, a la que concedemos una máxima independencia, más allá de los jueguitos de aquellos que comparan entre sí cosas de forma semejante, equiparando con un circo a la luna.” Postulado que repite en “Ultraísmo” (“Reducción de la lírica a su elemento primordial: la metáfora”), crónica periodística sobre la génesis y ontología de tal vanguardia y selección de poemas de varios ultraístas que Borges publicó en el número 151 de la revista bonaerense Nosotros (Año 15, Vol. 39, diciembre de 1921).
       El reseñista bosqueja tales datos porque buena parte de los textos reunidos en Inquisiciones responden a ese juvenil ímpetu ultraísta que luego se fragmentaría y del que joven Borges también se distanció y que a lo largo del tiempo criticó, no pocas veces con acritud. Por ejemplo, en las radiofónicas Entrevistas de Georges Charbonnier con Jorge Luis Borges (Siglo XXI, 4ª ed., 2000), realizadas en 1964, en París y en francés y originalmente publicadas por Éditions Gallimard en 1967, hay una destinada al “Ultraísmo” en la que se leen las siguientes lapidarias aseveraciones de Borges:
Borges en 1968
(Foto: Eduardo Comesaña)
“Creo que lo mejor sería ignorar totalmente el ultraísmo. Se trata de un movimiento literario que tuvo su origen en España: se quería imitar a poetas, qué diré yo, del género de Pierre Reverdy. Se quería imitar a Apollinaire, al chileno Huidobro. Una teoría, que hoy encuentro totalmente falsa, quería reducir la poesía a la metáfora y creía en la posibilidad de hacer nuevas metáforas./ Y bien, yo creí, o intenté creer, en este credo literario. ¡Ahora lo encuentro falso de toda falsedad! No veo ninguna razón para suponer que la metáfora sea el único artificio literario posible, cuando lo cierto es que hay otros. Y, después, también se hizo lo mismo en Buenos Aires.” 
“[...] Así, pues, hicimos un movimiento literario. Negábamos la rima. Queríamos negar la música del verso. Sólo queríamos encontrar nuevas metáforas [...] Creo que el ultraísmo hizo su época. Estoy un poco avergonzado de haber firmado sus manifiestos. En cuanto a negar la música del verso, encuentro que se trata de un error evidente. Creo que la música es la esencia del verso, es decir, la correspondencia entre la emoción y el sonido del verso. Lo mismo diría de la prosa. En cuanto a la rima: no veo qué razones hay para renunciar a un medio tan agradable como la rima./ En todo caso, esta historia del ultraísmo corresponde a una época muy lejana. Yo era ultraísta en 1921. Estamos en 1964. Si aún quedan colegas de esa época le dirán exactamente lo que yo digo. Esa época era muy divertida para nosotros. Nos divertíamos mucho creyéndonos revolucionarios, pensando que la poesía empezaba en nosotros, pensando que si encontrábamos bellas metáforas en Shakespeare o en Hugo era, evidentemente, porque eran precursores nuestros. ¡Precursores nuestros! Eran otras épocas. Sería necesario olvidarlas.”
El joven Borges en 1924
En el “Prólogo” de Inquisiciones, el joven Borges anotó: “Este que llamo Inquisiciones (por aliviar alguna vez la palabra de sambenitos y humareda) es ejecutoria parcial de mis veinticinco años. El resto cabe en un manojo de salmos, en el Fervor de Buenos Aires [su primer poemario en edición de autor, 1923] y en un cartel que las esquinas de Callao publicaron.” Tal cartel es Prisma, la revista mural que conoció un segundo y último número impreso en marzo de 1922. Pero además el nombre de la Editorial Proa —donde además de Inquisiciones publicó su segundo y tercer poemario: Luna de enfrente (1925), con portada y viñetas de su hermana Norah, y Cuaderno San Martín (1929), con un retrato a lápiz del autor de Silvina Ocampo, y su citado segundo libro de ensayos: El tamaño de mi esperanza (1926), con viñetas de Xul Solar— remite a las dos épocas de la revista Proa. La primera, de agosto de 1922 a julio de 1923, sólo tuvo tres números y fue dirigida por Borges y Macedonio Fernández (1874-1952), ese mítico personaje, condiscípulo y amigo de su padre Jorge Guillermo Borges (1874-1938), del que tras su muerte dijo ante la bóveda de La Recoleta donde se guardaron sus restos, discurso y elogio publicado en la revista Sur (marzo-abril de 1952) y póstumamente reunido en Borges en Sur. 1931-1980 (Emecé, 1999): “[...] Íntimos amigos de Macedonio fueron José Ingenieros [...] y mi padre; hacia 1921, de vuelta de Suiza y de España, heredé esa amistad. La República Argentina me pareció un territorio insípido, que no era, ya, la pintoresca barbarie y que aún no era la cultura, pero hablé un par de veces con Macedonio y comprendí que ese hombre gris que, en una mediocre pensión del barrio de los Tribunales, descubría los problemas eternos como si fuera Tales de Mileto o Parménides, podría reemplazar infinitamente los siglos y los reinos de Europa. Yo pasaba los días leyendo a Mauthner o elaborando áridos y avaros poemas de la secta, de la equivocación, ultraísta; la certidumbre de que el sábado, en una confitería del Once, oiríamos a Macedonio explicar qué ausencia o que ilusión es el yo, bastaba, lo recuerdo muy bien, para justificar las semanas. En el decurso de una vida ya larga, no hubo conversación que me impresionara como la de Macedonio Fernández [...] Los historiadores de la mística judía hablaban de un tipo de maestro, el Zaddik, cuya doctrina de la Ley es menos importante que el hecho de que él mismo es la Ley. Algo de Zaddik hubo en Macedonio. Yo por aquellos años lo imité, hasta la transcripción, hasta el apasionado y devoto plagio. Yo sentía: Macedonio es la metafísica, es la literatura. Quienes lo precedieron pueden resplandecer en la historia, pero eran borradores de Macedonio, versiones imperfectas y previas. No imitar ese canon hubiera sido una negligencia increíble [...]” En este sentido, el joven Borges apuntó en las postreras “Advertencias” de Inquisiciones: “‘La nadería de la personalidad’ y ‘La encrucijada de Berkeley’ —los dos escritos metafísicos que este volumen incluye— fueron pensados a la vera de claras discusiones con Macedonio Fernández.” 
No extraña, además, que algunos años después, entre las íntimas respuestas con las cuales el viejo y ciego Borges evoca y a sí mismo se contesta a la pregunta “¿Qué será Buenos Aires?” —que inicia su poema “Buenos Aires”, incluido en Elogio de la sombra (Emecé, 1969)—, se diga rememorando el sitio de la Plaza del Once donde se hallaba La Perla, la confitería de Jujuy y Rivadavia en la que cada sábado el joven ultraísta se reunía con Macedonio y otros contertulios (“los macedonios”): “Es, en la deshabitada noche, cierta esquina del Once en la que Macedonio Fernández, que ha muerto, sigue explicándome que la muerte es una falacia.”



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II de II
La segunda época de Proa tuvo 15 números, editados entre agosto de 1924 y enero de 1926, y fue codirigida en Buenos Aires por Jorge Luis Borges, Brandán Caraffa, Pablo Rojas Paz y Ricardo Güiraldes, quien se separó de la revista en 1925, a los 14 números; es decir, un año antes de que su fama empezara a trascender, pues su novela gauchesca Don Segundo Sombra, editada por Proa, data de 1926, aunque el gusto le duró poco: murió de cáncer el 8 de octubre de 1927 a los 41 años (y Borges heredó su guitarra). Según dice José María Valverde en el tomo 1 de Historia de la literatura latinoamericana (Planeta, 1974), el nombre de Proa se debe a un verso de El cencerro de cristal (1915), poemario de Ricardo Güiraldes: “Beber lo que viene. Tener alma de proa.” 
Un poema de El cencerro de cristal, además, se denomina “Prismas” (vocablo con reminiscencias cubistas), homónimo de un poema que el joven Borges publicó en el número 4 de la revista Ultra (Madrid, marzo 1 de 1921) y casi de “Prismas: ‘Sala vacía’”, poema publicado en el número 15 de Ultra (Madrid, enero 15 de 1922), luego incluido, con variantes y el título “Sala vacía”, en Fervor de Buenos Aires (1923), su primer poemario en edición de autor, cuyo tiraje de 300 ejemplares pagó su padre y cuya portada ilustró su hermana Norah con un grabado en madera. “Prismas” también es homónimo del poemario que Eduardo González Lanuza (1900-1984) publicó en 1924 y que según anota Borges (con bombo y platillo) en el artículo que le dedica en Inquisiciones (Proa, 1925): es “el libro ejemplar del ultraísmo”, el “arquetipo de una generación”. En este sentido, “Prismas” es casi homónimo de la susodicha revista mural Prisma (con que en noviembre de 1921 arranca el ultraísmo en Buenos Aires, según dice Edwin Williamson, pero según Guillermo de Torre fue en diciembre), nombre que también es el título del primer poema del primer libro del movimiento estridentista: Andamios interiores (Cvltvra, 1922), Poemas radiográficos del mexicano Manuel Maples Arce (1900-1981), iniciador y heresiarca del estridentismo, que si bien, él solo, empezó su vanguardia en diciembre de 1921 al pegar en ciertas calles del Centro Histórico de la Ciudad de México su manifiesto-mural Actual no 1. Hoja de Vanguardia. Comprimido Estridentista, a su libro no le fue muy bien en el comentario que el joven Georgie le dedicó en Inquisiciones, en el cual, como se ve, casi le dice que tal vez se hubiera salvado de la picota georgiana si hubiera escrito —con aliento criollo y orillero— su “Fervor de México” o su “Fervor de Papantla” (el pueblo del Estado de Veracruz donde Manuel Maples Arce nació) o su “Fervor de Xalapa” (la capital veracruzana: “Estridentópolis”, donde el estridentismo, entre 1924 y 1927, vivió su auge y declive, coincidiendo con el período en que el joven Maples Arce fue Secretario de Gobierno del Estado de Veracruz): “La primera parte de la antítesis no me interesa. Permitir que la calle se vuelque de rondón en los versos —y no la dulce calle de arrabal, serenada de árboles y enternecida de ocaso, sino la otra, chillona, molestada de prisas y ajetreos— siempre antojóseme un empeño desapacible. En cuanto al entremetimiento en la lírica, de términos geometrales, tampoco logra entusiasmarme.”
Andamios interiores. Poemas radiográfricos (Cvltvra, México, 1922)
Primer poemario estridestista de Manuel Maples Arce (1900-1981)
Escritos con ampulosidad y retorcida pedantería —muy distantes del magnetismo y la enciclopédica erudición que unos años después se leería, por ejemplo, en sus ensayos reunidos (con el auxilio de José Bianco) en Otras inquisiciones (1937-1952) (Sur, 1952)— sus juveniles Inquisiciones mucho responden a su aprendizaje en Europa y a su filiación ultraísta; en este sentido, al hablar de sus conocidos y amigos no escatima elogios. Por ejemplo, cuando bosqueja la leyenda negra y la obra de “Torres Villarroel (1693-1770)”, dice: “Ese ictus sententiarum, esa insolentada retórica” [de ‘sus escritos fantásticos’], esa violencia casi física de su verbo, tienen su parangón actual con los veinte Poemas para ser leídos en el tranvía” [sic], libro vanguardista de 1922 que el argentino Oliverio Girondo (1891-1967), a partir de 1920, escribió, ilustró e imprimió durante su estancia en España y Francia. 
Inquisiciones (Proa, Buenos Aires, 1925)
Primer libro de ensayos y notas de Jorge Luis Borges (1899-1986)
       Norah Lange (1905-1972), musa del ultraísmo (dada su juventud y belleza) era prima política del joven Georgie, de quien estuvo fatalmente enamorado (vertiente que Edwin Williamson explora sobremanera), a cuya casa iba para verse con Concepción Guerrero, su evanescente noviecita de 16 años a quien le dedicó “Sábados”, poema reunido en Fervor de Buenos Aires, donde le canta: “Tú/ que ayer eras toda hermosura/ eres también todo el amor, ahora.” Borges incluyó en Inquisiciones su prólogo a La calle de la tarde (Ediciones J. Samet, 1925), poemas ultraístas de Norah Lange, ante los cuales exclama: “¡Cuánta eficacia limpia en esos versos de chica de quince años!”; el cual, 50 años después antologó, con ligeras variantes, en su libro Prólogos, con un prólogo de prólogos (Torres Agüero, 1975). 
       Y si en “La traducción de un incidente” evoca la tertulia de Ramón Gómez de la Serna (1888-1963) y la de Rafael Cansinos-Assens (1882-1964), sobre cada uno presentó un texto. Entre las loas con que celebra a Rafael Cansinos-Assens, se lee: “Quiero señalarlo también como el más admirable aunador de metáforas de cuantos manejan nuestra prosodia.” Y en la nota que le dedicó a La sagrada cripta de Pombo (Madrid, Imprenta G. Hernández y Galo Sáez, 1924), el segundo libro de crónicas sobre los escritores, artistas e intelectuales que confluían en el Café Pombo donde Ramón ofició entre 1914 y 1936, el joven Borges reconoce su propia descripción y proclama: “De las seiscientas páginas de este libro en sazón ninguna está pensada en blanco y en ninguna cabe un bostezo.” Quizá una exultante y complaciente reciprocidad frente a la laudatoria nota que Ramón le dedicó a él y a Fervor de Buenos Aires en la Revista de Occidente (Madrid, tomo IV, abril-junio de 1924).
Vale apuntar que textos de Borges pertenecientes al fervor ultraísta, español y argentino, se leen en Las vanguardias literarias en Hispanoamérica. (Manifiestos, proclamas y otros escritos (FCE, 1990), que Hugo J. Verani, prologuista y antólogo, publicó por primera vez en Roma, en 1986, con Bulzoni Editore. Y algo en Manifiestos, proclamas y polémicas de la vanguardia literaria hispanoamericana (Biblioteca Ayacucho, 1988), con “Edición, selección, prólogo, bibliografía y notas” de Nelson Osorio T. Pero sobre todo en el volumen de Jorge Luis Borges: Textos recobrados 1919-1929 (Emecé, 1996), póstuma compilación, con documentadas notas, “al cuidado de Sara Luisa del Carril”.
“Anverso [...] de la tarjeta postal enviada por Borges a [Jacobo] Sureda en octubre de 1921, desde Buenos Aires a Leysin (Suiza). El retrato del anverso, que Borges califica de ‘estudio en pliegues’, fue realizado en junio de 1919 en Mallorca, y se conocen otras 2 copias que Borges envió a Guillermo de Torre y a Roberto Godel [...]” La transcripción de la misiva que Borges le envió a Sureda, escrita de manera manuscrita en el anverso y reverso de la tarjeta postal, dice a la letra: “¡Salve, Compañero!/ A tu tarjeta que recién acaba de adentrarse en mi espíritu, contesto provisoriamente y como zaguán de una más dilatada carta, con el adjunto ‘estudio en pliegues’ ejecutado hace dos años en Palma. Recibí tu carta de Leysin y la contesté, pero a las señas ‘Chamossaire-Leysin’ donde podrías ir a preguntar./ Ando planeando —con un muchacho español, cómplice— una suerte de revista Prisma cuyo primer número ‘si sale’ aurolearé con tu poema incensario.../ Ultra murió. Manda originales, por si acaso se realiza Prisma. No dejes de escribirme./ Te abraza estrechamente/ Jorge-Luis”. Tal carta y la imagen se aprecian en Cartas del fervor. Correspondencia con Maurice Abramowicz y Jacobo Sureda (1919-1928) (Galaxia Gutenberg/Círculo de Lectores/Emecé, Barcelona, 1999), póstumo volumen de Jorge Luis Borges, con “Prólogo de Joaquín Marco”, “Notas de Carlos García” y “Edición al cuidado de Cristóbal Parra”.
Además de la impronta y devaneo ultraísta, la miscelánea reunida en Inquisiciones da luz sobre otros temas y lecturas que por ese entonces interesaron al joven Borges, por ejemplo: “Menoscabo y grandeza de Quevedo”, “Acerca del expresionismo”, “Herrera y Reissig”, “Ascasubi”, “La criolledad en Ipuche”, “Queja de todo criollo” o “Buenos Aires”, relacionado con su legendario redescubrimiento de su mitificada ciudad. Y “Omar Jaiyám y Fitzgerald”, que no deja de ser un eco del hecho de que, según dice María Esther Vázquez en su biografía Borges. Esplendor y derrota (Tusquets, 1996), Jorge Guillermo Borges, el padre de Georgie, “había traducido a Omar Khayyám de la versión inglesa de Fitzgerald, conservando la métrica. Fue la primera traducción en verso que hubo en español.” 
       Y si de primeros lugares se trata, los artículos del joven Borges “Sir Thomas Browne” y “El Ulises de Joyce” los dan a conocer por primera vez en Buenos Aires —acota la misma biógrafa—, puntualizando que en cuanto a la efímera y morosa odisea de Leopold Bloom (cuya publicación en inglés data de 1922) “se adelanta a los tiempos”; es decir, pese cierto detalle que no deja de ser curioso y revelador: “Confieso no haber desbrozado las setecientas páginas que lo integran, confieso haberlo practicado solamente a retazos y sin embargo sé lo que es, con esa aventurera y legítima certidumbre que hay en nosotros, al afirmar nuestro conocimiento de la ciudad, sin adjudicarnos por ello la intimidad de cuantas calles incluye.” Todo por el hecho de que según la biógrafa: “la primera traducción en lengua española del Ulises apareció en 1948.” 
Borges y María Kodama en México (1981)
Foto: Paulina Lavista
Vale añadir que Inquisiciones fue objeto de tempranos comentarios de críticos con los que el joven Borges tenía contacto: Pedro Henríquez Ureña (1884-1946) le destinó una nota en la Revista de Filología Española (Madrid, Vol. XIII, 1926) y Valery Larbaud (1881-1957), en su artículo escrito y publicado en francés en La Revue Européenne (París, diciembre de 1925), además de calificarlo, por Fervor de Buenos Aires, como “el más moderno de los poetas de Buenos Aires, es decir, de aquéllos que experimentan poéticamente la vida cotidiana y el paisaje de Buenos Aires”, dijo, como preámbulo de sus elogios, que Inquisiciones “es le mejor libro de crítica que hemos recibido, hasta la fecha, de la América Latina, o por lo menos el que mejor corresponde al ideal que nos hemos formado de un libro de crítica publicado en Buenos Aires.”

Jorge Luis Borges, Inquisiciones. 1ª edición en Seix Barral/Biblioteca Breve. Buenos Aires, marzo de 1994. 180 pp.





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