domingo, 30 de septiembre de 2012

Las relaciones peligrosas


Vemos la hermosura de una isla, precisamente cuando no vemos la isla



Christopher Hampton
Traducido al español por el poeta Tomás Segovia, Las relaciones peligrosas (Alianza Editorial Mexicana, 1988) es el libreto teatral que el británico Christopher Hampton (Faial, Azores, enero 26 de 1946) urdió al adaptar al teatro la novela, de la que tomó el título, del francés Pierre-Ambroise-François Choderlos de Laclos (1741-1803), cuya primera edición data del 23 de marzo de 1782. Vale destacar, además, que Christopher Hampton también la adaptó al cine para la película homónima de 1988 (obtuvo el sonoro y rutilante Oscar al Mejor Guión Adaptado), dirigida por Stephen Frears y protagonizada por John Malkovich, Glenn Close, Michelle Pfeiffer, Uma Thurman, Keanu Reeves y otros actores del stars system hollywoodense. 
Si uno de los rasgos que particulariza a la única novela que en IV tomos urdió Choderlos de Laclos es su carácter arquetípicamente epistolar, en la cuasi minimalista versión teatral de Christopher Hampton esto ha sido reducido a hitos exclusivamente mencionados entre los parlamentos. Pero además, el sentido cáustico y retratista sobre la decadencia, el amaneramiento y la promiscuidad de la aristocracia francesa del dieciochesco fin de siècle ha tomado, por la distancia y el ensamblaje, un matiz más cómico y lúdico que melodramático y dramático. No obstante, el ingrediente pasional y trágico es lo que constituye el meollo del intríngulis y lo que suscita el triste desenlace. 
Los sucedidos de Las relaciones peligrosas, el libreto de Christopher Hampton, tienen “lugar en varios salones y dormitorios de cierto número de residencias y castillos de París y sus alrededores, y en el bosque de Vincennes, un otoño e invierno de un año de la década de 1780”. Dispuesta en dos actos, cada uno en nueve escenas, la obra conlleva dos momentos climáticos. Uno lo entretejen el vizconde de Valmont y la marquesa de Merteuil a través de una serie de trampas, intrigas, engaños, teјemaneјes y espionajes que entre los dos y cada uno arman para lograr dos objetivos. El vizconde de Valmont —a imagen y semejanza del clásico clisé del libertino, mujeriego y vividor que en el siglo XVIII acuñó Giacomo Girolamo Casanova de Seingalt (1725-1798) en sus escritos memoriosos y autobiográficos—, entregado a su pasatiempo de cazador virtuoso e irreductible que lo ha hecho célebre, se propone seducir a la señora de Tourvel, entusiasmado e inducido, en buena medida, porque se trata de una mujer religiosa, fiel a su matrimonio y a sus cánones éticos.   
La marquesa de Merteuil, mientras tanto, por medio del vizconde de Valmont, busca vengarse de un amante que la desdeñó, pero, sobre todo, trata de cumplir con el cometido que define su retorcida conducta: vindicar al sexo femenino y dominar al hombre. Tal quid, entre otros menos relevantes, en el que había predominado el divertimento, se torna dramático y tiene su clímax cuando la señora de Tourvel, en medio de una lucha interna que la transtorna y conmociona, casi cede al asedio del vizconde de Valmont al confesarle que lo ama; no obstante, le suplica que se aleje de ella. Ante esto, él, en contra de su habitual juego fársico que puntualiza sus facultades de insaciable sátiro, deja traslucir algunos gestos que develan emociones producidas no por una simple conmiseración ante la integridad moral de la señora de Tourvel (y dado su debate íntimo y secreto), sino por un inusitado enamoramiento.
Si bien la maquiavélica complicidad entre el vizconde de Valmont y la marquesa de Merteuil se urde porque ambos se necesitan, ésta, por su carácter autoritario y liberal, así como por su subestimación y exacerbada androfobia, trata de tomar las riendas de las maquinaciones.
El otro episodio climático de Las relaciones peligrosas ocurre en el segundo acto, cuando la señora de Tourvel se ha rendido a la conquista del vizconde de Valmont; y entonces la rivalidad tácita e implícita que existe entre él y la marquesa de Merteuil se agudiza. Ambos observan, cada uno dentro de su venenosa naturaleza, que su hegemonía pierde poder. 
Christopher Hampton
     La marquesa de Merteuil, sin embargo, no acepta ser sometida ni se rinde con facilidad; lo desafía y el resultado no puede ser menos trágico. Cuando la señora de Tourvel, tras el fracaso amoroso, yace moribunda en un convento, y cuando el vizconde de Valmont sabe sobremanera que será imposible recuperarla dada la mortal y dolorosa herida de chinahuate que le provocó (y se causó), se deja matar en un duelo que trama la marquesa de Merteuil, como una forma de sacar el pecho y asumir su capitulación ante ésta, y como una manera romántica, idealizada y subliminal, de expresar su desesperanza e impedimento de subsistir lejos, muy lejos y para siempre, del amor que él truncó y quebrantó. 
Los parlamentos y las réplicas de Las relaciones peligrosas, el libreto teatral de Christopher Hampton, gozan, además, de previsibles ingredientes para que en el montaje se juegue con el doble sentido y el devaneo erótico y soez, elementos escénicos y parlanchines que tanto atraen, como espectáculo teatral, en una sociedad voyeur, ansiosa y reprimida, pese a la liberalidad del siglo XX (y por ende del XXI), a los antros permitidos y tolerados, y a los reductos clandestinos e íntimos de fragor sexual. A esto se añade la tensión y la intriga que el embrollo suscita; enredo una y otra vez aderezado con vueltas de tuerca y con el factor sorpresa.

Christopher Hampton, Las relaciones peligrosas. Traducción al español de Tomás Segovia. Alianza Editorial Mexicana. México, 1988. 104 pp.



Enlace a un trailes del filme Las relaciones peligrosas (1988)http://www.youtube.com/watch?v=YYfVipxrz64&feature=related
Enlace a un trailes del filme Las relaciones peligrosas (1988)

https://www.youtube.com/watch?v=wr4gX7dNqOo